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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El largo año de 1945

EL CASO alemán fue, probablemente, una de las consecuencias más perversas de la guerra fría que sucedieron al final de la II Guerra Mundial: se admitía que pudiera operar en la escena internacional una de las potencias económicas más sólidas y, a la vez, se la forzaba a ser la mitad rica de un país al que simultáneamente se le negaba la capacidad real de decidir sobre su futuro. La otra mitad, mientras tanto, pasaba medio siglo intentando establecer sin demasiado éxito su legitimidad y viabilidad como nación.El nuevo orden internacional ha restablecido la cordura. Cuando los alemanes acudan a las urnas el día 2 de diciembre, ejercerán su derecho al voto no solamente como ciudadanos de un único país, sino como nacionales de un Estado que, tras 45 años, ha recuperado la plena capacidad de obrar soberanamente. Nadie podrá ya blandir una última condición suspensiva a cada acto alemán independiente. Hasta el miércoles pasado, a efectos jurídicos, Alemania seguía siendo el Estado derrotado en la II Guerra Mundial y, por tanto, el enemigo cuyas acciones políticas y estratégicas más trascendentales eran controladas por las potencias aliadas, Estados Unidos, la URSS, Francia y el Reino Unido. A partir de la conclusión en Moscú de la tercera ronda de la conferencia cuatro más dos (los aliados más las dos Alemanias), esta situación ha cambiado radicalmente. Es cierto que la consolidación de los efectos del nuevo estatuto internacional de Alemania depende aún de la ratificación por los parlamentos de los cuatro países del Tratado del Acuerdo Final con Respecto a Alemania firmado en Moscú, pero se sobreentiende que se trata de poco más que un trámite. La guerra ha concluido.

Entre los temas que pesaban decisivamente sobre el problema de la recuperación de la soberanía plena por la Alemania unida destaca el de la definición de las fronteras del país reunificado: en el tratado de Moscú ha quedado establecido que los límites políticos de Alemania serán el resultante de la suma de los de la RFA y la RDA. El nuevo país renuncia definitivamente a los territorios polacos de Pomerania, Silesia y Prusia Oriental. Lo importante, sin embargo, no figura en el tratado sino por alusión indirecta: la consagración de la línea Oder-Neisse como la divisoria definitiva con Polonia, que será objeto de un acuerdo suscrito por separado.

Otra cuestión de importancia era la de la pertenencia del nuevo país a la organización defensiva de su preferencia. El tema quedó resuelto cuando, a principio de verano, el líder soviético levantó su veto a que Alemania se inclinara por la OTAN. Quedaba en pie la cuestión de la retirada del ejército soviético de Alemania del Este. Los problemas que crea este numeroso contingente (370.000 hombres) nacen de la necesidad de retirar a una fuerza extranjera de un país que deja oficialmente de ser ocupado, pero también de las dificultades creadas por. una masa humana sin ocupación clara que regresa a una patria llena de dificultades. El pasado día 10, los ministros de Exteriores de la RFA y la URSS acordaron en Moscú que el ejército soviético sería retirado de territorio alemán antes de 1994 y que tal retirada sería financiada por Bonn por un montante de unos 600.000 millones de pesetas, lo que, al parecer, ha solucionado el problema.

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Por último era preciso que, ya sin ejércitos de ocupación, Alemania quedara sin una organización militar excesiva. Al comprometerse a limitar sus efectivos a 370.000 hombres y a no producir armamento nuclear, biológico o químico, declara una vocación pacífica que es la fundamental conclusión de todo este ejercicio: el país más fuerte de Europa es también el que se compromete a no guerrear nunca más.

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