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El débil y fragmentado cine europeo, ante el 93

La colonización económica y cultural que ejercen las multinacionales norteamericanas del cine no parece importar a buenaparte de los Gobiernos europeos, incluido el español, según el articulista. De no tomarse medidas urgentes, señala, podría ocurrir que, coincidiendo con el centenario del cine en 1995, se levante acta de defunción de la cinematografía europea y de su enorme significación cultural.

Aunque todavía no en la medida que sería deseable, la opinión pública comienza a ser consciente de la grave situación por la que atraviesa la industria audiovisual en Europa en general y en España en particular, sobre la que han dado el toque de alarma diversos colectivos y de la que se han hecho eco los medios de comunicación.Parece por tanto conveniente formular algunas reflexiones que, evitando las lamentaciones inútiles, pongan el acento en un análisis riguroso de los datos disponibles y la búsqueda de soluciones antes de que sea tarde.

El actual panorama del cine español puede resumirse en unos pocos datos. Por ejemplo, de las 20 películas más taquilleras estrenadas en nuestro país en 1991, 19 fueron norteamericanas. Los títulos de las cinco primeras: Bailando con lobos, Terminator II, El silencio de los corderos, Robin Hood y Sólo en casa, indican que no es una casualidad intrínseca la causa de esas elevadas recaudaciones, pues entre ellas figura desde alguna de interés hasta otras a las que se podría calificar de mediocres.

Este fenómeno se repite año tras año, lo que hace que el cine producido en España y en los restantes países europeos se vea relegado a cuotas ínfimas dentro de sus propios mercados. Así, por recaudación y número de espectadores, las películas españolas se sitúan por debajo del 10%, con un porcentaje similar para el conjunto de cinematografías en otros tiempos vigorosas, como la italiana, la francesa o la británica. Aparte de a la debilidad y fragmentación de esas industrias, esos resultados se deben a los métodos tradicionalmente empleados por las majors norteamericanas para dominar el mercado: la contratación por lotes, el incumplimiento reiterado de las disposiciones vigentes en cada país, el monopolio sobre las mejores fechas y locales para sus propios productos...

Países colonizados

La respuesta de los Gobiernos de los países de ese modo colonizados ha consistido por lo general en medidas destinadas a salvaguardar su propia industria, como la cuota de pantalla o las licencias de doblaje, propias de naciones europeas; u otras, como el bloqueo de las divisas generadas por la explotación de las películas procedentes de EE UU, preferidas por países como la India y Brasil, que a la larga se vuelven en contra suya, al utilizarse los excedentes acumulados para financiar superproducciones tipo Ghandi.

Los intentos de frenar la invasión económica y cultural de Estados Unidos han conducido a numerosos países a la adopción del sistema de subvenciones anticipadas, apoyándose así uno de los componentes del complejo y delicado engranaje que es el mercado del cine, la producción, pero sin intervenir en otros, como la distribución, la exhibición, el video, que siguen en manos de las majors, posibilitando el mantenimiento de un mercado cautivo, en el que unos pocos ejercen un poder casi omnímodo, marginando a quienes no se someten a sus dictados. Al no encontrar salida la producción nacional, las subvenciones se convierten de hecho en subvenciones a fondo perdido. Eso ha contribuido a desprestigiar al cine español ante sus consumidores potenciales, que lo consideran un sector deficitario, fuertemente protegido y, como señalaba Andrés Trapiello en estas mismas páginas, "merecedor de desaparecer no por pobre sino por malo".

Sin negar la parte de responsabilidad que pudiera corresponder a los propios profesionales del cine en esta situación catastrófica, conviene recordar que las cosas están igual de mal en él resto de Europa, con la excepción relativa de Francia, que ha sabido defender mejor su propio mercado y su propia cultura, y de la que otras naciones, entre ellas la nuestra, suelen copiar las fórmulas de apoyo al cine.

Pero, a pesar de los resultados parciales que arrojen estas medidas, y otras, ya en marcha, como las alianzas entre distribuidores de distintos países o el convenio europeo sobre coproducciones, que permitirá que cuatro o más productores de distintas nacionalidades participen en un proyecto, conservando las ayudas nacionales sin tener que cumplir las aportaciones técnicas y artísticas que han convenido a muchos de los anteriores intentos en indigestos europuddings, subsiste el problema de fondo, el de la hegemonía casi absoluta de las majors, que amenaza con anular o desviar en su propio beneficio los efectos de esas medidas protectoras.

No olvidemos que, mientras que la Europa unida es todavía un proyecto, en términos de distribución las majors norteamericanas han tratado siempre a nuestro continente como un mercado único, con un control y dirección centralizados y unas gigantescas economías de escala, mientras que los pocos distribuidores nacionales que subsisten en Europa funcionan como auténticos minifundios, por lo que a una película europea le resulta casi imposible conseguir distribución fuera de sus fronteras, si es que la consigue dentro de ellas. Como dato ilustrativo baste citar que, de los 129 títulos producidos en Italia en 1991, 42 (es decir, un tercio) no llegaron a estrenarse, mientras que sólo cuatro o cinco de los que sí lo hicieron recuperaron su inversión en taquilla. En España los porcentajes son casi idénticos, con el agravante de que la producción se ha estancado en tomo a los 40 títulos anuales y amenaza con descender aún más.

Agravamiento

La situación se ve agravada por las especiales características de la industria del cine que la diferencian de otros sectores productivos y la gacen mucho más frágil Entre ellas figura el plazo de recuperación de la inversión inicial, ya que la mayoría de los desembolsos se realizan al comienzo de todo el proceso, siguiendo el modelo económico de coste oculto o coste inicial no recurrentete, de lo que se deriva además el peligro de que los ingresos a largo plazo de una película repercutan no sobre quienes han realizado la fuerte inversión inicial sino sobre quienes posean los derechos residuales de la misma.

Otra característica propia de la industria del cine es su elevado margen de riesgo, que impone una diversificación para conseguir algún éxito con el que mantener la actividad y compensar los fracasos, como ocurre en la de la exploración petrolífera, en la que el descubrimiento de un solo pozo justifica numerosos intentos fallidos. Eso hace que la inversión en cine resulte poco atractiva para financieras y bancos, que suelen limitarse a descontar sumas que el productor ha conseguido de antemano.

Acta de defunción

Esta desfavorable combinación de circunstancias, unida al desinterés de buena parte de los Gobiernos europeos, incluyendo el español, a los que no parece preocupar esa colonización económica y cultural, pueden conducirnos a que, coincidiendo con el centenario del cine en 1995, tengamos que levantar acta de defunción de unas cinematografías que han aportado al séptimo arte buena parte de sus grandes obras.

Resulta imprescindible una pronta intervención tanto de los Gobiernos como de la propia CE, que reúna y sistematice las diversas medidas adoptadas por algunos de los países que la integran, como el sistema francés de desgravaciones fiscales a través de las sociedades de gestión (a lo que se opone en España la miope política del Ministerio de Hacienda, reflejada en la mezquindad de la ley sobre mecenazgo), hasta la municipalización de los cines aplicada en Dinamarca, que ha salvado de la piqueta numerosas salas, conjuntándolas en un proyecto global que potencie el cine europeo y lo sitúe en condiciones no sólo de ser rentable sino incluso de competir con el americano.

Dado que, después de la aeronáutica, la industria audiovisual es la segunda más importante de Estados Unidos, está claro que las majors no se quedarían cruzadas de brazos ante un proyecto así, al que opondrían nuevos obstáculos que se sumarían a los ya existentes. Entre éstos se suele citar como uno de los mayores la gran diversidad de idiomas y culturas que hay en la CE; pero, si eso no ha impedido al cine norteamericano extraer de Europa más del 40% de sus beneficios, por qué los europeos no podrían hacer lo mismo partiendo de las ventajas que comportará el mercado único a partir del 93.

En ese marco, y con los recursos de que dispone, entre los que no es el menor el capital humano de sus profesionales, el cine europeo podría, si existe voluntad política de hacerlo, plantar cara a la colonización norteamericana y recuperar para sí su propio mercado, impidiendo la desaparición de una industria importante en términos económicos, pero que lo es mucho más si se piensa en lo que representa para el conjunto de los pueblos europeos: la posibilidad de reconocerse a sí mismos y de expresar su propia identidad, al tiempo que la mayor vía de acceso al conocimiento y la cultura.

Andrés Linares es director de cine

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