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La 'autopista' de las estrellas

Manuel Rivas

En Caminantes y caminos, Raymond Oursel nos habla de la psicología de los caminos hundidos: la del ensueño y los sortilegios, del secreto, del acecho y del ojeo, donde confluyen en una misma actitud todas las potencias vegetales, animales y humanas. Cualquiera que haya tenido la vivencia de recorrer la parte gallega del Camino de Santiago sabe hasta qué punto una corredoira, uno de esos caminos profundos, encierra toda una cosmología, como si la entrañable cuenca, ese reino del mirlo, protegida de la inclemencia por las salvisebes y del astro por laurel y acebo, fuera también el carcaj donde duerme la flecha del tiempo.Oursel cita, en la campiña francesa, los "caminos hundidos" del Alto y Bajo Poitou como ejemplares. Y de allí partió, precisamente, a principios del siglo XI, el buen clérigo Aymeri Picaud, autor de la señera Guía del peregrino. Después de las penalidades pasadas, por lo que deja poco piadoso recuerdo de vascos, navarros y castellanos, Aymeri recupera la sonrisa en la campiña gallega. Y no tanto por las gentes, a quienes ya encuentra excesivamente interesadas y litigantes, sino por el paisaje, las arboledas y las fuentes que cantan a la vieja manera. Es aquí también donde la ruta que sigue el camino de las estrellas, la Vía Láctea, el camino cristiano de Santiago, superpuesto a la céltica llamada del Oeste (el pagano paraíso, Avalón, las islas Floridas), vuelve a albergar la psicología de los caminos profundos.

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La actual intervención restauradora, propiciada por la Xunta de Galicia, no sólo ignora esta psicología de los caminos profundos, que evidentemente no se aprende en ningún otro lugar que no sea en los caminos, sino que amenaza con destruir, por vía de la mixtificación, todo lo que de auténtico quedaba en el Camino de Santiago. Las toneladas de zahorra que inundan los caminos profundos y expulsan a las criaturas del remember, del recuerdo, con la intención de homogeneizar los firmes, es sólo la expresión más brutal de cómo una actuación pretendidamente salvadora, con un presupuesto supermillonario, se ha tornado en una amenaza real para el legendario camino. Y todo porque parece ignorarse lo más sencillo: el Camino de Santiago es un camino. Un camino medieval, rural, campesino. Con esta psicología, y no de calzada imperial, debe ser conservado.

Si el Camino de Santiago es un camino, una "obra de cultura" tatuada en la piel de la tierra por caminantes que, al tiempo, y durante siglos, escribían una fascinante historia. En palabras de Goethe, Europa se hizo peregrinando a Compostela. Santiago es cristiandad, mas es también la Rosa de Piedra, la ciudad Venera (la vieira, la concha de Venus, la fecundidad). Hace años, cuando esa maravillosa invención se había ido disipando en la niebla, un cura de aldea, Elías do Cebreiro, cogió pintura y brocha y fue señalizando el camino con flechas amarillas en mojones de piedra. Todavía hoy podemos ver algunas de las flechas de Elías como humildes trazos que nunca engañan, medio sepultadas u ocultas por un haz de indicadores de media docena de organismos que pugnan por publicitarse en el camino.

Ese contraste entre los trazos del cura Elías y la actual profusión de rótulos oficiales que compiten por significarse es quizá la mejor metáfora de lo que está ocurriendo.

El Xacobeo 93 se ha presentado como una oportunidad de entero lanzamiento para Galicia. El propósito parece loable y merece el general consenso, más aún si tenemos en cuenta la marginación de esta comunidad. Pero los problemas de Galicia no se solucionan con propaganda del más rancio estilo kitsch, de la que puede dar idea el nombramiento de Julio Iglesias como embajador cultural por los nada diplomáticos honorarios de 300 millones de pesetas, al igual que resultaría ridículo pretender solucionar la incomunicación viaria convirtiendo el camino de las estrellas en una especie de autopista rural, apta para el tráfico y la especulación.

Para evitar la monumental herejía parece ya más tarde que pronto. A mediados de este año, el Consejo de la Cultura Gallega, del que formo parte, presentó al presidente de la Xunta un amplio y documentado informe detallando la gravedad de algunos aspectos de la intervención restauradora en el Camino de Santiago. Fueron notorias también las discrepancias dentro del Gobierno gallego, con críticas de Cultura y de los funcionarios más sensibles a la protección del patrimonio. Pero por lo visto está saliendo triunfante la cultura de la zahorra y el pastiche. La urbanización del Cebreiro, una joya de la más primitiva arquitectura europea, y la ampliación desmesurada de la carretera a Palas, y, sobre todo, por último, la estética de campo de concentración de las obras del monte del Gozo muestran con vanagloria hasta qué punto una leyenda de progreso señorea a veces el blasón: burro grande, ande o no ande. ¡Que Deus os perdoe!

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