La invención de ser Bioy
Los escritores, entre otros vicios, tenemos el de querer ser otros. Durante mucho tiempo, a lo largo de mi adolescencia y de la parte de mi primera juventud que viví en Buenos Aires, yo deseé intensamente, con amor y con envidia, ser Adolfo Bioy Casares. No ser Borges: el constante amigo de Bioy no era un modelo posible; era, sobre todo, el escenógrafo, el inventor de la ciudad en que nos movíamos. Además, los modelos de la adolescencia no se escogen desde la inteligencia, sino esde la seducción.Primero vino La invención de Morel, pero la revolución la trajo Plan de evasión, novela sobre la que conviene recordar, para lectores desprevenidos y suspicaces, que precede en 13 años al Siglo de las Luces, de Alejo Carpentier. No hablo aquí de una revolución literaria, ni política, sino personal: para los que ensoñábamos escribir, esa novela era una prueba de que, en país tan apartado e imitativo, todo se podía hacer.
Además, esas páginas singulares las había escrito un hombre hermoso, dulce y sabio, con ese encanto de los hombres que gustan realmen te de las mujeres , un hombre que tanto podía pasearse por la calle Santa Fe, en Buenos Aires, como atravesar dignamente algún puente mítico de Praga, como protagonizar una película de las que entonces -hablo de hace 30 años- nos conmovían como lo que eran: expresiones perfectas de una aristocracia de la Ilustración, liberal, serenamente antifascista, la que acompañó sin protagonismos las manifestaciones de los que, en la Argentina del peronismo en ascenso, salieron a festejar la liberación de París: podíamos imaginar perfectamente a Bioy compartiendo cartel con Gerard Philip en un diáfano blanco y negro de René Clair. Él podía.
A todo eso Bioy agregó, en el 54, anunciando un desarrollo que la historia no iba a permitir hasta un año más tarde, El sueño de los héroes. Lo he releído hace poco. Me convenció de un hecho ineludible: pasaron no menos de tres generaciones literarias, según quién eche las cuentas, y Adolfo Bioy Casares sigue siendo el más joven de los escritores argentinos.
La justicia de los hombres, que tiene un componente divino, acaba de concederle el mayor de los premios de la lengua castellana, el Cervantes. Bioy escribió: "Lo que un hombre debe tener es una suerte de generosidad filosófica, un cierto fatalismo, que le permita estar siempre dispuesto, como un caballero, a perder todo en cualquier momento". Por eso es más bello verle ganar.
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