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Muere Eduardo Serrano, ‘El Güito’, leyenda del baile flamenco

Con el artista, que contaba 82 años, termina una generación inolvidable de bailaores con figuras como Antonio Gades o Mario Maya

Eduardo Serrano 'El Güito', en una imagen de noviembre de 1993.
Eduardo Serrano 'El Güito', en una imagen de noviembre de 1993.Marisa Flórez

El baile flamenco ha perdido quizás al último de los puntales que lo sostuvieron y alumbraron en la segunda mitad del siglo XX. Eduardo Serrano Iglesias El Güito falleció en la tarde del miércoles como consecuencia de una breve, pero grave enfermedad. Expiró en el hospital de Villalba (Madrid), ciudad a la que se mudó desde su barrio de La Concepción cuando abandonó la docencia en la Academia Amor de Dios, donde enseñó durante muchos años. Precisamente, fue su director, Joaquín San Juan, quien confirmó el fallecimiento del artista a este diario.

El bailaor había nacido en el madrileño barrio de El Rastro en 1942 y, desde bien pequeño, ya mostró sus aptitudes artísticas: con solo cinco años ganó su primer concurso y, aún niño, puso su baile en varias películas a principios de los años cincuenta. Tuvo una formación autodidacta, viendo a los artistas —entre ellos a Farruco, su primer referente— en los colmaos y tablaos, donde su madre trabajaba de cerillera, antes de entrar en la academia de Antonio Marín, “el cojo de Madrid que echó a andar el baile moderno”, en palabras del productor y escritor experto en flamenco José Manuel Gamboa. De él terminaría siendo repetidor al serle amputada una pierna al maestro.

Su carrera cambiaría radicalmente cuando, con solo catorce años, ingresa en la compañía de Pilar López, que le haría debutar en Londres. El bailaor siempre reconocería que de ella lo aprendió todo: “A ser respetuosos, la puntualidad, a vestir, lo que era un escenario, una coreografía, lo que era bailar en hombre…”. La maestra le correspondió en justa medida y así, en 1988, declaraba a la revista Sevilla Flamenca que “[El Güito] era como la tierra misma. Una fuerza, una raíz tan fuerte que ya sube hasta el cielo”. Con ella permaneció hasta 1959, año en el que, actuando con la compañía de doña Pilar, se coronaría en el Teatro de las Naciones de París como “el mejor bailarín de la temporada”, un diploma que el artista ha guardado como oro en paño.

La coreógrafa Pilar López con Eduardo Serrano 'El Güito', en mayo de 2003. "Me lo enseñó todo", dijo él sobre ella.
La coreógrafa Pilar López con Eduardo Serrano 'El Güito', en mayo de 2003. "Me lo enseñó todo", dijo él sobre ella.

La distinción parisina lo catapultó para comenzar su carrera en solitario, actuando en tablaos y girando por el extranjero. Participó posteriormente en espectáculos como Los Tarantos, de Rovira Veleta, y colaboró con la bailaora Manuela Vargas en la Antología dramática del flamenco, antes de que, a principios de los años setenta, formara sociedad con Mario Maya y Carmen Mora para constituir el afamado Trío Madrid, con un concepto de baile renovado y un formato que encontraría continuidad cuatro años más tarde, ya con la bailaora Antonia Martínez.

Es en ese tiempo cuando se consolida y cobra brillo su baile de la soleá, que se habría de convertir en emblema de su obra y en el canon del baile de hombre. El bailaor admitía su predilección e identificación con ese estilo en 1996 cuando, en entrevista con Monika Bellido (Revista El Olivo), declaraba: “Ha sido el baile que me ha consagrado para ser lo que soy (…) Es donde mejor me siento, más a gusto. Me da más placer, porque es donde puedes bailar más despacito”. No sería, sin embargo, ese el único estilo en el que destacaría: son reconocidas su farruca, como su solemne caña o su sobria seguiriya, estilos que hoy día constituyen ejemplos incuestionables del baile clásico de hombre.

Ya en los años ochenta, además de actuar como artista invitado del Ballet Nacional, presenta sus primeros espectáculos propios y visita los principales eventos y festivales como la figura que es. Su trayectoria extensa y rica de principio a fin se extiende por más de medio siglo y es exponente del baile y la vida flamenca de toda una época. Cuentan que en sus últimos años andaba algo desmemoriado, por eso, y para que no se perdiese tanta historia, José Manuel Gamboa actuó como una suerte de sacacorchos de recuerdos para, “con la colaboración nemotécnica de Joaquín San Juan y los maestros José de la Vega y Emilio de Diego”, poner en pie y (re)construir sus vivencias en el libro La cabeza del flamenco. Hechos y hechuras del maestro Eduardo Serrrano ‘El Güito’, que, con su personal estilo, subtituló como Memorias P-Reparadas de un juncal desmemoriado. Casi cuatrocientas páginas de exhaustiva información para viajar por todo un tiempo.

El baile de El Güito, por su depurada estética, su elegancia y sobriedad, ha sido de gran influencia en la danza de las generaciones posteriores. Junto con Antonio Gades y Mario Maya, constituyó el irrepetible trío al que doña Pilar se refería orgullosa como “mis niños”. Él, además, tras su retirada continuó transmitiendo su sabiduría, ejerciendo la docencia en la Academia de Baile Amor de Dios. Y lo que no se puede obviar: por el tiempo en que le tocó vivir, sus bailes están disponibles en redes y plataformas y son objeto de culto de cuantos quieren beber se su arte.

Definirlo no es tarea fácil, por eso es necesario acudir a la palabra de otro maestro, el profesor José Luis Navarro García, que en su Historia del baile flamenco (Volumen II), lo condensó de forma magistral: “Su baile es la quintaesencia de la danza apolínea. Cada movimiento es una actitud escultórica. Es un baile sobrio, pausado, elegante y varonil. Un baile al que nada le falta y nada le sobra. Un baile que tiene empaque y señorío. Y el adorno preciso. Un baile hecho con lentitud y regusto, escuchando y dejando que se escuche. Un baile en el que prima la compostura y la colocación, en el que los brazos, la cabeza y los hombros juegan un papel destacado. Con ellos, construye figuras de una estética añeja. El Güito imprime su personalidad a cuantos bailes interpreta”.


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