¿Qué es una desgravación, mamá?
7 de junio'92. -Queridos biznietos: me había quedado yo pensando, después de echaros mi carta última, que quizá os chocaría un tanto la vehemencia con que en ella os recordaba cosas tan simples y evidentes como la prostitución y la pareja y cómo eran incompatibles con cualquier vida y sentimiento y pensamiento que pudiera querer resucitar entre vosotros, entre las ruinas del Sistema Definitivo de Administración de Muerte bajo el que estábamos nosotros agonizando.Y puede ser, angelitos de mis cabellos; pero es que sentía yo que había en eso (que lo hay) una cuestión de táctica elemental para esta guerra, y no podía menos de recordárosla, por si acaso se os pasaba, por demasiado clara y evidente: táctica, a saber, contra ese truco que los Ejecutivos de Dios usan de imponer, como cosa natural, un vocabulario y unas locuciones que, con sólo usarlas con esa naturalidad, ya están asegurando en los cimientos mismos las ideas que Ellos querían vender como Realidad, esto es, como sustituto de lo que podía haber por debajo de las ideas.
Por ejemplo, cuando os escribía sobre eso del amor y de los sexos, era que me había encontrado el día antes en la radio del taxista que me llevaba (sí, florecillas de mi grana seca, hay que confesároslo: que, en medio de esta guerra contra el Automóvil, andaba yo cada dos por tres contradiciéndome con los hechos y tomando un auto, si no quería que el Dragón llegara antes que yo a la cueva de la princesa), el caso es que sonaba en la radio una de esas como tertulias, que hacían muchas en nuestros años, trayendo a unos personajones, intelektuales, artistos o famosos en general, a que discurrieran sobre un tema, que era en aquel caso el harto manido de la igualdad o desigualdad de ambos sexos y los derechos y deberes respectivos de hombres y mujeres; bueno, pues todo el rato que duró aquello (que fue largo: ya os habrán quedado noticias de cómo el Desarrollo del Automóvil había logrado en este año de gracia que se tardara regularmente una hora y pico en atravesar Madrid de día, a una media de cinco kilómetros por hora, pero, eso sí, lo más variada y arrítmica posible) y entre lo mucho que opinaban y contraopinaban, "Porque si el hombre llega a casa y se encuentra que...", "Pero, si la mujer trabaja, y luego encima...", "Porque el trabajo del hogar es tanto o más duro que...", "Porque no es justo que, si los dos ganan, luego a la hora de fregar los platos...", y las demás soplapolleces que supongo que aún, a la distancia, podéis imaginaros, pues resulta que ni una voz había habido que rompiera y cuestionara ese escenario que todas presuponían para las relaciones entre uno y otro sexo, y por tanto, era mentira que estuvieran hablando de hombres y mujeres: estaban hablando de señores y señoras, de cónyuges, de componentes de pareja; sólo que no se daban cuenta, y así, al dar por supuesta la pareja como condición, la estaban confirmando y ratificando, cada vez que abrían la boca, en la Realidad. ¡Figuráós lo que importará después de eso quién friegue los platos!
Imbecilidad reinante
Pues lo mismo en las otras cosas; y era contra ese, procedimiento de hablar de la Realidad como si estuviera ahí, naturalmente, y al hablar, así de ella contribuir a cada paso a mantenerla y fabricarla, contra ese proceso de la imbecilidad reinante era contra lo que, muertecitas mías vivas, quería aquí volver a recordaros la santa astucia, popular, aunque también la voz de Sócrates nos la enseñe, que consiste en preguntar "Y eso ¿qué es?", y no dejar que ninguna istitución o ilusión -se corrobore por el empleo, natural y desprevenido, de su nombre: "¿Platos? ¿Qué platos son ésos?"; "¿Trabajo del hogar? ¿Qué trabajó? ¿De qué hogar me está usté hablando?"
Y así con cualesquiera cuestiones, mayormente políticas, de que se esté tratando: pues cualquier cuestión que toca a tratos de hombres (y mujeres, ay) es política; y confío que no más consentiréis, entre vuestros contemporáneos y en esa ruina de Estado-y-Capital que os ha tocado, que haya uno solo que escurra el bulto haciendo, humildemente, como que cree que hay, para las cuestiones políticas, especialistas, a saber, los políticos (o los filósofos, ¡vaya usté a saber!, o los economistas, ¡vive Dios!), y que la gente corriente puede muy bien emplear, para sus intrascendentes comentarios, los nombres que los Medios de Formación de Masas, les suministran para el caso. ¡No! ¡Nunca jamás! -¿verdad?: el pueblo es el que habla, y ante las palabras o realidades de los políticos (o los filósofos, o los economistas, ¡qué coños más da!), lo que el pueblo dice, mientras está despierto, es lo mismo, de Sócrates: "Y eso ¿qué es?" Figuráos, criaturillas de mi desgracia, lo poco que habría avanzado este Imperio de la Tecnodemocracia con cuyas ruinas tenéis ahora que habéroslas vosotros, si a cada nuevo trampantojo que les sacaban se hubiera levantado un coro de voces preguntando "¿Y eso ¿qué es?": pues nada, que ni el Desarrollo se habría desarrollado ni estaríais vosotros ahora sudando por dejar algún terreno limpio de cadáveres entre el derrumbe de sus cementosas ilusiones. Y en cambio... vergüenza me da tener que contaros cómo andaban las cosas en este mundo, hasta qué punto habían logrado que la Mayoría tragase todo lo que les echarán, que se creyeran que eso que les vendían como, dinero era la realidad palpable de sus vidas, que esta carga de leyes y papeleos en que los ahogaban era la necesidad misma del aire y de la tierra.
Les decían (lo mismo que fueran Portavoces del Gobierno que Medios de Formación de Masas que Líderes de Sindicatos: pues todos a una sostenían que eso era lo concreto y lo que a la Mayoría le interesaba), les decían "Salario Mínimo Interprofesional", y pasando, y ni una voz que preguntara "Y ¿qué es eso?"; les decían "Desgravación en la Declaración de la Renta", y nada, y nadie preguntaba "Y eso ¿qué es?": por el contrario, estos días pasados, en la radio de dos taxistas consecutivos, había tenido yo que tragarme sendas emisiones de consulta en las que expertos explicaban a oyentes (¡que preguntaban eso, Cristo vivo!) lo que había que incluir en esta casilla o en la otra, lo que era desgravitacionable y lo que no; y se suponía que eso era de interés palpitante para la Mayoría de los radioescuchas, casi tanto (y no es comparación ociosa) como esas otras emisiones de patología vulgarizada y prevención de los alifafes más de moda, que también sonaban mucho en las radios de los taxistas.
Así que les decían "Mercado Común" o "Tasa de Inflación" o "Disminución de la Progresión del Paro" o "Creación de Puestos de Trabajo" o "Ley de Redistribución de las Competencias Autonómicas", y se aspiraba a que el incauto se creyera que le estaban. hablando de cosas, de berzas o longanizas o calzoncillos de algodón. Y la Mayoría, válganos la Madre de Dios, se lo creían. Algunos quedaban que no, que no; pero hasta a ésos les habían quitado las ganas de preguntar "Y eso ¿qué es, señores míos?".
Y cada vez que uno de los feligreses repetía obedientemente "Salario Mínimo", "Puestos de Trabajo", "Desgravación", "Concierto con la Patronal", "Quinto Centenario", "Presidencia del Gobierno", estaba contribuyendo a que esas fantasías desgraciadas de la Administración de Muerte vinieran a convertirse en la Realidad.
Calculad vosotros, barrenderillos de nuestras ilusiones, con ese procedimiento de dominación, dónde iba a quedar un hueco para que algún niño atrasadillo se atreviera a preguntar. "Y ¿qué es una desgravación, mamá?", "Y ¿qué es una Opa?", "Y ¿qué es un Estado de Derecho?", "Y ¿por qué tiene que haber Gobierno, mamaíta?", "Y ¿por qué tiene que haber clase?"
Ya entendéis que, con esas denominaciones fantasiosas (y os lo digo por si todavía siguen asomando de entre la basura gusarapos como ésos, que todo cabe, prenditas de mi desengaño) de lo que se trataba era de alejar cada vez más la posibilidad de que nadie preguntara por la necesidad de la Administración; que, a fuerza de darla por supuesta (pues ¿no sabemos, los nombres de sus mecanismos?), llegara a creérsela tan necesaria como el agua para la sed.
Mejor que yo habréis llegado a entender vosotros, aunque sólo sea por haber durado más en el sufrimiento, que en la forma más avanzada de la Administración, ésta de la Tecnodemocracia que hoy nos agobiaba debatiéndose en los coletazos de su delirio, seguía reinando íntegra la fe que 6.000 años antes sostenía al Faraón sobre su trono; que en los últimos desarrollos de la Democracia y de la Idea Socialista sometida a su servicio, subsistía incólume la misma fe que habían promovido los Fascismos: a saber, que a los hombres hay que gobernarlos.
Cómo se sabía eso, no habla ya ni que explicarlo, puesto que no había nadie que lo preguntara: hasta tal punto era evidente. Lo más, algún Ejecutivo de Dios, si le pinchabas mucho, podía en un momento de debilidad acceder a razonarte, esbozando una sonrisa: "Es que, si se los dejara sueltos... "
Si se los dejara sueltos, ¿qué?: ¿iban a comerse unos a otros, como no hacen jamás los lobos, según muchos siglos antes de Hobbes habían hecho notar algunos piadosos? ¿Iba a ser el reino del crimen? ¿Iba a ser el caos? Pero el caso era que nunca se los había dejado sueltos desde el arranque mismo del registro de la Historia. ¿Cómo se sabía entonces? De lo que había costancia cierta, desde los jeroglíficos sumerios a la ración de Realidad que aquí cada día la Televisión suministraba, era de los crímenes, individuales y masivos, de las muertes por la Idea y por la Causa, que se daban en las naciones gobernadas (y hasta más en las más fuertemente gobernadas), del caos conseguido (burocracia o tráfico urbano por ejemplo) por la vía de la Administración, y más caos cuanto más perfecta y complicada. De eso sí que había costancia; pero ¿de lo otro?
La mera negación
"Pues ¿qué?" respondía nuestro Ejecutivo de Dios resoplando quizás un poco por la naricilla, "¿qué es lo que crees que te ibas a encontrar?: ¿el buen salvaje?" Pero no (a esto también tenéis que saber responder, viditas, por si acaso alguno tan necio os sale todavía al paso), no: algo mucho mejor que el buen salvaje: eso: que no se sabe: la mera negación, que borra toda mala fe, y que puede despertar esa tentación popular siempre latente: "Hombre, puesto que no se sabe, vamos a averiguarlo, a ver qué pasa si se quitan los Gobiernos"; o por lo pronto: "¿Qué tal si hubiera un poco menos y menos de Gobierno, a ver qué pasa?"
Pero el Señor no quiere que se haga nada ni que se razone: lo que su Poder necesita es la Fe, siempre la Fe, la misma Fe: "A los hombres hay que gobernarlos". Y la mejor salvaguarda de la Fe era que las Masas aprendieran a repetir los Nombres y Realidades que los Administradores les vendían, sin osar un momento preguntar "¿Qué es eso?"
Así es como se formaban las Masas de Individuos, y así también como se designaban (lo mismo bajo el Faraón que bajo el Imperio Romano que bajo el Fascio que bajo la Tecnocracia del Desarrollo) los Ejecutivos de Dios y los dirigentes: no ¿los más fuertes?; no "los más listos": los de más fe; y cuanta más fe, más alto en la Pirámide; o sea los más alejados de volver a preguntar jamás "¿Qué es el Estado, mamaíta? ¿Qué es la Banca?"
Esa fe se pagaba con poder y puesto, tanto más alto cuanta más fe; y así se garantizaba que, fundados en la estupidez segura de sí misma, fueran siempre los Gobiernos lo que los Gobiernos son, nunca otra cosa. Os lo contaba, maravillas de mi desaparición, por si acaso todavía se levanta entre los tufillos del basurero alguna Idea, alguna Fe, que os distraiga de seguir haciendo lo que os ha tocado, amorcillos míos: barriendo, limpiando, negando nuestra fe y nuestras realidades.
Con muchas rosas de besos desde aquí, debajo de la tierra.
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