El concierto fue una fiesta, aunque la organización quedó desbordada
'Amateurs' y profesionales compitieron en la reventa de entradas
Sin demasiados agobios se vivieron en los alrededores del Camp Nou las horas previtas al concierto de Amnistía Internacional en nuestro país. Sobre las 16.30 de la tarde varios centenares de personas esperaban con paciencia la apertura del recinto, inicialmente prevista para las 18.00 horas. Sin embargo, rumores insistentes sobre la existencia de un elevado número de entradas falsificadas aconsejaron a la organización adelantar una hora la misma, que se realizó sobre las 17.00 horas. Todo se desarrolló con más tranquilidad de la esperada, pero la organización pronto quedó desbordada y las zonas dedicadas a los numerosos informadores sufrieron un auténtico colapso.
Las primeras personas en franquear el primer control corrieron en el intento de ser los primeros en observar un Camp Nou desierto y en el que no se habían apagado todavía los ecos de la prueba sonido de Youssou N'Dour. Entretanto, los exteriores aparecían, severamente custodiado por efectivos de la Policía Nacional de la Guardia Urbana, fuerza que exhibió unos imponentes pastores alemanes. Una gigantesca B promocionando la imagen de la ciudad saludó en la entrada del estadio a las decenas de autobuses llegados desde los puntos más dispares.El FC Barcelona decidió mantener cerradas las instalaciones de la Prensa, contribuyendo al clima de caos, ya que no pocos enviados especiales debieron compartir un teléfono de monedas.
La mayor parte del público se acompañaba de bolsas en cuyo interior podía adivinarse de todo: bocadillos, litronas de cerveza, cócteles al por mayor, prismáticos y pancartas. Los que no fueron previsores tuvieron que abastecerse en el interior del recinto, ya que la mercadotecnia del chiringuito brilló literalmente por su ausencia.
Unas 200 personas esperaban con paciencia la milagrosa apertura de las taquillas, que no se produjo y las abocó a una reventa que, a pesar de todo, no tuvo su día, Los profesionales del negocio encontraron la competercia en unos amateurs que a las seis de la tarde aún compraban entradas a 9.000 pesetas para revenderlas después por poco más. Las altas tarifas de los habituales de este género de negocio, cifradas en 20.000-25.000 pesetas la entrada, se vieron pronto reventadas: "A pesar de todo, esto no es el fútbol y dura mucho más" afirmaba esperanzado uno de ellos. Un turista italiano mostraba su extrañaza: "En Italia la reventa no sobrepasa el doble del precio de partida. Estamos más organizados".
Las reservas de los organizadores se centraban en las entradas falsas que, según se temía, eran cuantiosas. A las 19.45, en las puertas no se habían detectado demasiados casos, aunque algunos empleados afirmaban no tener instrucciones concretas o sistemas de identificación. Otro, más escéptico, aseguró: "Yo de eso no entiendo nada". Era un portero.
Ya dentro del estadio, el públíco se dedicó a releer los papeles con los que había sido obsequiado a la entrada. Entre las escasas octavillas destacaba una cuya confección había corrido a cargo del Ayuntamiento de Barcelona. En una cara se recordaban con esperanza los hechos de septiembre del 1973 en Chile, mientras que el reverso estaba ocupado por la letra del tema de Stíng Ellas danzan solas. Las zonas destinadas a los informadores se vieron colapsadas y la organización, que no funcionó bien., pronto dio síntomas de estar desbordada. A las 20.02, Get up stand up inició el concierto y la fiesta.
Pero no fue una fiesta para todos. Los portavoces de la Coordinadora d'Iniciatives Gaís (CIG) adquirieron sus localidades pero no asistieron al concierto en señal de protesta por la que consideran marginación hacia el colectivo homosexual por parte de Amnistía Internacional.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.