Un espíritu alertado
Si convenimos en que el siglo XX, ahora declinante hacia su ocaso, con alguna mayor esperanza, pese a todo, de la que sus desoladores inicios y desarrollos han supuesto, se inició en 1914, tres grandes figuras, como mínimo, en el ámbito del mundo hispánico pueden, a mi parecer, representar la lucidez intelectual, la universalidad, la vocación didáctica y el talento literario.Ellos son José Ortega y Gasset, Alfonso Reyes y Eugenio D'Ors, figuras afines en tantos puntos. Con sus peculiaridades, aciertos y errores, fueron quienes mejor representaron, hasta muy entrados los años cincuenta, la curiosidad, la versatilidad y el rigor, servidos siempre por una escritura tan tersa como inatacable.
Por contra, pero en la misma estela, a partir de aquellas fechas esa tarea la depositó el destino sobre los hombros de quien hoy acaba de alcanzar la caución definitiva del más alto y prestigioso jurado mundial en lo que atañe a las letras.
Octavio Paz es no sólo un altísimo poeta, sino asimismo uno de los espíritus más alertados en la incesante batalla por lograr que los hombres lleguemos a ser, no más felices, cosa en absoluto desdeñable, sino más conscientes de su humanidad tan aplazada en su consecución plena como irrenunciable, en el cambiante horizonte del tiempo.
Quizás sólo un poeta, en su caso en las antípodas de la tentación torremarfileña, pudo poseer y posee -no hay más que leer su recientísimo libro Poesía y fin de siglo- el aliento suficiente para proponer en la precisa hora actual, y sin delicuescencia ni ingenuidad, algunas nociones como la renovada de fraternidad, síntesis y superación operativa, en la dialéctica libertad-igualdad, esos otros dos pívotes sobre los que ha girado el proyecto humanista, desde su enunciación en los albores de la modernidad.
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