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La Thyssen de Barcelona, una elección selecta

Los barones presentan la colección de 78 obras que se abrirá al público el sábado

Victoria Combalia

Fra Angélico ha vuelto al convento. La Virgen de la Humildad, uno de los tres Fra Angélico que hay en España, se expone en un Convento de clausura. El barcelonés monasterio de Pedralbes, que ha acogido históricamente a las clarisas, es el nuevo hogar de esa gran pintura del artista dominico Giovanni da Fiesole. El barón Heinrich von Thyssen se congratuló ayer en Barcelona -'como católico"- de esta circunstancia y recordó que su familia había ayudado a restaurar los frescos que el pintor de la orden de los predicadores dejó en el convento florentino de San Marcos. De esta manera presentó el barón las 78 obras de la colección Thyssen que a partir del próximo sábado se podrán visitar en el monasterio de Pedralbes.

Lo que en un principio se ofrecía a Barcelona era lo que en términos taurinos se llama "un desecho de tienta y cerrado"; es decir, un poco de todo y un poco cajón de sastre. Si las negociaciones sobre las piezas han sido bastante arduas, no puede negarse sin embargo que el resultado final muestra una mejora respecto a la primera propuesta, que estipulaba como único criterio el que se tratara de pintura religiosa, dado el carácter monástico de su emplazamiento. Con sentido común y con el gran bagaje de un vastísimo conocimiento, José Milicua -uno de los mejores historiadores del arte en España- sugirió tres ejes temáticos. El primero abarca a los primitivos italianos, absolutamente necesarios para comprender la pintura catalana del siglo XIV, que tiene su mirada puesta en la pintura sienesa. Ahora, por cierto, el público podrá admirar las obras italianas y, al lado mismo, en la espléndida capilla de San Miquel, las obras de Ferrer y Arnau Bassa.De este conjunto italiano, es de señalar la pequeña pero magnífica tabla de Taddeo Gaddi (c. 1325), con sus figuras giottescas a la derecha y un espacio magistralmente ordenado. Del Quattrocento, la pieza estrella de esta colección se ha querido que sea la de Fra Angélico, la Virgen de la Humildad (c. 1433-1435). "En Madrid está el Duccio, aquí el Fra Angélico", gustan de comentar autoridades locales y responsables de la colección. Ciertamente es una pieza refinada, que aúna lo lineal a lo escultórico y que nos muestra un bello "paño de honor" como fondo. Destila esta noción de belleza estática y de armonía que posee la obra de Fra Angélico, pero no es la única versión del tema y han intervenido también en ella, al decir de los expertos, manos del taller del artista.

Otras piezas del Quattrocento son interesantes por motivos diversos: una Santa Catalina de Francesco del Cossa, influido por la pintura flamenca y de espectacular contraposición de negros y ocres en el plegado de paños; unas deliciosas caras respingonas en un Francesco di Giorgio Martini; un exquisito retrato de varón de Filippo Mazzola...

Los retratos articulan el segundo de los bloques temáticos, el de la pintura septentrional. La colección Thyssen posee obras espléndidas alemanas, de Durero hasta la Nueva Objetividad, de modo que este conjunto de retratos, en general de personas desconocidas, prolonga una línea argumental. Es una serie de deliciosos personajes -algunos incluso pintados por autores anónimos-, entre los cuales sobresale el Retrato de una mujer de 57 años, de Hans Muelich.

Sal y pimienta

Un poco posteriores son los Cranach (con sus donantes enmarcados en un espacio geométrico en primer plano) y dos obras muy curiosas. Una de ellas, La Piedra, de Ulrich Apt (c. 1510), nos muestra un exagerado patetismo: una mujer se tapa la nariz, debido al hedor que desprende el Cristo muerto. La otra, asignada a un anónimo Maestro de la Adoración Thyssen (c. 1520), es una Adoración de los Reyes en la que el Niño mete la mano en el obsequio que le traen, un perro olfatea el suelo y uno de los Reyes Magos nos muestra sus nalgas al descubierto. No sé lo que dirán las religiosas del monasterio ante estas licencias iconológicas, pero en todo caso no cabe duda de que añaden sal y pimienta a esta colección.

El Cinquecento italiano está representado por obras bonitas, aunque ninguna sea excepcional. Hay un pequeño Tiziano -tal vez realizado con su hijo Orazio- cuya Virgen, que está sosteniendo muy protectoramente al Niño, gira la cabeza y mira al espectador como si hubiera sido sorprendida en su intimidad. Otro Tiziano, el Retrato de Antonio Anselmi, es una excelente caracterización de un político: una mirada desconfiada y de alguien que se siente superior, acostumbrado a estrategias. Pero a mi me han gustado también dos pequeñas tablas del llamado pseudoBoccaccino, cálidas y prerrománticas, con la historia de la ninfa Siringa que se convierte en caña antes de ser tocada por Pan. En cuanto al cuadro de Tintoretto Retrato de un senador, señalemos que sus manos, tan crudamente pintadas, con negro entre los dedos, nos hacen pensar en el primer Cézanne; de hecho, nuestra mirada va antes a los efectos de luces sobre el armiño y el terciopelo que hacia el rostro.

El Barroco europeo articula el tercer bloque, con ejemplos realmente didácticos de autores que marcan directrices en la pintura moderna. El Velázquez, aun cuando haya obras infinitamente superiores, maravilla por la modernidad del tratamiento del tocado y el vestido de Mariana de Austria. Perdóneseme el defecto profesional, pero una especialista en siglo XX no puede dejar de pensar que Braque pintaba exactamente igual sus ostras, y que esos castaños evocan automáticamente el arte de Tápies o del último Rothko. Especial atención merece el Carracci, una Presentación del Niño en el templo, totalmente preclásico, y con un bellísimo conjunto de la Virgen y el Niño unidos por una aura azulada.

Una sala especial está dedicada al Settecento italiano. Aquí el espectador descubrirá la delicadeza de un excelente pintor, Giovanni Battista Piazetta (con su Sacrificio de Isaac) y la osadía de Tiépolo, quien en su Expulsión de los mercaderes nos pinta a uno de ellos dándose literalmente de bruces, un ejemplo magnífico de este espíritu barroco que congela en un instante una escena lenta de acción. También la sensación de acción detenida impregna la obra titulada El desmayo, de Gaspare Traversi. Un autor casi desconocido, muy interesante por el tratamiento que da al tema de la pobreza, tratada con meticulosidad y sobriedad, es Ceruti. Sus Tres pedigüeños (1736) recuerdan tanto a los Le Nain como al posterior Courbet, el de los Picapedreros: una lección de pintura.

Alto refinamiento

Y aún deberíamos mencionar la escultura medieval, entre la que destaca la que sorprende por su naturalismo en fecha tan temprana (c. 1250). En definitiva, ésta es una colección de 78 piezas, ninguna de las cuales es equiparable a las que pueden considerarse obras maestras del legado madrileño. Pero casi todas poseen un enorme grado de interés: revelan, en definitiva, que han sido escogidas con criterios estéticos de un alto refinamiento. Esta selección es para amantes de la pintura o para buenos conocedores de ella: tras ver las grandes obras, gustan los redescubrimientos y los detalles.

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