... de lo que fue Santiago ensangrentada
No hubo acuerdo previo, pero cuando los miembros de la delegación española en el encuentro Chile crea nos encontramos por la noche en el hotel Tipahue, todos, de uno en uno, habíamos dado el mismo destino a nuestra primeras horas en Santiago de Chile. Nuestros pasos se había encaminado casi automáticamente al palacio de la Moneda como quien remonta el curso de su memoria en busca de las fuentes. Y allí estaba aquel caserón de dimensiones impropias para su grandeza histórica, con lo orificios de las balas taponados: repintados; pero la nueva pintura se limitaba a acentuar las cicatrices ocultas, y los guardias, de catadura prusiana, parecían limitarse a guardar una cripta inevitable para un turismo tan político como furtivo. Sólo los más jóvenes de la delegación, la juventud ya se sabe, habían osado hacerse una fotografía en la puerta, a lado de los guardias. Los séniors pasamos ante el palacio de la Moneda con el corazón lleno de estampidos y los ojos velados ante la rotundidad de una ausencia. El horizonte de nuestro mundo moral sigue ocupado por el cadáver de Allende, no en balde Chile es estrecho y largo como un horizonte.Por la noche, la televisión dio abundante información sobre las idas y venidas de un nuevo Pinochet. Viste de civil y acaricia a los niños. Viajaba por el país para vender su candidatura como futuro presidente democrático, porque, al decir de sus ministros más parlanchines, "... el proceso hacia la democracia chilena es irreversible". Pinochet se limita a marchar, todos juntos, él el primero, por la senda de una democracia hecha a su medida. Quiere sucederse a sí mismo. La sangre ya está seca y los balazos fundamentales taponados y repintados y hasta es posible que, mientras se afeita, el dictador tararee la balada de Silvio Rodríguez: "Yo volveré a las calles nuevamente / de lo que fue Santiago ensangrentada...".
Hace 15 años y un día la vía chilena al socialismo se convirtió de repente en la vía chilena hacia el golpe de Estado. Pocos procesos contemporáneos de cambio generaron tanta literatura apologética y explicativa mientras se urdieron y tanta literatura sancionadora y analística cuando se frustraron. El Chile de Allende mereció la expectativa de la inteligencia de la izquierda universal, y el fracaso traumático de la experiencia del Gobierno de la Unidad Popular ha sido piedra de toque no sólo para el replanteamiento de la política latinoamericana, sino incluso para el de la política europea. Berlinguer lanzó su propuesta del compromiso histórico con la dialéctica acongojada por el golpe chileno: los procesos de transformación en profundidad no pueden depender de una mayoría parlamentaria, necesitan un consenso político y social más amplio que impida la respuesta salvaje de la reacción. Y aun así, en la era de las multinacionales y de los cotos de caza imperial perfectamente delimitados, ni siquiera un amplio consenso nacional transformador hubiera impedido o disuadido al bloqueo político y económico internacional conducido por el Departamento de Estado y las empresas agraviadas por la nacionalización del cobre chileno. El Gobierno de la Unidad Popular condujo ese proceso de transformación por el filo de la navaja y hostigado por todo tipo de acosos: bloqueos de poderes económicos, sociales, culturales, militares y judiciales vinculados a la reacción nacional; bloqueo del Departamento de Estado; bloqueo internacional teledirigido por las multinacionales y por el propio Henri Kissinger, supremo estratega de la guerra y la paz, al que le faltaba el golpe de Estado en su colección casi completa de cálculos de probabilidades materializadas. Si estos bloqueos pertenecían a la categoría de lo previsible, el Gobierno de Allende padeció también el acoso constante de una izquierda maximalista, que iba desde el sector socialista, encabezado por Altamirano, hasta el MIR, el primero convertido en Pepito Grillo constante de las insuficiencias transformadoras, y el MIR, con su acoso amado al sistema.
Socialistas moderados
Hoy día, Altamirano se alinea en los sectores más moderados del socialismo chileno, aunque no ejerza un liderazgo que le discutirían quienes le recuerdan como el gran flagelador del prudente Allende. El modelo de estos socialistas moderados es el PSOE español, dentro de una amplia operación de crear de la noche a la mañana una socialdemocracia latinoamericana a la medida de la estrategia de la II Internacional, y que los norteamericanos asuman como un mal menor, como una alternativa al caos revolucionario cuando las dictaduras se gastan o están tan recosidas que son un puro remiendo. El papel de las multinacionales con intereses comprometidos en Chile, y el de Estados Unidos, sigue siendo determinante de esta transición como de todas las transiciones, y, aunque todavía no se disponga de documentación precisa sobre su punto de vista ante la nueva situación, bastará recordar aquel documento secreto de la ITT fechado en 1970, en el que se establecía un cuadro de la situación chilena y una manifestación expresa de intervención, para comprender que las actitudes siguen donde estaban los mismos intereses: "En este momento parece difícil que se derrote a Allende en el Congreso. El candidato democristiano derrotado, Radomiro Tomic, todavía apoya a Allende, y puede llevarse consigo un sector importante del voto PDC. A pesar del pesimismo, continúan los esfuerzos para mover a Frei y/o a los militares a actuar para detener a Allende. También continúan los esfuerzos para provocar a la extrema izquierda a una reacción violenta que produciría el clima requerido para una intervención militar. Aunque sus posibilidades de éxito son débiles, no debe desestimarse un bloqueo de la asunción del poder por Allende a través de un colapso económico".
Radomiro Tomic sigue teniendo una espléndida planta de político noble. La utiliza para leernos unas estremecidas cuartillas en la puerta de la casa de Pablo Neruda que las delegaciones extranjeras de Chile crea hemos visitado a hurtadillas, como si temiéramos desordenar la invisible arqueología sentimental de este ámbito. Tampoco ha sido un acto plenamente legal. Casi todo lo que hacen las delegaciones convocadas por Chile crea estaba en la ilegalidad del estado de excepción que la Junta Militar no levantaría hasta finales de agosto; pero, como en todos los procesos maduros de transición, las libertades se toman y se toleran, sin que exista un posible medidor imparcial de la tensión de la cuerda. Si la visita a la casa de Neruda ha sido un acto casi furtivo guiado por los actores chilenos que forman parte del comité convocante de Chile crea, el acto de homenaje en la calle es totalmente clandestino. La dictadura ha prohibido expresamente todo acto callejero y los actores que han preparado una escenificación del Joaquín Murrieta de Neruda o el propio Tomic como orador y clausurador del acto, nos refugian en el cul-de-sac de la calle empinada para tomarse la libertad de homenajear al poeta.
Mientras escucho las tiernas, claras y duras palabras de Tomic (tiernas con Neruda, claras sobre la situación política chilena y duras contra Pinochet) valoro una vez más este perfume de transición que empapa la vida chilena. Se parece y no se parece al de la transición española, pero indudablemente tienen en común esa excitación que se produce cuando lo reprimido accede a espacios de libertad, ese reencuentro de la propia identidad prohibida, ese principio de reconciliación entre la memoria y el deseo. Aquel que no haya vivido tiempos de transición de¡ fascismo a la democracia jamás tendrá elementos suficientes para descifrar la profunda verdad que se esconde en los versos de algunos boleros: "No quiero arrepentirme después / de lo que pudo haber sido y no fue...". Tomic declama el lenguaje de la memoria reivindicativa, y horas después, en la sede de la Democracia Cristiana, la plana mayor del partido nos da una lección de posibilismo orientado hacia el inmediato futuro: hay que tratar de ganar el referéndum contra Pinochet, pero hay que temer la victoria del sí por el miedo social al vacío o por el pucherazo directo de la Junta Militar. En cualquier caso, la dictadura está tocada y la transición es irreversible: "Como en España...", nos dicen. Pero cualquier especialista en transiciones comparadas sabe que hay factores diferenciales importantes, por más adorador mimético del franquismo que sea el general Pinochet. El franquismo dispuso de 40 años para barrer su genocidio bajo las alfombras, tiempo suficiente para que se jubilaran o murieran verdugos fundamentales, tan fundamentales como el propio Franco. En España se había constituido un tejido socioeconómico, y por tanto cultural, abocado a una transición democrática autocontrolada y disuadida. El Partido Comunista de España se pasó de la ruptura a la reforma en un abrir y cerrar de ojos, sobre todo en un cerrar de ojos, ante la insuficiente convocatoria rupturista de una sociedad con la memoria disuadida y los deseos pequeño burgueses
Los cadáveres están frescos.
Pero en Chile los cadáveres aún están frescos, recién degollados por los incontrolados, o quemados vivos; o se asesina al anterior director de Análisis en un sorprendente contexto de libertad de expresión que permite a muchas revistas y periódicos impugnar directamente a Pinochet, pero que obliga a Juan Pablo Cárdenas, el actual director de Análisis, a pasarse todas las noches en la cárcel. En un fascículo editado por el Comando por la Libertad de Juan Pablo Cárdenas puede leerse: "Nos preocupa, además, la situación de un crecido número de periodistas que están siendo sometidos a proceso, la mayoría de ellos a través de la justicia militar. Protestamos una vez más por esta situación. No es posible que tribunales castrenses enjuicien a profesionales de la Prensa que simplemente han cumplido con su deber ético de informar, orientar y, cuando es el caso, opinar. Reclamamos enérgicamente contra un procedimiento que más parece un ejército de represión que una reforma de justicia. Reiteramos también nuestra preocupación por el escaso avance de la investigación por el asesinato del periodista José Carrasco".
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