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Tribuna:WASHINGTON Y LA GUERRA IRÁN-IRAK
Tribuna
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La responsabilidad de la crisis del Golfo

La promesa solemne de Reagan de "proteger el suministro de petróleo del mundo libre" mediante el aumento de la presencia naval de EE UU en el Golfo sugiere un prurito de lanzar a la nación a la acción militar y es la manifestación más reciente de un pensamiento falaz al que sucumben todas las superpotencias: la idea de que conocemos los intereses de otros países mejor que ellos mismos.Como todo el mundo sabe, ninguno de los principales amigos y aliados de Norteamérica está a favor de la política que la Administración de Reagan aspira a conseguir. Europa Occidental y Japón dependen mucho más del petróleo que pasa por el estrecho de Ormuz que EE UU, y se niega, con firmeza, a respaldar las machadas aventureras del señor Reagan.

Ni siquiera está claro que los Gobiernos árabes quieran subir el precio de las apuestas militares en la zona. Sin embargo, la Administración juzga, con sublime seguridad, que comprende mejor los asuntos que las naciones involucradas y amenazadas más directamente, plenamente familiarizadas con la región. Esto ha ocurrido con anterioridad, conduciendo siempre al desastre. El ejemplo más trágico fue el de Vietnam, en que la intervención norteamericana iba dirigida a salvar Asia oriental de una toma del poder por parte de los comunistas. Tratándose de una misión tan generosa, el entonces presidente Lyndon Johnson jamás pudo comprender por qué los demás miembros de la Organización del Tratado del Sureste Asiático (SEATO) no quisieron enviar más tropas a Vietnam para ayudar a los norteamericanos a salvar a sus propios países. En 1967 envió a Clark Clifford con la misión de convencer a los Gobiernos de la SEATO para que aumentasen sus contribuciones militares. Al viajar Clifford de capital en capital pudo comprobar que los Gobiernos de la SEATO no tenían los mismos puntos de vista de Washington. No estaban de acuerdo con la valoración norteamericana de la amenaza o con las consecuencias en dominó de una victoria de Vietnam del Norte, dándose a todos los diablos si hubieran tenido que enviar a sus jóvenes para que los matasen en Vietnam.

No sabían lo que hacían

Si las naciones que conocían mejor la región no veían intereses trascendentales que motivasen una guerra civil en Vietnam, Clifford concluyó que cómo era posible que Norteamérica estuviese tan profundamente involucrada. ¿Sabían realmente los norteamericanos lo que hacían? Categóricamente, no, se dijo, y cuando al año siguiente se le nombró secretario de Defensa, hizo todo lo que pudo para acabar con la implicación norteamericana.

América Central es otro ejemplo de la falacia de la superpotencia. La política norteamericana de intervención militar está dirigida a salvar a los otros países de los malvados sandinistas. Pero la mayoría de los Gobiernos latinoamericanos piensan que la política de EE UU de militarizar el problema aumenta el caos y la desesperación, siendo mucho más probable que promueva la expansión de la revolución marxista en vez de detenerla.

Si una Nicaragua marxista constituye una amenaza tal, ésta será considerablemente más inquietante para Latinoamérica que para EE UU. Los países de Latinoamérica son, políticá y militamiente, mucho más vulnerables que EE UU; están más próximos a la escena; mucho mejor informados sobre la misma; y sus dirigentes, tan decididos a resistir su propio derrocamiento como EE UU lo está en su nombre. Sin embargo, no consideran la amenaza tan apocalípticamente como lo hace la Administración de Reagan.

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Líbano fue otro ejemplo. La matanza de marines debería haber demostrado para siempre los peligros de entrometerse en Oriente Próximo, una parte del mundo tan atormentada por los antiguos odios históricos y religiosos que supone un desario, no precisamente para el control, sino para la comprensión por parte de Occidente.

Los norteamericanos no tenían ni jamás remota idea del lío en que iban a meterse en Líbano, y ahora, izado al estandarte de la ignorancia supina, parecen cernirse sobre el Golfo, prestos a lanzarse a él de cabeza, alegremente, involucrándose en un lío aún mayor.

Las recientes payasadas de la Administración de Reagan son un ejemplo. Los iraquíes atacaron a una fragata norteamericana, matando a 37 tripulantes. Irak inició en 1984 la política de atacar a los barcos en el Golfo, provocando de este modo las represalias iraníes, y en los dos años últimos Irak ha atacado la mitad más de barcos que Irán.

Sin embargo, la Administración de Reagan, en vez de montar en cólera contra el agresor, recompensa a Irak por el asalto a la fragata Stark, concentrando todo su veneno y sus amenazas de represalias en Irán, país al que no hace mucho vendía armas.

Se puede especular que esta nueva política se dirija a castigar a los iraníes por meter en un lío a Oliver North (y a Reagan). La perspectiva de que el Golfo pudiera convertirse en un lago ruso se plantea como tema de conversación, pero, obviamente, un aumento de la presencia de la URSS sólo haría de ésta un objetivo del temor árabe y de la furia iraní.

"Casi todos los amigos de Norteamérica, de Oriente Próximo, Europa y Asia meridional", ha escrito Jeanne Kirkpatrick, "ven con preocupación que un compromiso mayor de las fuerzas norteamericanas sería pelígrosopara el poder y las vidas norteamericanos. Nuestros aliados y amigos dependen mucho más que nosotros del petróleo del Golfo, pero no creen que una presencia militar incrementada sea necesaria para proteger sus intereses vitales".

¿Qué demonios piensan que están haciendo los líderes de Norteamérica? ¿Qué garantía les da la experiencia para suponer que conocen mejor que nadie los intereses de otros países? EE UU ha de librarse de la falacia de la superpotencia antes de que ésta cueste más vidas norteamericanas, influencias y credibilidad.

, historiador y catedrático de Humanidades de la City Universíty de Nueva York, escribió este comentario para el New York Times.

Traducción: Camilo Delhom.

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