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Tribuna:CAOS EN CHINA
Tribuna
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La sacudida de Deng Xiaoping

He estado siguiendo los acontecimientos en China con el dolor propio de quien_contempla una riña de familia a la que está especialmente vinculado. Conozco a la mayoría de los actores principales del drama reciente y les he oído expresar esperanzas acerca de su país. Y encuentro especialmente conmovedor que sus disputas afecten no a la reforma, sino a sus consecuencias; se haIlan tan divididos por sus éxitos como por sus fallos.Me encontré con Deng Xiaoping poco después de que fuera liberado de prisión por primera vez, en 1974. Asistí a su lucha contra la banda de los cuatro, aunque no comprendí todas sus implicaciones. Dos años después se hallaba confinado de nuevo, acusado, como en la primera ocasión, por Mao Zedong, de "seguir la vía del capitalismo" y de buscar la "división del partido".

Vi a Zhao Ziyang por primera vez en 1981, poco después de que fuera nombrado primer ministro con el fin de acelerar el programa de reforma después de que Deng reasumiera el poder en 1979. El año pasado estaba presente cuando Deng urgió a lo que el Diario del Pueblo calificó como "una mayor energía en la apertura y la reforma". Poco después, Zhao delineó un programa que ligaba los precios a los costes reales y que era de lo más osado. De hecho, era tan radical que pregunté a Zhao si el sistema político podría aguantar un tratamiento tan drástico. Zhao se mostró confiado. Al final el programa tuvo que ser desechado a los dos meses, porque dio alas a la inflación, produjo dislocaciones en la economía y alentó la corrupción.

Ningún grupo de líderes comunistas ha sido más animoso que el chino al abordar los problemas gemelos del comunismo maduro. Primero, sus incentivos económicos son todos erróneos: recompensan el estancamiento y desaniman la iniciativa. Segundo, el sistema político sufre una pérdida de legitimidad a medida que la generación que hizo la revolución desaparece de la escena. No existen mecanismos para renovar la reivindicación de la autoridad: sólo frases hechas acerca de la infalibilidad de un partido que reclama el monopolio del poder sobre la base de que sus burócratas actúan en nombre de la verdad histórica. En todo país comunista esta burocracia será desafiada más tarde o más temprano por las fuerzas desatadas por el proceso de modernización.

Deng, símbolo y motor

Cualquier análisis de los acontecimientos en China debe comenzar con la realidad de que Deng Xiaoping ha sido durante dos décadas el símbolo, así como el motor, de la reforma. Las sacudidas de las pasadas semanas fueron provocadas por fuerzas desencadenadas por Deng. Fue la reforma que inició en 1979 la que envió a decenas de miles de jóvenes chinos a estudiar en países occidentales; abolió las comunas agrícolas e hizo de China un país casi autosuficiente desde el punto de vista alimenticio. Convirtió la monótona, gris y temerosa China de la revolución cultural en un país multicolor, íncrementando el número de bienes de consumo, produciendo un floreciente boom de la construcción y, finalmente, el malestar estudiantil. Para las pautas de la economía de mercado contemporánea, China aún está en los primeros estadios de una economía de consumo. Pero el progreso de la pasada década ha sido dramático; está por delante de los esfuerzos hechos por la Unión Soviética en el mismo sentido. De hecho, China es el único país comunista que sufre un recalentamiento de su economía.

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En el frente político, Deng Xiaoping quiso superar el proceso de purgas periódicas mediante el cual los países comunistas han resuelto tradicionalmente sus problemas de liderazgo. Caso único entre los líderes comunistas, estableció tres líneas de sucesión y abandonó gradualmente, al menos desde el punto de vista formal, sus diferentes cargos en el Estado.

Pero la historia opera según su propio impulso. Los historiadores han comentado a menudo la paradoja de que la Revolución Francesa tuviera lugar en el más rico, no en el más pobre, de los países de Europa. De manera similar, los trastornos en China tienen lugar en el país comunista más adelantado con mucho en el camino de la reforma económica y acerca de muchos asuntos sobre los cuales la cúpula china se hallaba más o menos unida. El primer ministro no estaba siendo cínico cuando dijoque el Gobierno chino intentaba ocuparse de la mayoría de las quejas planteadas por los manifestantes.

En último término, ha sido el éxito de la reforma económica lo que ha provocado los sectores sociales que están en el corazón del actual descontento en China. Y los esfuerzos de Hu Yaobang y Zhao Ziyang para incorporar a estos sectores sociales al proceso de toma de decisiones -lo cual era su intención original- condujo a que los dos protegidos de Deng se indispusieran con su formidable jefe. Porque, a fin de cuentas, la generación de Deng, que conoció la ocupación japonesa, la guerra civil y la revolución cultural, teme al caos por encima de todo.

El desafío económico era demasiado dificil. Pocas tareas son más complicadas que la transición de una economía de planificación central a otra orientada hacia el mercado. En una economía planificada centralmente, los bienes y servicios son distribuidos por decisión burocrática. Con el tiempo, los precios, que han sido establecidos por orden administrativa, pierden su relación con los costes.

Pero el comunismo es incapaz de abolir las leyes de la economía. Alguien debe pagar por los costes reales. El castigo por la planificación central y los precios subvencionados es el mal mantenimiento, la falta de innovación y el sobreempleo.

Un poder de decisión semejante en manos de los burócratas, inevitablemente conduce a la corrupción. Una de las ironías de la historia es que el comunismo, anunciado como un sistema que conduciría a la sociedad sin clases, tienda a crear una clase privilegiada. Fue para destruir a una nueva clase de privilegiados, además de una búsqueda personal del poder, por lo que Mao lanzó la revolución cultural.

Deng escogió un curso más humano y menos caótico para superar el estancamiento inherente al sistema. Embarcó a China en el camino hacia la economía de mercado y la toma de decisiones descentralizada. Pero los estadios tempranos de un proceso así tienden a incrementar las dificultades políticas. La reforma de los precios -el intento de hacer que los precios reflejen los costes reales- conduce inevitablemente a incrementos de precios, al menos en el corto plazo. El año pasado, la reforma de los precios hizo que los chinos se gastaran sus ahorros en comprar bienes antes de que los precios fueran todavía más altos, lo que condujo al acaparamiento y a una inflación incluso mayor.

Paradójicamente, el cambio hacia una economía de mercado magnífica las oportunidades de corrupción. Y ello porque habrá dos sectores económicos, al menos inicialmente: un contraído pero todavía descomunal sector público y una creciente economía de mercado. Esto produce dos clases de precios. Burócratas inescrupulosos y capitalistas están así en situación de trasladar mercancías entre ambos sectores para su lucro personal.

Además, el mercado monta su propio escenario para el descontento. El que alguien gane y que alguien pierda es la esencia misma de la economía de mercado. Es más que probable que en los primeros estadios de la economía de mercado las ganancias sean desproporcionadas; ésa fue, desde luego, la experiencia del capitalismo del siglo XIX. Y los perdedores sienten la tentación de maldecir del sistema antes que de su propio fracaso. A menudo tienen razón. Algunos de los beneficios del sector privado en China han sido sin duda el resultado de una corrupción y un nepotismo ampliamente extendidos.

El nepotismo es un problema especial en una cultura tan orientada hacia la familia como la china. En tiempos de confusión, los chinos se vuelven hacia su familia. En todas las sociedades chinas -ya sea en la China continental, en Taiwán, Singapur o Hong-Kong- la confianza fundamental se deposita en los miembros de la familia, quienes a su vez se aprovechan de ello en un modo que no guarda relación con una evaluación estricta de sus méritos. Por una ironía de la historia, el desorden en países marxistas ha sido el resultado de muchas de las causas que produjeron el marxismo en la Europa capitalista del siglo XIX.

Ejercicio de autoridad

Es poco probable que la cúpula dirigente china difiera gran cosa en su análisis de las causas del descontento. La disputa versa sobre la manera de aportar los remedios. Siguiendo la tradición, Deng Xiaoping ha creído en el ejercicio de la autoridad. Sus críticos recomiendan cooptar a los grupos disidentes.

Las manifestaciones estudiantiles recuerdan sin lugar a dudas a Deng Xiaoping la revolución cultural, cuando grandes masas de estudiantes trataron de reforzar la ortodoxia por medios que condujeron a que Deng perdiera su libertad, un hijo suyo quedara parapléjico y que perturbaron las vidas de decenas de millones de chinos. Al final, la revolución cultural produjo tantas manifestaciones desde tan diversas facciones que China estuvo al borde del caos. Y el caos es la pesadilla de los grupos dirigentes que se formaron durante la guerra civil y recuerdan la dominación japonesa, que, según creen, fue facilitada por la debilidad interna de China.

Pero cualquiera que sea la teoría que se mantenga respecto de las causas de los recientes sucesos -si han sido algo preparado o espontáneo, o más probablemente una combinación de ambas cosas- las nuevas fuerzas creadas por los éxitos de las reformas chinas son reales. Al final tendrán que recibir un papel proporcionado a su estado y responsabilidad recientemente encontrados. Una economía moderna exige un grado de posesión en común de la información y una relación con otros países de tecnología avanzada; de otro modo la inversión se agota y los grupos más educados en el interior del país se vuelven pasivos.

La historia ha demostrado que una China débil y dividida provoca inestabilidad en toda Asia. China es tan enorme, su población tan inmensa, su pueblo tan lleno de talento, que cuando un factor es quitado de la balanza, el país se inclina hacia los extremos. Hoy existe incluso el peligro de que lo que ocurre en China dé a Gorbachov lo que su diplomacia no ha conseguido en Pekín: una mayor libertad de maniobra respecto a Occidente. En la medida en que China esté absorta en sus asuntos internos, las ambiciones vietnamitas en Indochina pueden revivir. Seguramente las negociaciones sobre el futuro de Camboya se harán más dificiles; la influencia soviética en Corea del Norte tal vez crezca. Japón podría reconsiderar sus prioridades.

Para los norteamericanos es importante retener que la apertura de China era un reflejo de los intereses vitales de dos grandes países, y no de la idiosincrasia de sus líderes. La apertura tuvo lugar durante la China de Mao, por la cual no sentíamos ninguna afinidad moral ni política. Pero, durante cuatro Gobiernos norteamericanos, encabezados por líderes de los dos partidos, ha subsistido la impresión de que una relación estrecha entre China y Estados Unidos sirve a los intereses de ambos. Norteamérica tiene un gran interés en la modernización de China a causa de su importancia para la paz en Asia y en el mundo. Estados Unidos debe tener presente la extraordinaria sensibilidad de todo líder chino hacia lo que pueda parecer intervención extranjera. Por supuesto, Norteamérica tiene sus propios valores, su propia definición de lo que hace que la vida merezca la pena para los norteamericanos. Y esto debe ser afirmado en las ocasiones apropiadas. Pero los dirigentes norteamericanos son responsables, no sólo de los valores de Norteamérica, sino también de su seguridad nacional a largo plazo. Me parece que el presidente Bush ha logrado el equilibrio adecuado entre ambas consideraciones

.copyright 1989, Los Angeles Times Syndicate.

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