El círculo cerrado en Buenos Aires
Tras casi 13 años de exilio, el autor ha regresado a su país con la idea de establecerse definitivamente. Pasado y presente se funden en esta primera impresión después de su reencuentro con la ciudad en que se hizo poeta.
El 21 de este mes volví a la Argentina después de casi 13 años de exilio que se iniciaron bajo el Gobierno de Isabel Perón, se prolongaron bajo la dictadura militar y se arrastraron aún bajo el Gobierno de Alfonsín. Así se cerró un círculo exiliar cuyo alcance no sé medir todavía.¿El círculo se cierra en el mismo punto donde comenzó? ¿Como en el bellísimo poema de John Donne sobre el compás? Me terminás donde me empezaste, dice el círculo al compás, la fuerza superior que lo ha trazado. Eso sentí cuando entraba ahora a Buenos Aires, como si estos años de distancia y desgarramiento nunca hubieran sido y yo navegara entre dos sueños: el del exilio que pasó y el de encontrarme aquí. Todavía no lo creo del todo. De pronto giro la cabeza, sentado en un café, porque me extraña que todo el mundo hable argentino. Y me pregunto si es cierto, si no es otra trampa de la insidiosa razón.
Miedo
Traje conmigo un solo miedo: el del encuentro con ese pedazo de mí que se quedó en un país que ya no existe. Paso junto a las casas donde vivieron seres entrañables que la dictadura asesinó. Paso sin transición de la alegría profunda a la tristeza profunda. Veo llagas de pobreza que no había antes aquí. Y mucho niño abandonado: leo que algunos de ellos han muerto de tos convulsa, y eso no es imputable ya a la herencia de la dictadura militar.
De estas calles me echó el odio de unos poderosos, tanto civiles como militares. A ellas me devolvió la solidaridad y el afecto de personas de distintos países, de lenguas y creencias diferentes, pero todas convencidas de que la justicia es necesaria.
Otra tela de amor me envuelve ahora en estas calles, como si para muchos, amigos y desconocidos, ésta fuera una pequeña victoria de la dignidad en un país donde a tantos lastimaron con premeditación y furia.
Me sobrecoge la grandeza de quienes hoy ejercen esa dignidad sin miedo y no vacilan en denunciar las injusticias, aunque sus nombres figuran en las listas de los próximos muertos que preparran ya los asesinos amnistiados por el Gobierno radical. Los organismos de derechos humanos siguen, por su parte, reclamando el pago de la deuda interna argentina.
Es verano en la ciudad que vuelvo a recorrer después de tiempo, en medio de tanta precariedad, tanto dolor abierto todavía y tanta vida invicta sin embargo. En sus calles, a veces, como el Petrarca por su Laura, tiemblo en verano.
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