Pequeña lucha de clases
Squash es una pieza con trampa; una trampa teatral lícita, que no conviene revelar demasiado en homenaje a las personas que puedan ir a verla y prefieran conservarse inocentes para esperar la sorpresa. Ya tenemos demasiado teatro antiguo en nuestras carteleras, del que conocemos las trampas y sorpresas que prepararon sus autores y son de dominio público, aunque directores, escenógrafos y adaptadores hagan todo lo posible por insertar las suyas de forma que se intenten remendar virginidades en los espectadores.En Squash, dos mujeres de sainete agridulce, o de melodrama, o de tragicomedia, se someten a las pruebas de un ejecutivo imbécil, de lenguaje también asainetado -su especialidad son las redundancias y el medio idioma tecnocrático-, para optar a un puesto de trabajo; puta de calle una, madre de familia de ínfima burguesía la otra, entran en una concurrencia amarga y cómica. Luego todo cambia, y todo es peor, o va hacia lo peor en los tres personajes enfrentados, y viene el desenlace teatral, o teatralista. Quede protegido por la complicidad del silencio. Pero sí se puede decir que acentúa el sentido de la obra: la explotación de los pobres por los ricos, o, en lenguaje antiguo pero no fuera de la actualidad diaria, por los señoritos. Incluso es una casta cada vez más abundante. La obra no los describe hasta el punto de tener una tendencia política, pero sí la tiene de pequeña lucha de clases; y hasta de venganza repentina, desesperada, unánime, de las presuntas víctimas. Un final feliz / infeliz.
Squash
Escrito y dirigido por Ernesto Caballero. Intérpretes: Blanca Suñén, Marta Baré, Daniel Moreno. Vestuario de Eloy Martín. Círculo de Bellas Artes. Madrid, 18 de mayo.
Ernesto Caballero es autor y director- se le deben ya algunos hallazgos teatrales en los circuitos modestos (Producciones Marginales es el nombre de su grupo) en los que sigue. El lenguaje es rápido, moderno y gracioso: consigue esa dificil tensión entre la crueldad y la risa, que el público agradece. Los tres actores tienen la difícil misión de hacerlo creíble hasta cierto punto, de mantener la distancia con la realidad al mismo tiempo que esa realidad se trasluce o deja ver su fondo de dureza en la vida diaria. Consiguen, sobre todo, la simpatía y la adhesión del espectador.
Por lo descrito se ve que no es un teatro enteramente nuevo y que tiene raíces hondas y solemnes de esperpento, de sainete madrileño -el esperpento fue también en su gran momento un sainete- o de absurdo; su modernidad, o su actualidad, consiste en tomar situaciones de hoy con lenguaje (teatralizado) de hoy. Tiene, hasta ahora, un público joven y agradecido.
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