La última película producida en la ex RDA, máxima atracción del día
Una curiosidad que ha ingresado en la historia, Erster verlust, de Maxim Dessau, película comenzada cuando todavía existía la hoy fenecida República Democrática Alemana, fue ayer la atracción principal de la mortecina selección oficial del Festival Internacional de Cine de San Sebastián. Su interés cinematográfico es escaso, inferior, en todo caso, al de Den store badedag, del danés Stellan Olsson, una correctísima, pulcra adaptación literaria ambientada en un tiempo histórico parecido al de la película alemana.A medida que avanzan los días, se constata el progresivo declive de la selección oficial, prisionera en los tres últimos de las urgencias y las efemérides históricas. Tanto el filme de García Sánchez como el soviético de Serguéi Snezhkin, premonitorio del golpe de Estado del pasado agosto en la URSS, sitúan su interés polémico fuera de los límites materiales de la pantalla. La película alemana a competición ayer, Erster verlust (Primera pérdida) discurre por parecidos derroteros: nadie niega la oportunidad de su programación aquí, pero tampoco nadie puede ver en ella valores cinematográficos suficientemente ilustres como para convertirlo en favorito a unos premios que, hasta el día de hoy siguen huérfanos de claros aspirantes.
Historia mas que mínima
Erster verlust narra una historia más que mínima, casi inexistente: la relación entre dos mujeres, habitantes de una granja, y un prisionero de guerra ruso.
La progresiva conversión de un humillado despojo humano en persona, las barreras que van cayendo en su relación sobre todo con una de las mujeres y, en fin un mundo opresivo y feroz, el alemán de 1942, son mostrados en impecable blanco y negro y con morosidad y lentitud extremas.
Primera pérdida es un filme equiparable a la propia Alemania comunista: gris y sin atractivos, una crónica de sordas violencias en la tradición del heimatfilm, variante de temática campesina que el cine del oeste cultivó siempre con esmero. O dicho de otra manera: el III Reich plasmó su final en un espectáculo wagneriano y grandilocuente; la Alemania comunista sucumbió, cinematográficamente, con un producto menor, la primera obra, además, y premonitoriamente, de un cineasta que la terminó ya en la Alemania unificada. Ironías de la historia.
En comparación con Primera pérdida, El gran día de baño, de Stellan Olsson, parece mejor aún de lo que es. Adaptación literaria en la mejor tradición nórdica, bien ambientada, correctamente interpretada y contada con competencia y, oficio, no puede esperarse de su más bien lineal peripecia ningún riesgo, ningún golpe de genio.
Es, no obstante, mucho más de lo que han dado de sí los tres últimos días de festival.
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