El incierto futuro de los estudios superiores
La Universidad española se mueve en un marco de penuria económica, de aumento sin precedentes del número de estudiantes, de pérdida de prestigio y de respeto por parte de una sociedad que le exige más calidad y cantidad de enseñanza e investigación, pero que no le ofrece un apoyo a la medida de sus expectativas.
Es un hecho que lo que con mayor frecuencia se trae a colación, cuando se habla o se escribe de la Universidad, es su miseria. Miseria académica y científica, miseria profesional e incluso-moral, cuyos efectos más notorios son el corporativismo y la tendencia a la endogamia, entre otros. Miserias ciertas, presentes en prácticamente todas las instituciones, aunque la universalidad del pecado no nos disculpa, a todos los universitarios, y más a quienes ejercemos alguna responsabilidad, del esfuerzo necesario en corregirlo. Y junto a la miseria, también la dignidad. En el cumplimiento de sus obligaciones docentes e investigadoras en un marco de penuria económica, de aumento sin precedentes en el número de estudiantes, de pérdida de prestigio social y del respeto por parte de una sociedad que exige -y bien justificadamente- hoy de la Universidad mucho más que nunca antes, en calidad y cantidad de enseñanza e investigación, pero cuyo apoyo no crece, ni de lejos, en la medida de sus expectativas.De todo ello conviene hablar y debatir, y espero hacerlo a lo largo de este artículo; pero de lo que raramente se habla es de la pobreza, escandalosa en mi opinión, de la Universidad. Por supuesto, la pobreza, o riqueza, de una institución no puede medirse en términos absolutos, y más si, como en el caso que nos ocupa, la situación viene de tan lejos que estamos acostumbrados a ella como algo natural, sino en términos de lo que se exige a esa institución. Por eso conviene referir la situación actual de nuestra Universidad a lo que era y se esperaba de ella hasta época muy reciente y a lo que son las universidades de otros países de Europa.
Empecemos por esto último. Hoy la Universidad acoge a un número de estudiantes cuya proporción con el grupo de edad correspondiente es exactamente del mismo orden que en el resto de los países de Europa, como puede verse en la columna (2) de la tabla 1, columna que muestra, además, que el único país cuya tasa de escolarización universitaria es francamente menor que el resto de los países europeos es Portugal. Esas cifras han supuesto un enorme esfuerzo para las universidades, sobre todo en los últimos años, y responden a razones objetivas, siendo una de las más importantes, aunque no la única, la modernización general de nuestro país y su acercamiento a las pautas vigentes en los países europeos, en particular en lo relativo a la tasa de escolarización.
Y no sólo se le pide a la Universidad en nuestro país que acoja un número de estudiantes que está creciendo con rapidez, sino que las actividades que en ella se realizan, de enseñanza e investigación, no desmerezcan de las de las universidades europeas. Y ello es absolutamente lógico en un momento de voluntad de integración plena en Europa.
¿Pero qué medios le da la sociedad española a su Universidad para que ésta pueda cumplir dignamente con sus obligaciones? ¿Y cómo se comparan esos medios con los que se ponen a disposición de las universidades europeas, a las que nos acercamos en tasa de escolarización y en expectativas académicas? Desde luego, muy pocos, y la. tabla 1 muestra que esa afirmación no es victimismo gratuito, sino la pura realidad. La columna (4) nos da lo que gasta cada país europeo por alumno universitario en pesetas de 1983. Puede observarse que España es, con diferencia, el país que menos gasta por alumno universitario de todos los de Europa, donde, corno puede ver se en la columna (5), en que se ha tomado el gasto por alumno en España en 1983 como base 100, los países europeos dedican entre un 14% más (Portugal) y un 550% más (Holanda). Puede argüirse, y ello es correcto, que esas diferencias se deben, sobre todo, a que los países europeos no son todos igual de ricos, y ello debe reflejarse naturalmente en lo que dedican a este y a otros fines. Ese factor está tenido en cuenta en la columna (6), en que se divide el gasto por alumno universitario por el PIB per cápita, lo que da una medida del esfuerzo real que hace cada país, en relación con sus propios medios, por la enseñanza universitaria.
Doble esfuerzo en Europa
En la columna (7), que recoge los mismos datos que la (6), tomando como base igual a 100 la cifra correspondiente a España en 1983, puede verse que ese esfuerzo real es, en Europa, del orden del doble al que se hace en España, oscilando entre un 40% más (Italia) y un 200% más (Holanda y el Reino Unido). Ocurre, además, que el crecimiento económico español y el aumento en el número de alumnos experimentado en los últimos años son superiores a los aumentos en el presupuesto universitario, de modo que el esfuerzo real por alumno decrece en el tiempo. Otro modo de apreciar el mismo fenómeno es comparando la parte de PIB que cada país dedica a enseñanza universitaria donde, de nuevo, como puede verse en la columna (3) de esa misma tabla 1, nuestro país se sitúa en el último lugar, y con cifras del orden de la mitad de la media europea.
Para completar la información de los lectores que deseen más detalles, diré que las tasas pagadas por los estudiantes representan, para las universidades europeas, ¡y también para las norteamericanas!, un porcentaje del orden del existente en nuestro país, y que los ingresos obtenidos por investigaciones contratadas con empresas u otros servicios similares son, en todos los casos, del orden del 5% de los presupuestos universitarios o inferiores.
Creo que el conjunto de estos datos autoriza a calificar, sin que eso suponga ninguna exageración, de pobre a nuestra Universidad y justifican el título de este artículo.
Pues bien, con todo, nuestra Universidad intenta ponerse a la altura de lo que de ella se espera, como intentaré argumentar a continuación. Pese a las numerosas y rotundas afirmaciones de unos y otros acerca de la pésima calidad de la enseñanza universitaria, ésta es bastante difícil de medir. Lo que, por el contrario, es simple de evaluar, evidente para todo el mundo, diría yo, son las condiciones materiales en que se desarrolla esa enseñanza, que son malas sin paliativos en comparación con las existentes en los países europeos. Pero lo que importa es medir la calidad del resultado final, que depende, desde luego, de las condiciones materiales, pero también de otros factores, singularmente de la preparación del profesorado. Cualquier procedimiento, directo o indirecto, de medir esa calidad conduce a la conclusión de que, en contra de las apariencias, mejora y nos acercamos -no nos alejamos- de lo que se considera normal en Europa. En mis múltiples contactos con universidades extranjeras, como científico y profesor, y luego como rector, no me he sentido avergonzado, bien al contrario, por la cualificación de la mayoría de los profesores de mi universidad, ni por la preparación de nuestros jóvenes licenciados (salvo en su escaso dominio de una lengua extranjera, enorme laguna en nuestro sistema de enseñanza, justamente en su nivel previo a la Universidad), ni de la calidad media de nuestras tesis doctorales, ni mucho menos del rendimiento de nuestros jóvenes doctores cuando se desplazan al extranjero; pero debo decir que sí me he sentido avergonzado de las condiciones materiales en que profesores y alumnos deben realizar su labor cuando he mostrado mi universidad a colegas extranjeros. Y estoy seguro de que esa misma sensación es compartida por muchos de nuestros líderes políticos, que tienen ocasión de visitar, de cuando en cuando, universidades de países extranjeros, y tienen forzosamente que darse cuenta de que la distancia entre lo que ven, en cuanto a condiciones de vida y de trabajo de sus profesores y sus estudiantes, y lo que podrían ver en las universidades de nuestro país, es mucho mayor que la distancia entre sus respectivas riquezas o niveles de vida, globalmente considerados.
Medir la investigación
Más fácil es medir la capacidad investigadora de nuestras universidades, especialmente en áreas científico-técnicas, para las que hay estudios sobre la contribución relativa de cada país por grandes áreas de investigación. Así, en la figura 1 puede verse el número de artículos publicados en revistas internacionales especializadas en una de estas grandes áreas, la física, en cualquiera de sus ramas, por científicos españoles. La curva superior se refiere al total de artículos, mientras que la inferior refleja el número de los que proceden de la Universidad. El crecimiento es considerable para la producción total española, y más rápido que el crecimiento en la producción mundial, lo que implica que nuestra contribución, relativa a otros países, aumenta continuamente, aunque aún sin llegar a lo que cabría esperar de un país de las dimensiones socioeconómicas de España; y a ese aumento, como puede verse en la figura, contribuye de manera determinante la Universidad. La figura 2 representa lo mismo para todas las revistas internacionales en el campo de la tecnología, dándose exactamente el mismo fenómeno. Puede argüirse, por supuesto, que el número de profesores universitarios ha aumentado a lo largo del período de referencia, por lo que es natural que aumente la producción universitaria. Si uno tiene en cuenta, de modo aproximado, el crecimiento en el número de profesores por área, la conclusión a la que se llega es que en los últimos 10 años la producción científica por profesor, se ha multiplicado por un factor del orden de tres o cuatro.
En las áreas científico-técnicas es un hecho que la calidad requerida para publicar en revistas extranjeras, que se apoyan en una amplia y cualificada red de referees por todo el mundo, es, por término medio, superior a la requerida en revistas nacionales. La figura 3 muestra cómo en los últimos tiempos la producción de nuestros científicos satisface los requisitos de las publicaciones extranjeras en mucha mayor medida que en el pasado. Datos más dispersos, son, por ejemplo, la estrecha relación de laboratorios y profesores de nuestras universidades con los trabajos de los últimos premios Nobel de Química, Física o Medicina, o el hecho, impensable no hace mucho tiempo, de que artículos científicos salidos de nuestras universidades se encuentren entre los más citados del mundo en sus especialidades.
es rector de la Universidad Autónoma de Madrid.
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