La conciencia unitaria de la cultura hispánica
La ceremonia de hoy en Alcalá de Henares ha de situarse en un vasto contexto histórico y literario que confiere al Premio Cervantes -tan merecidamente obtenido por el escritor mexicano Carlos Fuentes- una especial significación. Porque, desde el comienzo de este siglo, los países de lengua española han adquirido crecientemente la conciencia de su profunda unidad cultural. Podría, incluso, mantenerse que al dejar España, en 1898, de ser un país con posesiones ultramarinas, se convirtió en una hermana de las repúblicas latinoamericanas de su lengua, constituyéndose así la magna patria que Rubén Darío identificaba con el conjunto de los países y pueblos de lengua española. Y a esa conciencia unitaria de la cultura hispánica -tan ejemplarmente representada por la existencia misma de los premios Cervantes- dedico estas breves páginas de homenaje a Carlos Fuentes, una de sus voces más representativas en nuestros días.La génesis de la conciencia unitaria de la cultura hispánica es inseparable, por supuesto, de lo sucedido en 1898. Porque no sería una arbitrariedad histórica mantener que la guerra con Estados Unidos generó, en casi todos los países de lengua española, un sentimiento de solidaridad con España por parte de la generalidad de los escritores hispanoamericanos. El uruguayo José Enrique Rodó lo expresó deseando a la vez la independencia de Cuba y la no-derrota de España. Esto es, para los aludidos escritores la victoria de la democracia imperial norteamericana representaba un patente peligro cultural, y de ahí el éxito continental del largo ensayo de Rodó Ariel, y todo lo que fue el arielismo. Aunque Unamuno advertía a Rodó que era menester atenuar la identificación suya y de otros escritores hispanoamericanos con la cultura francesa como encarnación y fuente de la latinidad. Mas conviene recordar que la España intelectual de la generación de 1898 apenas empezaba entonces a ofrecer una nueva y sólida cultura española de alcance transnacional. España y las Américas de su lengua sintieron, así, desde comienzos del siglo, que constituían una vasta región cultural del planeta con una profunda cohesión interna, una muy extensa morada vital (empleando los términos de Américo Castro). Representada, además, por una "república de las letras hispánicas", única en el mundo entero por su resonancia social y por su china excepcional de fraternidad personal e intelectual: el mexicano Alfonso Reyes (maestro en cierto grado de Carlos Fuentes) fue la figura más representativa de la nueva conciencia unitaria de la cultura hispánica en la década 1920-1930.
Solidaridad
No actuaba en Reyes, sin embargo, el temor a la expansión cultural de Estados Unidos propio de Darío y Rodó. Porque la España de Unamuno, Menéndez Pidal y Ortega podía ofrecer a la América de su lengua los métodos e instrumentos que le permitirían fortalecerse intelectualmente para recuperar y afianzar su propio legado cultural. La conciencia unitaria de la cultura hispánica fue, además, reforzada por un hecho bélico de muy variadas consecuencias intelectuales en la América Latina: la guerra española de 1936-1939. El. sentimiento de solidaridad generado en la mayoría de los escritores hispanoamericanos con los defensores de la Il República (dejando de lado las identificaciones partidistas) se reflejó directamente en la obra de poetas tan destacados como) Vallejo y Neruda, y quizá no sea exagerado ver en los años del conflicto español la fase más intensa de la conciencia unitaria de la cultura hispánica de todo nuestro siglo. Aunque el traslado a las Américas de su lengua de numerosos escritores españoles inició una nueva fase de la conciencia aludida en circunstancias de convivencia personal enteramente nuevas. Mucho se ha escrito sobre este suceso absolutamente excepcional de 1939 y años inmediatamente: siguientes (el mismo Carlos Fuentes lo ha hecho en más de una ocasión), y mucho más habrá que escribir. Una consecuencia es patente: las relaciones entre la llamada España peregrina y los escritores hispanoamericanos tuvieron efectos que se han prolongado hasta nuestros mismos días, determinando una nueva época en la "república de las letras hispánicas".
La siguiente fase de la historia de la conciencia unitaria de la cultura hispánica tiene de nuevo, como en 1898, a Estados Unidos como factor de aglutinación. Porque esa fase se inicia con la primera época de la revolución cubana. No hay duda de que ningún otro episodio histórico de los países y pueblos de lengua española en los últimos 30 años ha producido una unanimidad de la "república de las letras hispánicas" equiparable a la de los primeros años de la revolución cubana. Y todavía no se ha explicado adecuadamente cómo el régimen de Fidel Castro desdeñó, por así decir, el enorme apoyo que le ofrecía la aludida república. Y esto motivó, sin mencionar otros factores políticos internos, que muchos escritores cubanos se vieran forzados a abandonar su patria y situarse en diversos países, pero, sobre todo, en Estados Unidos. Se unieron así a los profesores argentinos y chilenos, ya establecidos en las universidades norteamericanas desde los golpes militares en sus respectivos países. Puede así hablarse de una "América Latina peregrina" en tierras norteamericanas, que crecientemente se ha definido como casi ajena a España.
Enclaves hispánicos
Así, en muchas universidades norteamericanas se consideran como disciplinas separadas la literatura española y la hispanoamericana. Es pertinente señalar que la legislación norteamericana favorable a la Ramada minoría de hispanohablantes ha transformado muchos departamentos de español en enclaves hispánicos, en los cuales los estudiantes reclaman programas casi exclusivamente latinoamericanos. Puede conjeturarse, no obstante, que la reciente transformación de España en un país de extraordinaria vitalidad cultural y de acusada modernización intelectual (sin mencionar lo obvio del cambio político) hará que la "América Latina peregrina" haga suya de nuevo la conciencia unitaria de la cultura hispánica. Y viene a mi recuerdo ahora una anécdota no del todo ociosa para lo que acabo de apuntar. Un cónsul hispanoamericano de tez blanca desechaba en Correos los numerosos diarios de lengua española que recibía de toda América y España para conservar solamente los suplementos literarios. De pronto, un corpulento negro cubano se le acercó para estrechar efusivamente su mano y exclamar "¡qué alegría encontrarse aquí con alguien de la raza!". Este empleo unamuniense de la palabra raza (Unamuno: "Para mí, raza tiene un sentido histórico, espiritual y no antropológico, y la sangre del espíritu es la lengua") sería inconcebible en una persona negra de Estados Unidos o de otro país no-hispánico al encontrarse con un compatriota en circunstancias semejantes a las descritas. En suma, en los pueblos de lengua española existe (aún entre la gente humilde) una conciencia unitaria de la cultura hispánica.
Esto se ha comprobado en años recientes en la Nicaragua revolucionaria, que ha generado también una unanimidad excepcional en la "república de las letras hispánicas". A la que no ha sido ajena el temor de Estados Unidos, como en 1898. Mas desgraciadamente factores diversos de orden internacional produjeron una situación relativamente análoga a la situación cubana antes mencionada. Y sería negar lo evidente si se dijera actualmente que hay unanimidad respecto a Nicaragua en la
república de las letras hispánicas". Carlos Fuentes ha desempeñado, sin embargo, un papel de singular continuidad en su apoyo a Nicaragua (como símbolo de la cultura hispánica) en Estados Unidos. Y así tuvo la valentía e integridad de dirigirse a los antiguos alumnos de la universidad de Harvard para criticar, duramente y sarcásticamente, la política oficial de Estados Unidos en relación con Nicaragua y la América Latina. No debe dejar de mencionarse que las palabras de Carlos Fuentes tuvieron una clamorosa acogida, mostrándose de paso que son muchos los norteamericanos (aún los de la oligarquía social) que no comulgan con las ruedas de molino que les ofrece su jefe del Estado y sus fieros acólitos en materias latinoamericanas. Carlos Fuentes, residente una porción del año en Estados Unidos, ha conseguido así hacer oír la voz de la conciencia unitaria de la cultura hispánica. Mas esto no lo consigue quien sin más se lo proponga: abundan los escritores hispanoamericanos que siguen repitiendo tópicos derivados de Rodó y sus imitadores, risibles para el lector norteamericano educado.
Autoridad colectiva
La voz de Carlos Fuentes (dejando de lado la fluencia de su inglés) tiene una autoridad que podríamos llamar colectiva, ya que el lector norteamericano sabe que no escucha solamente un escritor mexicano. Gracias a Carlos Fuentes, el lector norteamericano conoce los sentimientos de los pueblos de lengua española, los que constituyen el meollo de la cultura hispánica. En un tono que no es tampoco el de un defensor, más o menos anacrónico, de antiguos valores tradicionales, opuestos a los del coloso del Norte. Porque el lenguaje intelectual de Carlos Fuentes es el de un escritor familiarizado con el pensamiento moderno y, en particular, con los autores norteamericanos. De ahí que sea Carlos Fuentes, en Estados Unidos, el crítico desde dentro que representa verdaderamente a la cultura hispánica coetánea. Sin, por ello, ocultar sus enormes problemas actuales ni eludir los aspectos más dramáticos de la historia española e hispanoamericana. Y esto es posible porque se da en Fuentes una rara identificación de la persona con la totalidad de la cultura hispánica.
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