El integrismo se 'maquilla' en Sudán
El régimen lanza la 'ofensiva del encanto' para mejorar su imagen internacional
Se empieza a llamar la ofensiva del encanto y aunque en las calles reina el esceptimo, entre los extranjeros de Jartum loque hay es asombro: el régimen militar sudanés está dando tímidos síntomas de una apertura política. Con las tropas norteamericanas en Somalia, en misión de socorro humanitario, la junta del general Omar al Bashir parece hoy consciente del riesgo que entraña su reputación de ser una tiranía más empeñada en propagar el islam que en aliviar la pobreza y el hambre en un país azotado por la guerra civil y la desgracia desde hace 10 años.
Juan Pablo II frunció el ceño más de una vez mientras el general Al Bashir leía su discurso de bienvenida en el aeropuerto de Jartum la mañana del 10 de febrero. A su lado, el jefe oficial del régimen islamista de Sudán se proclamaba el más celoso guardián de la libertad religiosa en el continente africano.Más tarde, Al Bashir entregó personalmente al Pontífice un vídeo con la confesión de David Tombe, un sacerdote sudanés del pueblo sureño de Juba, detenido en julio acusado de ser un espía del predominantemente cristiano y animista Ejército Popular de Liberación de Sudán (SPLA). La Iglesia dice que la detención de Tombe ilustra sólo un aspecto de la campaña de persecución y tormento contra las minorías.
Aun así, la amplitud de esa campaña no habría podido salir a la luz pública de no haber sido por un súbito cambio de la política oficial de concesión de visados que permitió la visita de varios periodistas extranjeros. También habría, sido imposible constatar que, en contra de la creencia generalizada en el exterior, el código social de la sharia o ley islámica es considerablemente menos riguroso que en Arabia Saudí o en Irán.
En la capital es raro ver el chador negro. El uso del velo es prácticamente opcional, y la mayoría de las mujeres musulmanas, conservando tradiciones tribales, los prefieren multicolores. Como en toda sociedad musulmana, en Sudán la venta y el consumo de alcohol están prohibidos, pero incluso esa regla es flexible.
Los misioneros cristianos dicen que el modelo sudanés sigue utilizando todos los métodos posibles para impedir su labor. "Los permisos para construir iglesias tienen trámites interminables; obtener la atención del Gobierno es un verdadero milagro", se queja un sacerdote italiano.
Pero hay señales que la misma Iglesia describe como sorprendentes. Por primera vez, la televisión estatal va a dedicar un espacio dominical de media hora para los millones de cristianos. "La oferta en sí ya es un cambio enorme", dice otro sacerdote. "Pero hay que esperar a que ocurra y que dure".
En el confuso cuadro que ofrece Sudán cuatro años después de la captura del poder por parte del Frente Islámico Nacional, lo que emerge con claridad es que el régimen está cada vez más preocupado por la presión exterior y su imagen.
Los caóticos efectos de la guerra civil y su aislamiento internacional, fruto de su amistad con Irán, su campaña de arabización e islamización forzosas y las denuncias de violaciones de derechos humanos acentúan la alarma oficial. El hecho de que las Naciones Unidas condenaran la situación de los derechos humanos mientras desembarcaban tropas norteamericanas en Somalia en diciembre pasado no fue considerado casul en Jartum. Al fin y al cabo, lo que se cierne sobre Sudán es la posibilidad, de un desastre humanitario capaz de eclipsar la agonía de Somalia.
La reciente intensificación de la disputa territorial con Egipto en torno al triángulo de Halaib, sobre el mar Rojo, da sólo una dimensión de los altibajos diplomáticos de Sudán con sus ocho vecinos. La otrora cordial y económicamente beneficiosa relación con Arabia Saudí se ha estropeado por las simpatías sudanesas hacia el Irak de Sadam.
La intensificación de la guerra entre el Gobierno y el SPLA parece inevitable. Ya hay más de cuatro millones de civiles desplazados. La violencia y el hambre se han cobrado cerca de medio millón de vidas desde 1983. Poblaciones enteras de este país del tamaño de Francia, Alemania y España juntas podrían perecer por falta de alimentos y medicinas.
Con una inflación del 150% anual y un descontento popular que va en aumento, lo que menos necesita el Gobierno son sanciones económicas. "Jartum parece haber comprendido que ha llegado la hora de un cambio" dice un diplomático. "Pero falta ver si los gestos de hoy van a generar hechos concretos mañana".
El padre de la revolución
Para quien lo visita por primera vez, la apariencia del jefe del Frente Islámico Nacional, de hecho el amo del rígido régimen sudanés, depara una sorpresa. El propulsor del experimento islámico en África y el hombre acusado de proteger a la más amplia variedad de grupos extremistas musulmanes es un afable y enjuto abogado de 61 años que recurre al refinamiento de sus años en la Sorbona para defender una visión utópica de Sudán. El cuadro que describe, en impecable inglés, es el de una nación destinada a una prosperidad con la que consolidará lo que el propio Turabi define como una revolución islámica mucho más completa que la de Irán. Al menos, a largo plazo.
Lo que para Turabi es sin duda más apremiante es tratar de librar al régimen de Sudán de la imagen intolerante y agresiva que, según dice, ha sido impuesta por la histórica hostilidad de Occidente hacia el islam. El Gobierno militar del general Omar al Bashir, que Turabi controla desde el golpe de 1989, es víctima de una conspiración.
La cruenta guerra de 10 años en el sur, el aislamiento internacional de Jartum e incluso el atentado que sufrió a manos de un karateca sudanés en el aeropuerto de Ottawa el 25 de mayo pasado, dice, son parte de esa conspiración.
"¿Por qué se condena la situación de los derechos humanos en Sudán?", pregunta Turabi en el prólogo de una conversación de hora y media. "Aquí habrá 30, máximo 40 presos [políticos]. ¿Pero cuántos son en Egipto? ¿30.000, 40.000? ¿Y en Argelia? ¿No se les ha robado la democracia a los argelinos? ¿Y qué decir de la situación en Arabia Saudí?"
"A nosotros se nos condena sencillamente porque estamos tratando de retornar a nuestros valores fundamentales. Egipto nos acusa de ser subversivos. ¿Pero no tienen acaso nuestros opositores su cuartel general en El Cairo?
Nos acusan de entrenar terroristas. Nada más falso. Ahora y aquí invito a los egipcios a que vengan a ver si estamos entrenando extremistas musulmanes. Que vengan los que nos acusan de que estamos exportando nuestro modelo".
Según Turabi, lo único que hallarían es la prueba de que están siendo utilizados.
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