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Tribuna:GALARDON A UN ESPAÑOL DEL SIGLO XX
Tribuna
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Conciencia alerta

José-Carlos Mainer

Suele acertar el Premio Cervantes y debemos, antes que otra cosa, felicitarnos por ello. No es difícil imaginar que el jurado pondera cuidadosamente todas las dimensiones que una obra ya granada representa y cumple añadir que en el caso de Francisco Ayala se ha hecho encaje de bolillos para atender y satisfacer las expectativas más legítimas de muchos de esos valores: se ha premiado de nuevo a la tarea del exilio español; se ha reiterado el reconocimiento de la generación surgida al calor de 1927; se ha galardonado a quien cultiva la narración, el ensayo literario y el tratado universitario; se ha logrado unir la significación española de un autor y su dimensión latinoamericana.Emigrado crítico

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El final de un olvido

Ocurre, sin embargo que quien conoce a Ayala, granadino de 1906, y lo sabe encarnación eximia de todos esos títulos, conoce también con qué pícara inteligencia escurre el bulto de las clasificaciones prematuras. Porque fue exiliado de 1939, pero ha sido un emigrado crítico con la nostalgia de sus compañeros de destierro y hombre que ha sabido vincularse con entusiasmo a sus nuevos horizontes: sean estos los esperanzadores de Argentina y Brasil en los años cuarenta, los más confortables de Puerto Rico en el decenio siguiente o los del amplio reconocimiento intelectual de Estados Unidos ya en los sesenta. Y, sobre todo, ha sido el exiliado que con más perspicacia y fecundidad ha sabido reinsertar su persona y su obra en su país de origen. Como escritor pertenece, en efecto, a la promoción que resulta muy joven para ser del veintisiete y algo talluda para ser de 1936, pero ¿quién recordaría este decanato a quien escribe fluidamente con ordenador, a quien se interesa por lo que publican los más jóvenes y a quien sostiene en estas mismas páginas una valiente opinión sobre el tratamiento jurídico de las drogas? Y, por último, ¿quién lo escalafonaría como novelista, sociólogo o estudioso de la literatura sin mutilar algo de su lección literaria y sin quebrar una profunda unidad intelectual? ¿Quién restaría representatividad a los cuentos de La cabeza del cordero por cuenta, de los ensayos de Histrionismo y representación o quién separaría la imaginación de Muertes de perro de los estudios sobre la ironía cervantina o de una espléndida lectura de El Aleph, de Borges? Tal unidad la demuestra ese intenso Ayala más reciente, cuya obra creativa escapa a los géneros convencionales: el que compila en los fragmentos de El jardín de las delicias (un libro que iba a titular El mundo en que vivíamos), los retazos de su memoria cultural, los esbozos de una sociología de lo cotidiano, el humor cruel de su lucidez, la piedad pudorosa de su experiencia, el aroma cálido de la vida personal muy bien vivida y la distancia diáfana de la ironía radical.

Y es que, si esta categoría no anduviera ya muy venida a menos, diría que el calificativo de intelectual es el que conviene mejor a nuestro Francisco Ayala, alto funcionario de la República española, catedrático universitario, autor de dos novelas irrepetibles -Muertes de perro y El fondo del vaso-, cuentista de rara maestría y, hace bien poco, firmante de unas memorias cuyo título revela ironía y verdad: Recuerdos y olvidos. Toda su literatura está hecha de sutiles perspectivas burlonas, de testigos pérfidos (como el inválido Pinerito de Muertes de perro), de jactancias burladas (como la del José Lino Ruiz de El fondo del vaso), de elipsis desazonantes pero reveladoras y de la lucha tenaz de la memoria contra el tiempo. Por eso va a ser muy difícil coger en un renuncio de vanidad o de descuido a este escritor que ha ganado el Premio Cervantes y que previamente ha sido conciencia alerta de éstos tiempos recios. Ad multos annos.

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