19 productores de cine crean un frente común contra la "desidia" del Gobierno
La Fundación Procine, con una inversión de 100 millones, se presenta en San Sebastián
Diecinueve productores de cine se han unido hasta ahora a la iniciativa de crear la Fundación Procine, destinada a aunar esfuerzos orientados a la resolución de los graves problemas que se le presentan al cine español ante la inminente fusión del mercado nacional en el comunitario. Cada uno de ellos aporta cinco millones de pesetas, lo que acumula un total cercano a los 100. Esta iniciativa privada pretende, según sus impulsores, cubrir en lo posible la falta de una iniciativa pública o, literalmente, la "absoluta desidia" del Gobierno para afrontar la situación crítica de este sector en España.
No parece casual que al anuncio formal -aunque ya era informalmente sabido en las bambalinas de la profesión periodística y cinematográfica de que se pone en marcha la Fundación Procine tuviera lugar aquí, en San Sebastián, un día después del acto de presencia del ministro de Cultura, Jordi Solé Tura, en la sala de conferencias de prensa del festival donostiarra.De esta forma, con este gesto, la existencia de Procine adquiere forma de respuesta al persistente silencio del Gobierno ante las demandas de los profesionales (formuladas de manera orgánica tras la celebración a primeros del pasado mes de junio en Madrid de las Jornadas Audiovisual Español 93) de que se elabore y promulgue en España un conjunto de disposiciones administrativas y legislativas que permitan afrontar a la industria del cine español su integración en el mercado único, en igualdad de condiciones que los restantes países comunitarios.
En sus declaraciones de anteayer, Solé Tura no aportó ninguna indicación de que el Gobierno prepare algo serio en este sentido. Más bien insinuó lo contrario: que las cosas van a seguir aproximadamente tal como están, pues su anuncio de la creación de un organismo interministerial que estudie los problemas del cine no dice nada que no se haya dicho antes en su departamento, sin que tal disposición de ánimo se haya traducido en hechos orientados hacia la puesta en marcha de una legislación que afronte el fenómeno audiovisual de manera global y abandone para siempre la política de parches y de medidas parciales de supervivencia, que ha sido la habitual durante la última década y que ha situado al cine español al borde del colapso.
Casi todos los productores españoles con alguna resonancia -como Elías Querejeta, Víctor Manuel, Emilio Martínez Lázaro, Andrés Vicente Gómez, Pedro Masó, José Sámano, Agustín Almodóvar e Imanol Uribe, entre otros- se han adherido ya a la Fundación Procine, cuyo presidente será el veterano Alfredo Matas.
La pequeña base empresarial que puede generar y mover su mínimo capital aspira, no obstante, a multiplicar su capacidad operativa a causa de la fuerza moral y la expresividad que anima a su propósito fundamental: mantener una presión constante sobre la opinión pública española, para que ésta perciba (y a través de ella los políticos), la verdadera dimensión y la importancia histórica de lo que está en juego, que es la existencia de un verdadero cine propio, hablado en nuestros idiomas y que, en un mundo donde la imagen adquiere cada día mayor fuerza como vehículo de identidad de una cultura, se mantenga y se dé consistencia a una imagen española que ofrecer al mundo entero.
Mientras tanto, la sección oficial del festival presentó dos nuevas películas en concurso. La más interesante es la mexicana El patrullero, dirigida por el estadounidense Alex Cox. Es una trepidante historia que, de haberse realizado con menor énfasis, hubiera conducido a una película de mayor entidad de lo que al final resulta en manos de Cox, cineasta inclinado hacia la retórica visual y que, a causa de esta inclinación, hincha y superficializa el celuloide que filma. Con más sencillez, El patrullero habría alcanzado mayor hondura. Queda un buen apunte de western moderno, radicalidad y acidez crítica en las intenciones y poco más. Aceptable dentro de la media de calidades, que es hasta ahora más baja que la anunciada por los miembros de la organización del festival de San Sebastián.
La otra película es la neozelandesa The Footstep Man, dirigida por León Narbey, que contiene una original historia filmada con imágenes escasamente originales, bastante planas, lo que le convierte en un buen proyecto materializado por debajo de sus posibilidades. Aceptable, y nada más.
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