Las mejores intenciones

Un tema tan peliaguado como el del arte hecho por mujeres merece ser tratado con inteligencia y con una buena dosis de imaginación. Y en el caso de que los hombres organicen algo relacionado con arte producido por artistas-mujeres, lo tienen negro, puesto que corren el riesgo de ser tildados de discriminadores y, por tanto, de machistas. Y, sin embargo, yo creo que es perfectamente viable organizar una exposición cuyas integrantes sean únicamente mujeres: siempre en la medida en que se intente argumentar una supuesta especificidad de la mirada femenina, una mirada que, en mi modesta opinión, existe.Porque si nuestra educación no es la misma, ni nuestra fisiología tampoco, ni nuestra historia tampoco, nuestra actitud ante el mundo no puede por menos que ser distinta. Como lo es la de los integrantes de otras culturas, o la del barroco respecto al manierismo, o la de los blancos respecto a los negros, o la de los niños respecto a los adultos. Con la emancipación de la mujer desde los años veinte, ésta no sólo se incorpora brillantemente al arte de vanguardia (Sonia Delaunay, Litibov Popova, Giorgia O'Keefe, Meret Oppenheim, Frida Kahlo, Eva Hesse, Rebecca Horn, por citar tan sólo unos pocos nombres), sino que en ocasiones muestra una visión irónica o crítica hacia el propio mundo femenino, hacia el hombre o hacia su propia sexualidad.

Por no mencionar lo que Lucy Lippard, entre otras, describe como constantes del arte producido por mujeres: la imagen centralizada, la fragmentación, el gusto por la autobiografía, los lazos con la naturaleza, la llamada de lo orgánico o de lo místico... Todas ellas, como se descubre al instante, bastante cuestionables, y, como todos los tópicos, también con algo de cierto. Pero ahí están como para haber podido sugerir un hilo conductor para una posible exposición de mujeres. Pero una cierta precipitación ha estado en el trasfondo de esta muestra, lo que siempre se nota, digan lo que digan. El equipo de la Tecla Sala -un espacio magnífico, que debiera poder seguir haciendo muestras artísticas de calidad como las que se han hecho hasta ahora dimitió en peso hará un mes.

Ausencias

Con la nueva situación, y en medio de la incertidumbre sobre el futuro del lugar, la Regiduria de la Dona encargó esta muestra al señor Francesc Miralles (a pesar de que en el catálogo sólo consta como "asesor", ¿se trata de reparos a la hora de firmar esta muestra, o de un exceso de trabajo y la típica delegación -tan masculina- en otra persona, en este caso, una mujer, Esther Sánchez?). Fuera como fuere, se ha reunido para la ocasión a 17 autoras y es francamente una pena que de todas ellas sólo se salven tres o cuatro. Claro está que es difícil encontrar 17 obras de mujeres catalanas de interés (el campo es de lo más reducido), pero nos preguntamos por qué en esta selección no están Charo Pradas, ni María Girona (puesto que no hay límite de edad), ni Eulalia Valldosera, o por qué está Margarita Nuez (que exhibe vestidos) y ninguna otra creadora de moda (y además ¿qué tiene que ver la moda con todo esto?). En este popurrí, sin embargo, hay figuras a destacar. La muestra valdría la pena ya, únicamente, por ver lo último de Begoña Egurbide, unas fuertes e impresionantes formas inspiradas en la Venus de Willendorf, realizadas en fibra de vidrio. También merece verse la última producción de María Helguera: aunque su deuda hacia Torres García y a Le Corbusier es un poco demasiado explícita, estas obras son distintas a lo que se ven hoy día, están bien realizadas y poseen fuerza plástica.Rosa Amorós no presenta sus tal vez mejores obras, pero es interesante una suerte de gran lengua de barro fragmentada, y siempre es encomiable su intento por huir de la estética de la potterie. Alicia Vela, pintora que en alguna ocasión ha demostrado garra, ofrece aquí unas composiciones que recuerdan demasiado a las de Charo Pradas de hace tres o cuatro años. También Montse Torres presenta composiciones con un único motivo: hojas, un conjunto bien pintado, aunque un tanto monocorde. Y tampoco acaba de dar el salto Victoria Campillo, con sus estructuras de madera pintadas en alegres colores: bonitas de ver, agradables.

Hay, lamentablemente, algo de lo que comúnmente se entiende por femenino cuando este adjetivo se toma peyorativamente, es decir, sinónimo de blando, de decorativo, de cursilón. Algo de ello hay en las producciones de Mariona Sanahuja, más cercanas a la artesanía que al arte, si exceptuamos su Volum textil 6d, una sutil madeja de algodón enrollada. Ha sido un acierto, en cambio, incluir la fotografía, con dos autoras totalmente dispares: la sobriedad de los autorretratos de Cristina Zelich y la brillantez, un poco tendente al efectismo, de Marta Povo. Así que ya ven, una ocasión en cierto modo fallida, pero aun así recomendable su visita.