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Dámaso en la Academia

Le veo junto a mí. Sus dos manos abarcan blandamente el borde de la mesa; bajo la tabla, el pulgar; sobre ella, la palma de la mano y los cuatro dedos restantes. Mira a lo lejos con expresión absorta, mientras oye, acaso escucha, la no siempre llana discusión de sus compañeros en torno a la definición o la etimología de una palabra. Quien desde su adolescencia ha sido servidor de la palabra, rodeado de palabras sobre las palabras vive esta hora de la etapa final de su vida. ¿Qué dirán, qué dicen a nuestro Dámaso las que están llegando a su oído?A él, al hombre que con tanta precisión conoce las vicisitudes internas de nuestro idioma, desde que éste lanzó en un rincón de Castilla su primer balbuceo, lo que le dicen las palabras que oye tiene ante todo este nombre: historia. Dentro de la fluyente trama sonora y semántica que desde entonces hasta hoy y hacia mañana es nuestra lengua, cada vocablo es para Dámaso -así lo veo yo en el fondo de su mirada- un hilo verbal que cierto día nació, engendrado por la ocasional suma de una situación vital, unas posibilidades históricas y la personal osadía de su primer inventor, y poco o mucho ha ido luego cambiando, así en su figura como en su sentido, hasta alcanzar la figura y los sentidos que posee en la actualidad. Evocada por la palabra oída, toda la dramática aventura de nuestro pueblo, en tanto que idiomáticamente expresada, está latiendo en el alma de este académico sabio y silencioso. Dámaso, vaso de la historia de España.

Vida

Mas no sólo historia le dice cada una de las palabras en torno a las cuales se discute, dícele también vida, vida humana en potencia y en acto; porque, en cuanto traducible -y así lo es, con cuantos problemas y cuantas reservas lleve consigo el acto de traducir, para este gran sabedor de idiomas-, toda palabra es una burbujita que lleva dentro de sí, para comunicarla a quien la oye o la lee, una minúscula fracción del alma y la vida de todos los hombres, y no sólo de quien la pronuncia o la escribe. Diciendo "madre", el español lanza al aire un pedacito de lo que como español es, mas también una versión castellana de lo que todo hombre quiere expresar cuando nombra la viviente realidad de la mujer que lo concibió. Bien lo sabe y lo vive el hombre Dámaso, varón en quien tan hondamente arraiga y tan claramente resuena todo lo humano. Vida te traigo, vida te pido, dice a Dámaso -así lo percibo yo en el fondo de su silencio- el vocablo sobre cuya definición académica se está hablando. Dámaso, sensible y callado sujeto de vida española y vida humana.

Algo más dicen a Dámaso las palabras oídas, algo que misteriosamente está a un tiempo dentro de la historia y la vida y más allá de una y otra; le dicen sueño. Es así porque, además de ser doctísimo filólogo, sutil crítico literario y multiviviente criatura humana, Dámaso es poeta. Enseñó Quevedo que los libros leídos -y dentro de ellos, claro está, los vocablos de que están compuestos- "al sueño de la vida hablan despiertos". En todos los lectores pensaba Quevedo, hasta en los más toscos o más distraídos. Pero mucho más pensaba, aunque explícitamente no se lo propusiera, en los lectores para quienes por el rodeo de la metáfora son las cosas todo lo que ellas pueden ser; esto es, en los poetas y en los que transitoriamente se poetizan cuando leen un poema. Y lúcido sueño, ensueño -sansueño, diría acaso Cervantes-, es la actividad anímica del hombre que así alumbra los múltiples modos posibles de esa seductora e inaccesible meta que el verdadero poeta se propone alcanzar. Oyendo las palabras que en tomo a él se pronuncian, el autor de Hijos de la ira vive y sueña un doble misterio: el que, por debajo de lo que los científicos nos enseñan, siempre es la invención de una palabra, en tanto que acto poético, y el que, más allá de lo que sobre ella dice el diccionario, ella puede metafóricamente significar. Dámaso, poético ensoñador de los infinitos sentidos posibles de las palabras.

Español que vive la historia de su pueblo, hombre que de todo lo humano quiere parte, poeta que en todo lo que oye intenta adivinar todo cuanto lo oído puede ser. Éste es el Dámaso silencioso y absorto que, blandamente asidas las dos manos al borde de la mesa, yo veo junto a mí las tardes de la Academia.

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