Intelectuales de la Comunidad Europea buscan en París su identidad común
El encuentro ha sido patrocinado por el Estado francés
"Europa es nuestra patria". Como en un añejo manual de educación cívica jamás escrito, Jean-Pierre Angreany, conocido como Pierre-Jean Rémy en su faceta de prolífico novelista, director general de Relaciones Culturales del Ministerio de Asuntos Exteriores francés, empieza asi su escrito de presentación de las Cartas de Europa, el texto del curso de europeísmo cultural que empezó ayer en París, bajo el título de Simposio Internacional sobre la Identidad Europea. Unos 150 escritores, periodistas y profesores, intelectuales en suma, de los 12 países de la Comunidad y de alguno más, se encerraron ayer por la mañana bajo la disciplina de las ponencias y los agradecimientos del presidente de las sesiones por el interés de las aportaciones. El problema a tratar: el hallazgo de la identidad de Europa, un omfalos nuevo para una nación nueva e hipotética.
La gravedad de la cuestión y la solemnidad del simposio quedaron subrayadas por la presencia en su apertura del ministro de Asuntos Exteriores francés, Jean Bernard Raimond, que quiso aportar su propia reflexión a la definición de la identidad europea. Según Raimond, la libre circulación de los bienes culturales y de las personas, la constitución de redes de convivencia y de saber cristalizados alrededor de las capitales culturales, y la práctica de la lengua como símbolo del intercambio intelectual y como manifestación de cosmopolitismo europeo son los datos significativos de esta identidad.Como tarea previa a la reunión se ha realizado una experiencia casi de trabajo de campo antropológico, a cargo de trece escritores franceses, que han viajado, como en los tiempos románticos, para recoger noticias de los países remotos. Trece cartas para doce países. Once escritores se encargan de cada uno de los once socios de Francia en la Europa de la Comunidad y, en honor de la percepción francesa de la identidad europea, uno de los textos, titulado "Reims y Verdún" está dedicado al problema europeo por excelencia para los franceses: las complejas y no siempre amables relaciones entre Alemania y Francia. Por una cuestión inexplicada, pero quizás explicable, Irlanda, o mejor, Dublín, cuenta con dos textos. Quizás es una reparación al olvido en que se suele mantener a la República irlandesa o quizás resultado de un fallo en la organización. Uno de los ponentes irlandeses, el filósofo Richard Kearney, se encargó ayer en todo caso de justificar la injusticia de los olvidos de esta Europa insular, que no siempre consigue hacerse ver junto a las maneras de su vecino inglés. Kearney habló del europeísmo de Joyce y reivindicó una Europa descentralizada, superadora de los nacionalismos ("inglés e irlandés") que en sus sueños debe permitir terminar con la sangrienta escisión de su país.
Las "Cartas de Europa", como se titula el libro donde se recogen las experiencias del viaje de los escritores franceses, no conservan únicamente las formas de los antiguos relatos, en los que se narraban los exotismos y rarezas de los pueblos visitados. En buena parte también hay algo de su fondo. Como prueba, la Carta de España, de Pierre Bourgade, en la que el descubrimiento de un país moderno y cosmopolita no impide la aparición de algunos tópicos, al parecer inevitables en cuanto un francés se pone a fotografiar a un español o, viceversa, en cuanto un español posa para un francés.
"Siempre he pensado en España como en una escena de teatro. Tiene la forma cuadrangular, el color rojo y oro, es el lugar clásico del sentimiento trágico de la vida, un lugar donde el alma humana está acostumbrada a desplegarse en toda su grandeza". Y más: "!Pasión! Esta palabra, que no puede aplicarse a la mayoría de las sociedades occidentales, convertidas en aburridas, podemos asociarla sin dudar, creo yo, a España". Y olé.
España, además de su carta, y qué carta, mereció ayer, en la primera sesión, casi honores de segunda anfitriona. El sociólogo Alain Touraine, conmovido por el esfuerzo linguístico de tantos intelectuales extranjeros, que mal que bien se expresaron en francés, lo hizo en español, en homenaje, dijo, a la reciente incorporación. Touraine pudo hacerlo en inglés, pero a nadie se le esconde la sutileza de simbolismos que permite la elección de lenguas a los sujetos pluriligues. Edgar Faure, presidente de la región del Franco-Condado, se acordó de su "amigo Pujol", a quien citó para ratificar una teoría propia. Y el filósofo catalán y periodista Josep Ramoneda trasladó el debate barcelonés sobre la primacía de las ciudades sobre las regiones al foro europeo.
Críticas
En un terreno menos abstracto, pero no menos polémico, el director del Museo del Prado, Alfonso Pérez Sánchez, criticó las grandes exposiciones, organizadas con frecuencia sobre tópicos o con una preocupación excesiva por la singularidad de los artistas y no por su pertenencia a un conjunto cultural más vasto.
Como ejemplo, citó a Goya, visto con las gafas de la apropiación típica y castiza, o enmarcado, como es debido, en la Ilustración. Según Pérez Sánchez, el papel de la museografla norteamericana no es ajeno a esta percepción deformada del arte europeo.
El director del Prado advirtió también la existencia de enormes peligros para la integridad de las obras de arte, sometidas a la voracidad de masas crecientes. Ambas críticas parecían dirigidas intencionadamente a los anfitriones franceses, que hoy inaguran la antológica sobre Zurbarán y la pasada semana clausuraron "De El Greco a Picasso", con no poca polémica sobre la posibilidad de un deterioro de las telas como consecuencia del alud de visitantes.
Babelia
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