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Samuel Beckett, año 84

El Nobel de Literatura compite en el interés de los estudiosos con Dante, Shakespeare y Joyce

Una mañana en París, hace cosa de cuatro años, corriendo tras un quehacer periodístico, descubrimos a Beckett toman. do un café en el barrio de Montparnasse en compañía de un personaje muy conocido en la escena de la capital. Era Pierre Dux, que fue administrador-director de la Comédie Française, ha dedicado toda su vida al teatro y hoy aún, cuando ya va para anciano, continúa en la brecha.Aquella pareja resultaba atípica. El teatro de Beckett, aparentemente, no es para los comediantes del corte de un Dux, que ha encajado siempre en los escenarios dichos fáciles.

Sentado en un banco, en la calle, contemplando a estos dos hombres, ¿cuántas no fueron las interrogaciones? A la media hora, aproximadamente, abandonaron el café, caminaron un ratito y se separaron. El autor de Esperando a Godot caminaba lento, erguido; lo alcanzamos cuando rebuscaba en el buzón de la portería de su casa. El reconocimiento físico, tras varios años de distancia, fue un regalo de su amabilidad. Hablamos brevemente y dijo de Dux, exclamando apenas, "Oh, monsieur Dux".

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El último de la semana última, en la legendaria brasserie Lipp, del Barrio Latino, Dux cenaba con otras dos personas, a nuestro lado. Recordamos su café-paseo mafíanero con el irlandés amigo de Joyce, y sólo llegar a casa, libros y papeles se convirtieron en un caos del género becketriano, hasta que apareció una entrevista relativamente antigua en la que Dux explica cómo llegó a interpretar Final de partida (esta obra corresponde a la misma época de la del texto que hoy se publica, La ímagen) y por qué él, aunque resulte extrafío, puede sentirse fronterizo, si no inmerso, del universo de Beckett.

El escritor, el poeta

Dice Dux: "Me siento muy beckettiano, pero. a mi nivel. Me gusta el escritor, me gusta el poeta y, al conocerlo a él personalmente, me siento aún más implicado en el encanto de su texto, poque yo lo imagino a él detrás de ese texto continuamente. Es un hombre de una profundidad y de una bondad extraordinarias, y de ninguna manera lo considero como un autor negro. Es una euforia exaltante la que se vive al interpretar sus piezas".

"Ahora bien", añade Dux, "una vez dicho esto, también tengo que añadir que todos los estudios y glosas filosóficas que se elaboran sobre Beckett escapan a mi entendimiento. Al respecto, aún me acuerdo, un día que él asistió al ensayo de la obra, y al final, en un silencio de muerte, dijo: 'Bueno, al cuerno todos los desastres [los que podía revelar la obra ensayada], ¿por qué no nos vamos a tomar un vaso?'. Y a la una, todos nos fuimos a beber una copa. Sí, sin duda, soy extremadamente sensible a su humor, a ese humor que le inspiró una vez la respuesta que ofreció cuando le preguntaron si era inglés: 'No, al contrario".

Los estudios y glosas sobre el Samuel Beckett, que en 1926 visitó Francia por primera vez, recorriendo en bicicleta los parajes que enmarcan los castillos del Loire, y que se le escapan a Dux, aumentan hasta lo gigantesco. En el año 1969 ya se contaban 32 libros, 66 tesis y miles de artículos. Hoy, el único dato que confirma un número especial de 475 páginas dedicado a Beckett en 1986 por la Revue d'Esthétique es que el premio Nobel de Literatura de 1969 ya "compite en esta materia con Dante, Shakespeare y Joyce".

Una rigura escuálida

Es el mismo hombre y autor de aquellas novelas como Murphy, Malone muere, Watt, y obras teatrales como el legendario Esperando a Godot, que levantaron, en los cincuenta, un volcán de escarnios y de burradas de los más ilustres y obtusos críticos de algunos países de Europa. La obra de Beckett, en el origen, fue valorada como 'la apoteosis de la nada", «un tratado de desesperanza".

Cuando sus 83 años aún no han doblado su figura recta, escuálida, Beckett ahí está aún escribiendo sin papel ni pluma. De uno de sus personajes dijo: "Nació jubilado".

Él también nació en el mismo estado, pero no ha sido fiel a sí mismo y, en ocasiones, ha dado a luz, sin mirarse al espejo a continuación.

Cuando después de la II Guerra Mundial regresé a vivir a París, explicó el motivo de su ,decisión: "Es para empobrecerme más; este es el verdadero móvil de mi retorno aquí". Hablaba de su obra, de su lenguaje. Cuando, una noche de los años sesenta, nos conocimos bebiendo whisky, aún recalcó en el empobrecimiento: "Me interesa cambiar de idioma al escribir para evitar florituras de lenguaje".

Beckett es, para muchos críticos y lectores, el símbolo de la desesperanza. Hay que leerlo mil veces, quizá, para comprender que por algo este hombre no se ha suicidado.

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