Una lección apabullante
Tras celebrar tan sólo su cuarto aniversario, el Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM) se ha convertido casi en el único ejemplo válido en nuestro país de museo de arte contemporáneo, uno de los grandes desafís que debía afrontar la política cultural de la nueva era democrática. Es verdad que también merece tomarse en consideración lo realizado por el Centro Atlántico de Arte Moderno, de Las Palmas de Gran Canaria, pero, surgido un poco después y sin que por el momento pueda llamarse propiamente museo, no es un modelo comparable con aquél. Y el resto, o son proyectos más o menos razonables o realidades tambaleantes y polémicas.Centrando, no obstante, la atención sobre el IVAM, lo primero que hay que decir es que su crédito nacional e internacional es en la actualidad ya tan indiscutible que no hay que esforzarse por hacer una relación pormenorizada de sus logros, de sobra conocidos por el público aficionado de España e, insisto, del extranjero. No se trata de ensalzar su política de exposiciones temporales, que se desarrolla no sólo en el propio edificio del museo, puesto bajo el patrocinio de Julio González, sino también en el remodelado edificio histórico contiguo del Carmen, porque el IVAM también ha creado una extraordinaria y equilibrada colección, ha abierto un edificio de nueva planta, se ha dotado de todos los servicios deseables, publica una de las mejores revistas de arte del momento -Kalías-, cuenta con los departamentos complementarios mejor dotados del país -como, entre otros, el excelente de fotografía-, y así un largo etcétera.
Aparente milagro
Pues bien, ¿cómo ha sido posible hacer todo esto en el espacio de poco más de media docena de años -pues, a diferencia de otros casos más típicos de alocada falta de planificación, el IVAM inauguró el edificio con una colección ya tan bien fundamentada que pudo con la misma llenar todos sus muros en los fastos de apertura-, con un presupuesto comparativamente tan exiguo que a otros sólo les ha alcanzado para hacer ascensores y, sobre todo, con apenas media docena de personas en los puestos y responsabilidades claves? Este aparente milagro sólo tiene una razón: una política cultural lúcida y el empeño de llevarla a cabo con el máximo rigor, ilusión y esfuerzo.
En este sentido, conviene saber que el IVAM fue posible por la acción de un político socialista que ocupó, entre 1981 y 1989, la cartera de Cultura, Educación y Ciencia en la Generalitat de Valencia, Cipriano Ciscar, sabiamente asesorado por algunas personalidades locales, entre las que merece destacar la del escultor Andreu Alfaro. Ciscar no sólo fue el que apoyó la idea y la hizo posible, sino también el que incorporó, primero, a Tomás Llorens, y cuando éste se marchó a Madrid un poco antes de inaugurarse el IVAM, el que designó para sustituirle a Carmen Alborch, cuyo equipo ha logrado dar a estas siglas la máxima resonancia internacional, además de mostrar localmente cómo hay que hacer un museo de arte contemporáneo y cómo se logra la auténtica descentralización cultural.
Así que la lección es apabullante: con un político clarividente y responsable y media docena de personas competentes, las antes citadas, más el joven conservador Vicente Todolí, he aquí que se ha puesto en marcha desde la nada un museo, una colección, un centro de exposiciones, unos servicios y un modo de funcionar a la mejor altura internacional. Todo ello, además, sin derroches, triunfalismos, protagonismos, fáciles mimetismos ni pomposos espectáculos. Todo ello, asimismo, sin crearse falsas dicotomías entre el presente y el pasado, entre lo local, lo nacional o lo internacional; sin arrogancia y sin complejos; con los pies bien asentados sobre la tierra, pero sin renunciar de ante mano a nada... En fin: como es debido, lo más difícil. ¡Felicidades, IVAM! Y, sobre todo ¡gracias!
Babelia
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