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Cuando Bonn pierde el control

El sistema meritocrático parece incapaz de producir nuevos líderes

El Gobierno se ha quedado sin ideas; la oposición, sin líder ni programa. La clase política, enfangada en una interminable ristra de corruptelas, pierde credibilidad. La abstención es, de largo, el partido más votado del país. Alemania sufre la peor crisis de la posguerra y su tradicional sistema meritocrático parece incapaz de producir los gestores que resuelvan la situación. La política real escapa del Ejecutivo hacia otras instituciones; los jueces de Karlsruhe deciden sobre la presencia militar en el extranjero, derriban la ley del aborto y tienen en sus manos el Tratado de Maastricht.

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El año se abrió con la dimisión del ministro de Economía y vicecanciller, el liberal Günter Möllemann, por escribir cartas oficiales recomendando los productos de un cuñado suyo. A primeros de este mes, las repetidas mentiras del líder socialdemócrata Bjorn Engholm sobre lo que sabía del caso Barschel dejaron a Schleswig-Holstein sin presidente y sumido en una profunda crisis de identidad al Partido Socialdemócrata (SPD). Días después, el canciller Helmut Kohl se veía obligado a soltar el lastre de uno de los políticos más brillantes salidos de la ex República Democrática Alemana (RDA). Günter Krause, el ministro de Transportes, debió dimitir por haberse hecho pagar una mudanza con dinero público, aunque la causa de su caída no fuera más que la última piedra de una montaña de irregularidades.No pasaron ni dos días cuando Heide Pfarr (SPD), la ministra de Mujeres de Hesse, tomó el mismo camino por otra mudanza, a la que añadió la decoración de su piso. Esta semana veía el fin el presidente de Baviera, Max Streibl, de la Unión Social Cristiana (CSU), a causa del asunto amigo, un caso de corruptelas y favores institucionales a empresarios amigos. Y finalmente, Franz Steinkühler, el líder del mayor sindicato de Europa, la IG Metall, se marchaba por la puerta trasera y perseguido por el fisco tras descubrirse los suculentos negocios bursátiles que había hecho utilizando información privilegiada gracias a su pertenencia a los consejos supervisores de la gran industria.

Resumiendo: en menos de cinco meses han caído dos ministros del Gobierno, dos presidentes de Estados federados, dos ministros de estos Estados y el más importante sindicalista de Alemania. Todos los partidos CSU, SPD, la Unión Cristiana Democrática (CDU), los liberales (FDP) y menos Los Verdes, se han visto salpicados por la corrupción. No debe extrañar que las encuestas coincidan en que la abstención se ha triplicado. Más de un 30% del electorado asegura que no piensa votar, cuando hace tan sólo 20 años los comicios soportaban una abstención de un 9%.

Bienestar en quiebra

El bienestar económico, el lubricante que mantenía engrasada la democracia alemana, empieza a fallar. La crisis económica es la mayor de la posguerra. El Producto Nacional Bruto (PNB) del primer trimestre se encongió en un 1%, y el año se puede acabar con un bajón de dos puntos. Pero los últimos informes de los institutos de Economía, los llamados seis sabios, pronostican que la economía aún no ha tocado fondo. El número oficial de parados en Alemania es de 3.360.000, sin contar el más de un millón que en la ex RDA recibe su sueldo, directa o indirectamente, de los fondos públicos de empleo. El paro, añaden los augures, aumentará, aunque los demás datos económicos, que en la actualidad son todos desfavorables, mejoren. El pasado mes de abril, la cartera de pedidos, el indicador más significativo, se redujo con respecto al año pasado en el 11,5%.

El Gobierno ya no sabe de dónde sacar el dinero. De momento, el ministro de Hacienda, Waigel, recorta gastos sociales como puede. Baja el seguro de paro y el subsidio a los parados de larga duración en un 3% y aumenta en medio punto la cuota del seguro de desempleo. "Se reduce el subsidio para niños; se aplaza la equiparación de pensiones entre Este y Oeste; los funcionarios se quedan un año sin aumento de sueldo. El traslado del Ejecutivo a Berlín pasa a ser una fantasía futurista. La construcción de la sede del Gobierno en la capital teórica se aplaza hasta el año 2000. Las pensiones, dicen los funcionarios de Hacienda, "ya no son un tabú".

El coste de la vida, sin embargo, ha subido oficialmente un 4,5%. El ciudadano se las apaña tomando prestado, endeudándose, algo impensable para la mentalidad tradicional alemana. Los créditos al consumidor suman en la actualidad 324.000 millones de marcos y hace 20 años eran tan sólo una décima parte. Hasta los niños tienen derecho a una tarjeta de crédito, y, dado el creciente endeudamiento de los menores de edad, el Gobierno plantea una ley que lo prohíba.

Los alemanes tienen los salarios más altos del mundo y la semana laboral más corta. Esto, aseguran los economistas, no sería un problema si. la productividad siguiera siendo competitiva. Pero ya no lo es. La generación que creó la Wirschaftswonder, el milagro económico de la posguerra trabajando duro y ahorrando, ha dado paso a una sociedad insolidaria, aprovechada y letárgica. Un estudio del Ministerio de Trabajo descubrió que uno de cada tres trabajadores engaña al seguro de desempleo, abandona el trabajo alegando falsas enfermedades y abusa, en general, del sistema de protección social. La culpa no es sólo de la clase trabajadora. Los analistas del mundo empresarial han empezado a ser extremadamente críticos con los ejecutivos alemanes. El enorme problema de sobreproducción de Mercedes Benz es el mejor ejemplo de su incompetencia, o la lentitud de Volkswagen en adaptarse a los nuevos tiempos, o la escasa productividad de las acerías del Ruhr.

Envejecimiento

Por si esto fuera poco, la sociedad alemana envejece a marchas forzadas. En estos momentos hay 28.971.000 personas en edad productiva, lo que significa medio millón menos que hace un año. Este medio millón no sólo es absolutamente necesario para que pueda seguir funcionando el sistema industrial, sino que hay que pagarle las pensiones con el dinero que genera menos gente.

La gran paradoja es que ahora es cuando se intenta cerrar las puertas a la emigración y cuando más evidente es que las pensiones del futuro sólo se van a poder pagar si lo hacen los emigrantes con su trabajo. Pero dada la situación de la vivienda, hoy sería imposible albergar a medio millón de nuevos habitantes.

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