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Barrizales de hambre

La llegada de las lluvias acentúa la tragedia de miles de somalíes refugiados en Kenia

Dos años de sequía y de guerra civil han hecho saltar en pedazos su existencia. Arrancados de su entorno y recluidos en campos de refugiados o en ciudades del este de Kenia, medio millón de nómadas somalíes hacen frente a la estación de lluvias. Al hambre, la basura y el hacinamiento se unen ahora las epidemias.

Los primeros chaparrones caen por la mañana. Las chozas se inundan y el mar de arena que les rodea se convierte en un barrizal. El agua no les va a devolver el ganado y, en cambio, va a prolongar su lenta agonía.La provincia del noreste no figura en los recorridos turísticos de Kenia. Hasta ella no Ilegan safaris fotográficos ni visitantes barrigudos disfrazados de explorador. Esta gran franja semidesértica, limítrofe con Somalia, pertenece a Kenia sólo por las arbitrariedades coloniales: ha sido y es dominio de los pastores nómadas de etnia somalí, víctimas, a un lado y otro de la frontera, de la guerra y la sequía.

Garissa, la capital de la provincia, ha triplicado su población en menos de un año. Los alrededores de la ciudad, que nunca sobrepasó los 10.000 habitantes, se han llenado de chocitas de paja. En ellas, más de 30.000 nómadas se disputan el espacio con las espinas de las acacias.

Para miles de familias somalíes, la historia es la misma: la sequía mató primero a las cabras; luego a los camellos; o un clan enemigo se hizo con su territorio. Ahora no tienen nada, sólo los 200 gramos de trigo que reciben cada día de la ayuda internacional. "Aquí se han muerto muchos niños de hambre y se siguen muriendo. Los primeros estudios que hicimos nos dieron unas tasas de malnutrición infantil del 50%", explica José Antonio Bastos, coordinador de un equipo español de Médicos sin Fronteras.

La llegada masiva de refugiados y desplazados ha cambiado la vida de la ciudad. "Garissa está ahora superpoblada. No hay espacio físico. Todos los servicios están desbordados y no damos más de sí", explica Zainab, una nutricionista que trabaja en el hospital provincial.

Floreciente mercado negro

Los productos empiezan a escasear y los precios se han disparado. El inevitable mercado negro de los alimentos donados por la ayuda internacional a los campos de refugiados cercanos, como Liboi, lfo o Hagadera, está empezando a afectar a los pequeños comerciantes, según reconoce Didier Latapi, responsable de la Cruz Roja en la zona.

Hasta la provincia del noreste también ha llegado el endémico bandidaje. La semana pasada, un rebaño de cabras le costó la vida a una familia entera en las afueras de Garissa. Las organizaciones no gubernamentales que trabajan en la zona suelen utilizar avionetas para sus des plazamientos, aunque el transporte de víveres y material tiene que hacerse por carretera. Los camiones que la Cruz Roja, envía desde Garissa a Somalia son presa de asaltos continuos. "Suelen llevarse la ropa y el dinero de los conductores, pero hasta ahora no han tocado la carga ni los vehículos", dice Latapi.

La llegada de las lluvias va a empeorar la situación. El agua va a facilitar la expansión de enfermedades como el cólera o la fiebre tifoidea. Los problemas no han hecho más que comenzar.

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