Extranjeros en la fiesta
Las corridas que Hemingway presenció en Pamplona en julio de 1923 decidieron el futuro de su obra novelística y la suerte de los sanfermines. Hemingway andaba por entonces tratando de descubrir el perfecto prototipo de macho humano, y creyó encontrarlo en los mozos que bebían y bailaban hasta perder el sentido en las calles de la capital navarra.Especialmente la figura del torero, tan viril ella, tan gallarda en la plaza, le produjo un desconcierto del que nunca llegó a reponerse. Pronto se dedicó a divulgar su hallazgo: los sanfermines destilaban la esencia de las mejores virtudes del hombre, en su versión más masculina.
Estimulados por el conocimiento de tan buena nueva, otros americanos comenzaron a aparecer por Pamplona, en principio algunos y luego por centenares, a los que finalmente se unieron anglohablantes en general y, a medida que los escritos de Hemingway iban siendo traducidos a otras lenguas, europeos de toda laya y condición.
Así llegamos a lo que llegamos. Aquellas ferias que yo imagino un tanto pueblerinas y pintorescas, a las que acudían mayormente los pobladores de los montes Pirineos y de los valles vascongados, se han metamorfoseado en una descomunal Babel.
Durante los días sanfermineros, en los momentos en los que es posible distinguir voces humanas individualizadas, se escuchan conversaciones en todos los idiomas hablados en el mundo occidental. Y hago esta puntualización porque en los sanfermines por increíble que pueda parecer no vi japoneses ni siquiera en los toros; caso único, creo yo, en los anales de la moderna tauromaquia.
Teoría
Comento esto con Allen Josephs mi amigo especialista en Hemingway, que no comparte toda mis apreciaciones. En su opinión, los sanfermines tenían un sentido concreto cuando se producían en el entramado de un sociedad motivada por criterio morales muy rígidos. El desvanecimiento de la represión, fenómeno característico del mundo actual perceptible incluso en Pamplona, hizo que la fiesta perdiese en gran parte su razón de ser Tomo nota de su teoría, que m parece valiosa.
Allen me presenta a sus amigas y amigos norteamericanos escritores en su mayoría, habituales de la fiesta que un día y lejano corrieron delante de lo toros. Alguno tiene unas copa de más, muy bien llevadas. Sobre el fondo mayoritario de nórdico y centroeuropeos desaseados vacilantes, su porte les confiere un aire de inconfundible distinción.
No se parecen en nada, por ejemplo, a esa especie de vikinga que corre vertiginosamente quizá en busca de la felicidad, quiza impulsada sin remedio hacia adelante por la dinámica que generan sus propios y enormes se nos. Miro a los americanos con respeto y un punto de admiración.
Aquí, en la terraza del Windsor, la realidad imita, con mucha dignidad, al arte.
Babelia
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