El III Festival de Poesía de Barcelona congregó a medio millar de personas
El Festival Internacional de Poesía de Barcelona celebró el lunes su tercera edición. Esta vez, el escenario escogido fue el teatro Romea, al que acudieron alrededor de medio millar de personas para escuchar cómo 16 poetas de distintas lenguas leían, a lo largó de tres horas, una selección de sus versos. La velada se desarrolló con la palabra como única protagonista, sin concesiones dramáticas ni efectismos. Stephen Spender (Londres, 1909), decano de la poesía inglesa, fue escuchado con especial emoción por el público y por sus colegas. Un detalle insólito: al finalizar la ronda de lecturas, los espectadores reclamaron un bis.
El año pasado, el festival se celebró en el inmenso espacio del Mercat de les Flors y desglosado en dos largas veladas. Algunos de los poetas participantes se inclinaron por un recitado efectista y gesticulante; un bardo japonés leyó en sú idioma apoyado por el sonido de cascabeles; un francés empleó un extraño instrumento para crearse el ritmo. Este año, en el más adecuado marco del Romea, han primado la contención y la sobriedad. Instalados sobre el escenario, en unas mesas de café, con el telón a medio izar y unos paneles blancos de fondo, los poetas leyeron sus versos, sentados o desde una pequeña tribuna de orador, huyendo de todo efecto, casi con timidez, dejando el protagonismo a la palabra, al verso, que los presentes escuchaban a veces con los ojos cerrados, como si fuera música.La neutralidad del tono, la falta de trazos dramáticos en el recitado, hicieron, paradójicamente, más intensa la velada. Allí estaban los poetas mostrándose, desgranando sus versos con una suerte de incómoda vergüenza. Y el público era el voyeur que oteaba jus profundidades. Con el valenciano Josep Piera la línea pareció a punto de romperse. Dio lectura a tres poemas de su libro Maremar, un, itinerario sensual por las islas del Egeo. En Cápvespre a Samos, su voz se fue quebrando; en Oda a Santorini el joven poeta luchó visiblemente con las lágrimas; en Vaixell cap a Ciros, recuperó el control con gran esfuerzo. El público se mantuvo en vilo siguiendo la evolución del poeta. Fueron unos momentos intensos, más aun porque no se produjo ningún desahogo y la emoción siguió ahí, en el aire, toda la noche, como tormenta que no llega a descargar.
Evocación
Con Juan Luis Panero, que leyó el último, pareció que llegaba un cambio de clima y de ritmo. Se mostró irónico, divertido, o displicente: "Agradezco que se hayan quedado; demuestran ustedes más interés por la poesía que yo", dijo al público. Y remató: "Creo que la poesía es para ser leída y no recitada". Sin embargo, al decir sus poemas -de Antes que llegue la noche- mostró una enorme emoción, especialmente al evocar a Gabriel Ferrater y a Joan Vinyoli en Encuentro inesperado.Abrió la velada Josep Maria Llompart, que leyó versos de distintos libros y algunos inéditos. Le siguió Ángel González -de la generación de los 50- con tres poemas dichos en un bellísimo castellano. Jacqueline Risset dio lectura, en francés, a una larga composición. El barcelonés Márius Sampere leyó sentado, inclinado sobre sus poemas. El genovés Franco Loi venía como una de las voces más potentes y personales de los 15 últimos años en Italia. Se arrancó tarareando suavemente un poema como una canción de cuna.
Luego se sucedieron el crítico de arte y poeta José CorredorMatheos y el pintor y poeta Albert Ráfols Casamada. El esperadísimo Spender (miembro de la Thirty generation con los desaparecidos Auden e Isherwood) leyó con un chorro de voz sorprendente para su edad. Escogió algunos poemas sobre la Guerra Civil española -en la que participó-, recitándolos sin respiro como si de una larga frase se tratara. Tras- el descanso, se sucedieron Javier Lentini, Edward Lowbury, otro poeta inglés; Antonio Osorio, de Portugal, con un muy lírico poema sobre la tristeza; el joven Miquel de Palol, Marie Claire Bancquart, poetisa y novelista; y Valerio Magrelli.
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