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36º FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN

Aumenta el número de películas candidatas a la Concha de Oro

Hasta ayer, esta edición del festival no tenía ninguna favorita indiscutible a la que pudiésemos atribuirle la Concha de Oro anticipadamente. Hay, eso sí, una serie de títulos que, de una manera u otra, deberá incluir el palmarés, porque se trata de buenas películas que contienen grandes logros parciales, pero no acaban de resultar redondas, como la británica On the black hill, de Andrew Grieve, o las españolas Diario de invierno y El aire de un crimen, o, en un tono menor, la americana Casada con todos o la china Mujeres virtuosas. Esto hasta la proyección de Myonichi, del japonés Kazuo Kuroki, y de Krotki film, del polaco Kieslowski, que obligan a romper las quinielas anteriores.

Myonichi, podría titularse también El día antes del día después, haciendo referencia a la producción televisiva de Nicholas Meyer The day after, una película que se ganó una sorprendente repercusión pública como si fuera la primera en mostrar lo qué podía ser despertarse a la mañana siguiente de iniciarse una guerra nuclear.Para el japonés Kazuo Kuroki, los miles de muertos y heridos son datos estadísticos, ocultan otras muchas cosas.

En Myonichi nos presenta un entramado de anécdotas de vida cotidiana que se sitúan en Nagasaki el día 8 de agosto de 1945. Durante 24 horas contemplamos los problemas, deseos y angustias de unos ciudadanos que desconocen que no tienen futuro.

Al principio, el tema obsesivo de todos es la comida, racionada y escasa, luego la supervivencia inmediata se va viendo sustituida por cuestiones de orden sentimetal. Nacen amores, los coreanos se sienten ofendidos por cómo son tratados por los japoneses, las parturientas se encuentran con dificultades con su comadrona borrachina, los prisioneros americanos mueren igual que los ancianos enfermos, los chicos jóvenes reciben una carta que les comunica su inmediato reclutamiento, etcétera. Myonichi se basa en una novela de Mitsuharu Inoue, según parece muy precisa en su descripción de la vida diaria frente a una situación extraordiaria. La versión cinematográfica de la misma participa de iguales méritos, pues está concebida como una suma de mil pequeños detalles, casi como un no-relato, una propuesta conceptualmente neorrealista pero cuya plástica entronca con la tradición del cine nipón. Luego, al final, después de toda esa delicadeza en la manera de mostrar la vida a partir del detalle, llega la bomba y de todo ello tan solo queda el recuerdo.

Krzystof Kieslowski fue uno de los grandes triunfadores del último Festival de Cannes Con Krotki film o Zabijaniu, su película sobre la pena de muerte, ganadora del premio especial del jurado y que pertenece a una serie dedicada a los 10 mandamientos.

Amor y muerte

En San Sebastián le ha tocado el turno al amor en vez de a la muerte, y puede repetir éxito, porque el filme es francamente bueno, una fábula construida con muy pocos elementos -un chico casi adolescente, que trabaja en una oficina de Correos, espía desde la ventana de su apartamento a una vecina de vida algo licenciosa y de la que está enamorado-. El juego del espionaje voyeur se desarrolla con mucho rigor, conservando siempre el punto de vista correcto, enriqueciéndolo a partir de la aportación de pequeños datos que va surgiendo de una acción mínima.El resultado global es una imagen bastante siniestra de la sociedad polaca y sus hábitos y convicciones amoroso-sexuales. La muchacha, que se llama María Magdalena, descubre al final que amor y sexo no son la misma cosa y se redime cuando el chico intenta suicidarse porque ella no ha creído en la sinceridad de su amor, confundiéndolo con deseo. Las resonancias evangélicas de la historia son obvias, pero Kieslowskis logra que la ficción funcione al margen de ese referente.

El otro polaco a concurso Krystof Zanusi, ha presentado una coproducción germano-polaco-franco-italo-británica, hablada en inglés, también muy evangélica, y que combina un canto al patriotismo polaco frente a la ceguera cosmopolita con una historia de amor y locura situada justo antes de que comience la Segunda Guerra Mundial.

El otro enfoque sobre la realidad es el que representa su marido, Julián Sands, un industrial que confía siempre en que la razón acabará imponiéndose y cosecha desmentido tras desmentido.

La película, titulada Wherever you are, está muy bien echa pero es radicalmente falsa, novelesca en el peor sentido de la palabra.

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