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Tribuna
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Chile

Chile, donde la Historia se interrumpe. Chile, donde la sangre de América se coagula donde la política no tiene boca y el pueblo, directamente, no existe. Han dejado sin pueblo al pueblo de Chile. Unos estar muertos y otros dispuestos , morir. Lo que ya no hay en Chile es pueblo cotidiano, esa argamasa humana de la vida, Por ahí suelen caer las dictaduras (y esta palabra se me queda corta)."Washington confía en que Chile sea una democracia en l989". 1989. ¿Y por qué no ahora? La democracia no es una cosa que haya que fabricar penosamente. Democracia es la forma espontánea de la vida humana, a estas alturas de humanidad, cuando la gente, en cualquier parte, busca su nivel natural, cultural, como lo busca el agua, puntualmente. La democracia, como la libertad, no se concede, sino que instaura sola, reparte sus poderes de pan y oro, instaura sus plazuelas (con su Sócrates dentro, perorando), distribuye la infancia entre los niños, rifa tranquilidad y toca a todos. Chile, araña pluvial que no eres Chile, nombre que te han quitado, sustituido, nombre alegre, ligero y popular que le han puesto a otra cosa: a un negro tabernáculo o cuarto de banderas despintadas. Vuela el nombre de Chile en lo oceánico, nombre ligero, de sonido pueril y encantador, movido por las olas catedralicias, por el mar que ya sabe la verdad, y es que Chile no existe. Hoy se pregunta el mundo por desaparecidos, masacrados: nosotros nos preguntamos por el país en total: ¿dónde está Chile? De allá vinieron libros y ministros, y maestras geniales, maestras de escuela, y vinieron alturas que en Europa ignoramos. Hoy Chile no está en Chile. Chile sustituido, esa cosa que hay, debiera llevar otro nombre, debiéramos ponérselo, un nombre de marrones injuriosos y de coágulos negros, como cuando la sangre se parece a una letra.

Mas Chile está en el mundo. Chile no es más que vida interrumpida. Chile está allí, aquí, allá, donde la existencia aún fluye con la pereza celestial del agua, donde la libertad abre sus coliseos con palcos de aire, donde la democracia cede el paso, por la calle, al poeta ciego que viene (¿y cómo distinguir un ciego de un poeta, tan videntes?), al niño frágil que va a hacer los recados. Pinochet prohíbe las caricaturas políticas. Tiene razón, todo es caricatura. La gran caricatura ya la hicieron con una gesta heroica por la espalda, y la hacen cada día, para sí mismos, caricatura de otras caricaturas: lo que fue la española, por ejemplo. El cuadro de las lanzas (lámina velazqueña de una claudicación, o de dos) no lo han sabido ver los hombres de lanza, como nunca han entendido bien a Don Quijote (urge la desmilitarización del Quijote). De modo que anulan un sistema, un Estado de derecho, un derecho de Estado, y erigen un cuadro de las lanzas, que es todo su sistema de gobierno. El cuadro vivo (como antes se decía) puede durar 40 años, o prolongarse otros dos, que es lo que Robert Gelbard (enviado de Washington) quiere para Chile.

Inmóvil está el cuadro, quieto, falso: quiere ser velazqueño y es goyesco. Inmóvil un Gobierno, un sistema, un país, un hombre, haciendo sólo decorado y no política (por detrás del telón mueren los muertos). No le llamemos Chile a ese fantasma, guardemos la palabra para aquel país delgado, oceánida y cultísimo. No le llamemos Chile a cualquier cosa. Washington guarda Chile en algún sitio. Devuelve Chile a Chile, hombre de los rodeos vaqueros y las desmemorias. Devuélvenos el nombre de la gente.

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