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Tribuna:LA UNIDAD LATINOAMERICANA / y 3
Tribuna
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Un desafío del porvenir

Sólo a partir de las Malvinas (1982), la Comunidad Europea (a la sazón la Europa de los diez) comenzó a preocuparse por Iberoamérica. La lección de la guerra de las Malvinas, a la que capciosamente la, ya tambaleante dictadura militar en Argentina se aferró como á la tabla de salvación (o seudolegitimación) de una guerra nacional para encubrir las atrocidades de la guerra sucia interior y la contundente réplica del poder imperial anglosajón tuvieron una gran importancia para toda América Latina. De seguro este episodio producirá efectos perdurables, quizá aún imprevisibles, en todo el sistema de relaciones del mundo de Occidente. El toque de alerta de las Malvinas volvió más receptiva la sensibilidad europea hacia los graves conflictos regionales latinoamericanos. Una demostración tangible de ello se dio en las conferencias interregionales de San José (198.4) y de Luxemburgo (1985), de las que surgieron un diálogo político orgánico y un proyecto de cooperación económica entre la Comunidad Europea y Centroamérica. Éste es el camino jurídicamente y democráticamente viable para el planteamiento de soluciones posibles.Victoria democrática

Es en este plano donde la reciente victoria democrática del pueblo chileno sobre los 15 años de la siniestra dictadura militar constituye un triunfo que concierne a toda nuestra América, en particular, y a los países democráticos en general. En las condiciones en que ella acaba de ser lograda, en su primera fase -el derrocamiento político y moral del dictador-, puede asegurarse, desde ya, que sus consecuencias serán irreversibles, cualesquiera sean los escollos y las derivaciones que el régimen vencido en las urnas tratará de imponer al proceso en marcha de la transición democrática en Chile. Es también indudable que esta derrota contribuirá al desmoronamiento de otros regímenes similares, como el de la dictadura militar en Paraguay, la más antigua y perversa de América. Así como es igualmente previsible que esta victoria, hecha de combatividad sin tregua, de contención cívica y de profundas convicciones de una ciudadanía que no bajó nunca, su guardia, repercuta favorablemente en otros países del Cono Sur, como Argentina, Brasil y Uruguay, en los cuales la transición hacia la democracia pluralista ha quedado estancada por las fuerzas reaccionarias que siempre quedan agazapadas al acecho de una nueva oportunidad.

En el caso de los países de América Latina y el Caribe, batidos desde hace más de un siglo por el pacto neocolonial principalmente con el imperio británico, luego con el norteamericano y las potencias europeas, a partir del período entre dos guerras, no sólo no han podido integrarse, sino, por el contrario, se han visto sometidos, la mayor parte de ellos, a la desintegración política, económica y social. Si hubiera necesidad de algunas pruebas al canto, ahí están la doctrina Monroe (antecedente de la doctrina de la seguridad nacional), la que, de aval de la emancipación de los países latinoamericanos frente a Europa, se transformó para ellos en regla de la soberanía limitada y luego en el estatuto incuestionable de la dominación. Ahí están las intervenciones de Estados Unidos (más de un millar, entre intervenciones, de todo tipo, incluidas las invasiones militares y navales). A ellas debe sumarse el apoyo logístico, diplomático y financiero al Reino Unido en la guerra de las Malvinas, la presencia de las fuerzas armadas estadounidenses en Honduras, el bloqueo y acoso de Nicaragua con la espada de Damocles de la intervención armada, su inagotable ayuda militar y económica a los contrarrevolucionarios, la participación privilegiada de este país, por vías del bumerán financiero de los créditos, en el endeudamiento latinoamericano.

En el segundo Encuentro en la Democracia: Europa-Iberoamérica (1985) se escucharon al respecto opiniones muy ilustrativas. Sergio Spoerer, por ejemplo, citando a Grabendorf, reconoció que "existe consenso en aceptar que entre ambas regiones el mayor denominador común es la vulnerabilidad frente a Estados Unidos, que vale tanto para América en el sistema interamericano como para Europa en el sistema atlántico. Las dos regiones, por razones históricas muy diferentes, terminaron por asumir un rol de socios juniors de Estados Unidos". Pero esta enunciación, que parece una boutade, no lo es. Y lo peor es que es seria y gravemente real.

Vulnerabilidad

El hecho de que tanto Europa como América Latina acepten como el mayor denominador común entre ambas regiones su vulnerabilidad frente a Estados Unidos, ¿no es aceptar lisa y llanamente la superpotencia occidental como el patrono que puede imponer, castigar, escarmentar sin apelación posible, el menor desvío o transgresión de sus aliados menores? ¿No es negar, en una consciente y resignada actitud de dimisión, la existencia misma del mundo libre, en cuya defensa se han concluido los sistemas de alianza?

En este contexto de entrecruzadas corrientes y presiones, la toma de conciencia crítica del proyecto de unificación iberoamericana no tiende a un planteamiento abstracto o anacrónico de una compleja cuestión. No se trata de formar una Commonwealth más, a la inglesa, ni de proclamar de inmediato una quimérica Unión de Estados Iberoamericanos de acuerdo con los modelos tradicionales. Los proyectos visionarios, revolucionarios, deben serio por su mesurado dinamismo pragmático. Sólo de este modo lo utópico se vuelve posible. La revisión crítica no es así un mero revisionismo postulado desde el ángulo de ideologías contrapuestas. La amalgama de razas, de culturas, de motivaciones e intereses legítimos, la necesidad de relaciones más estrechas y orgánicas, de un conocimiento mutuo más amplio y profundo, depurado de leyendas negras y leyendas blancas, constituye hoy la nebulosa de un mundo en gestación que busca plasmarse en medio de enormes dificultades, incluso de las coartadas y evasivas de una real politik que apunta al árbol sin ver el bosque. Lo que importa, desde el ángulo de lo posible, es justamente establecer y organizar una sociedad comunitaria sobre la base de nuestras identidades, afinidades y diferencias, en una conjunción que no anule sino que vitalice, en la interdependencia, la soberanía y la autonomía de cada pueblo y nación. Y esto sólo puede hacerse sobre las correlaciones entre los países latinoamericanos que tienden hacia la democratización y la España democrática. Una España en su unidad con Europa, en su europeísmo geográfico, pero también en su iberoamericanismo esencial. Quiero decir: unidad de España con Europa, de la que forma parte, y unidad de España con Latinoamérica, con la que forma un mundo aparte.

Para los países de Latinoamérica, el ingreso de España y Portugal en la CE constituye, como es obvio, una modificación importante en el sistema de correlaciones normativas (económico-financieras, jurídicas, comerciales, etcétera) con la Península; correlaciones que pueden ser ventajosas para todos si España puede cumplir ese difícil y también utópico rol de puente entre dos continentes, más allá de las restricciones e incompatibilidades que suponen estructuras organizativas como las de la CE y la nueva concepción de una Europa cuya fecha inaugural coincidirá con el V Centenario. Hay simetrías significativas. Se halla en marcha, por de pronto, el proceso de cooperación y ayuda al desarrollo de América Latina por parte de España. Cooperación que, de acuerdo con las reformas de la política exterior española, ha quedado definida por los ejes europeo e iberoamericano. No sabemos aún qué orientación tomará en el futuro esta mutación de la CE.

¿Es un nuevo bloque el que se quiere crear? Lo evidente de este proceso por etapas, que cubre por ahora un sector restringido de la Europa del Oeste, no puede limitarse a esta concepción limitada de Europa. Tal concepción volvería a enclaustrar en un gueto extraño y antihistórico a un conjunto exclusivo de países de primera y hasta de segunda clase con la función de legislar, gestionar y administrar esta suerte de nueva ecumene occidental, reducida a un tercio de la Europa, fragmentada y desarticulada precisamente por la política de bloques. La historia contemporánea no comenzó en Yalta.

Sea de esto lo que fuere, cabe aquí imaginar una nueva utopía concreta: la de una Europa en su conjunto unida por los vínculos y las correlaciones históricas que le dan basamento y cohesión, pese a la artificial secesión que la ha quebrantado. De idéntico, modo, los latinoamericanos podemos abrigar la certidumbre, aunque no fuera más que a largo plazo, de ocupar el lugar que nos corresponde junto a nuestros aliados de hoy. España y Portugal por descontado lo son.

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