Escribir en negro
El crítico J. Ernesto Ayala-Dip escribía en este mismo periódico en diciembre de 1987: "James Baldwin ha muerto. Y con él tenemos la sensación de que termina una época, un estilo y, por qué no decirlo, un color dentro de la literatura norteamericana contemporánea". Esta reflexión no podía ser más acertada. James Baldwin fue quizá el último gran autor que escribió en negro; es decir, el último en aunar la voluntad estética y la capacidad militante de la literatura para, como él decía, "educar a los blancos, liberarlos de sus terrores, -de su ignorancia, de sus prejuicios".Para el autor de Otro país, los blancos vivían en un estado de aprensión y miedo crónicos, preguntándose sin cesar qué estarían maquinando los negros. Baldwin quería acabar con toda una tradición literaria en Norteamérica que sólo veía los personajes negros bajo dos estereotipos: la víctima humilde y resignada o el agresor vicioso y brutal; visión a la que contribuye en gran medida el mismísimo William Faulkner. Para la escritora Paulé Marshall, la finalidad de estos estereotipos era la de negar la humanidad esencial del negro, reduciéndolo a un símbolo en el que se pudieran encarnar todos los temores de los blancos.
A mediados de la década de los sesenta, los autores negros se debatían entre insistir en los aspectos humanos o dejarse arrollar por el irresistible mensaje de los seguidores de Malcolm X: la supremacía de la raza, el orgullo de la negritud, la identificación de los blancos -y de la lucha no violenta de Luther King- con "los podridos valores de la clase media".
Han pasado algunos años, han ocurrido algunas cosas y acaban de conceder el Premio Nobel a Toni Morrison, la escritora negra más respetada, la de más prestigio desde la muerte de Baldwin, matriarca de las letras en Estados Unidos. Pero el gran éxito de ventas de su obra más reciente, Jazz, ha sido superado por el de otra escritora afroamericana mucho más joven, Terry McMillan, cuya novela Waiting to exhale (Esperando un respiro, que pronto publicará Anagrama) trata de cuatro mujeres en la treintena en el periodo de tiempo que sigue a la ruptura amorosa. Una es una yuppy dedicada al negocio de los seguros, otra es un ama de casa que descubre que su marido se entiende con una bibliotecaria blanca, la tercera es una ejecutiva en una empresa de relaciones públicas y la última es la dueña de un salón de belleza; su problema básico es que quieren enamorarse otra vez, y para siempre; mientras tanto van al gimnasio, se hartan de comprar y de comer, y hablan sin parar.
El estilo de McMillan es rápido, brillante, divertido e intencionadamente hortera, pero una de las razones de su éxito consiste en que, pasadas las 20 primeras páginas, los lectores se han olvidado del color de la piel de sus personajes. Se habla de cuatro mujeres de hoy en una gran ciudad. Son las hijas burguesas de Malcolm X, unas personas que han dejado de pensar que son diferentes, ni inferiores ni superiores a sus colegas rubias.
La entrada de las mujeres
Jabari Assim es el joven director de la revista Eyeball, que publica textos de escritores afroamericanos. Para él, la entrada de las mujeres ha sido fundamental en la evolución de la literatura en negro. Los hombres han cultivado siempre una literatura de implicación social, una ficción de componentes claramente políticos, en la que la imagen de la explotación y discriminación del negro estaba siempre latente; las mujeres han introducido el área temática de la familia, los conflictos entre generaciones, las relaciones entre los sexos, la introspección, la ternura, las corrientes feministas, el ámbito de lo individual.
A Toni Morrison y Terry McMillan hay que añadir el nombre de Alice Walker, autora de El color púrpura; son escritoras que ilustran muy bien la teoría de Jabari Assim. Que no le falta razón en cuanto a las obras escritas por hombres se puede comprobar con la lectura de Los fatales tres, de Ishmael Reet.
Apenas hace un año se publicó In the tradition, una antología de 50 poetas y narradores jóvenes afroamericanos. En el prólogo se declaran hijos de la posintegración, habitantes de la cultura hip-hop que fueron engendrados en la era de los derechos civiles; ahora escriben sobre la vida difícil en los barrios, el paro, la aventura de hacerse adultos, el amor, sobre las mismas cosas que escriben los que tienen otros colores de piel, pero con la fuerza, con el optimismo que produce el abandono de las obsesiones que torturaron a sus predecesores, la de educar a los blancos y la de concienciar a los negros. Libres ya; a solas, pues, con la literatura.
El reconocimiento mundial que supone el Nobel para la escritura en negro también puede leerse como el certificado de la crisis de la literatura en blanco. Para William Gass, el director del Centro Internacional de Escritores en Saint Louis, el minimalismo (Carver, T. Wolf, etcétera) fue la última corriente de los escritores blancos de clase media. Estados Unidos se reconoce ya como una nación multicultural, y escritores latinoamericanos, asiáticos y europeos han invadido las universidades americanas, terminando con el monopolio de los blancos anglosajones protestantes. Y está claro que en esa apoteosis de la multirracialidad, los negros son los más americanos. Es su turno.
Babelia
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