El cese del jefe del Estado Mayor causa un terremoto en el Ejército argentino
Un auténtico terremoto asola a las fuerzas armadas argentinas del Ejército de Tierra, tras ser aceptada la dimisión, y consecuente pase a retiro, de Héctor Luis Ríos Ereñú, jefe del Estado Mayor del Ejército. Su sustituto interino será el propio ministro de Defensa, Horacio Jaunarena, y su probable reemplazante definitivo, el general Augusto Vidal, actual jefe de los institutos de perfeccionamiento militar, con sede en Campo de Mayo.
Nada permite demostrar que el general Héctor Ríos Ereñú haya cesado en sus funciones como una concesión a los sublevados. Es cierto que Ríos Ereñú, cargado de tanta buena voluntad como de falta de carácter e influencia sobre sus subordinados, era una cabeza pedida por los insurrectos y por todos aquellos que no habiéndose insurreccionado le tenían por un traidor a la casta militar, por un vendido a los favores del poder civil.Seriamente se penso en la Casa Rosada en mantenerle en su puesto, según fuentes próximas a la presidencia. Pero los acontecimientos fueron más allá de la propia voluntad del Ejecutivo. El general Ríos Ereñú mantuvo en la noche del sábado una reunión con 250 jefes y oficiales de las guarniciones del Gran Buenos Aires, sin otro logro que el que muchos de los asistentes, levantada la sesión, acudieran a Campo de Mayo a confraternizar con los insurrectos.
Ríos Ereñú conferenció con el rebelde Aldo Rico sin lograr su subordinación, y aquél, tras la reunión, tomó un helicóptero en Campo de Mayo y sobrevoló Campana y Zárate -las localidades donde se encontraban acampadas las tropas supuestamente leales del II Cuerpo de Ejército, mandadas por el general Alais- para observar su despliegue y su fuerza. Ríos Ereñú era un cadáver militar.
Su pase a retiro hace temblar las bases del Ejército. Todos aquellos generales del Ejército de tierra de mayor antigüedad que el supuesto sustituto, Augusto Vidal, deben pasar a retiro obligatoriamente.
Al menos 13 generales deberán pasar a retiro si Augusto Vidal es nombrado jefe del ejército
En las fuerzas armadas argentinas rige el principio reglamentario de que ningún jefe de Estado Mayor de las tres armas puede ser inferior en antigüedad a sus subordinados, obligado al retiro automático de quienes lo sean.Si se confirma la designación del general Vidal, al menos 13 generales deberán pasar obligatoriamente a retiro al margen de su mayor o menor lealtad al Gobierno. Entre ellos, Alais, al mando del II Cuerpo de Ejército y llamado a reprimir a los sublevados de Campo de Mayo; Juan Carlos Medrano, jefe del IV Ejército, y Enrique Bonifacino, al mando del V, entre otros.
Por razón de los acontecimientos de estos días se producirá el relevo de Fichera al mando del III Cuerpo de Ejército, acantonado en Córdoba, y de mandos intermedios, como los del XIV Regimiento de Paracaidistas (donde se atrincheró el prófugo ex comandante Barreiro), el jefe del Regimiento 18º de Infantería de Misiones -ex comandado por el rebelde ex teniente coronel Aldo Rico-, el VIII de Caballería Blindada de Magdalena y el VII Regimiento de Infantería de La Plata, al mando de coroneles que no pusieron excesivo énfasis en la defensa de las instituciones democráticas.
El Gobierno, y en particular el Ministerio de Defensa, es remiso a facilitar información oficial sobre el número de jefes, oficiales y soldados -aunque se estima que sobre éstos no se ejercerán acciones punitivas- que serán removidos de sus mandos o procesados por la asonada de Semana Santa. Pero analistas militares argentinos dan por inevitablemente producido su auténtico seísmo sobre la plana mayor del Ejército de Tierra.
'Alfonsinazo'
Nada se pactó con los rebeldes para lograr su rendición, todo fue más simple que eso. Alfonsín, en el límite de su paciencia y recordando que era el jefe supremo de las fuerzas armadas, tomó en solitario, en uno de sus Alfonsinazos -es su carácter- resolver la crisis que estaba dejando pudrir por impotencia sus primeros jefes militares y en particular Ríos Ereñú, leal hacia arriba, pero sin la menor lealtad por debajo.
Cuando partió de la Casa Rosada hacia Campo de Mayo se formó en la casa de Gobierno un grupo de tareas que comenzó a evaluar las posibilidades de que Alfonsín fuera agredido o preso, repartiéndose munición adicional a los granaderos de San Martín que custodian el edificio. Ya en el helicóptero presidencial, se convenció a Alfonsín de que no se presentara directamente en la Escuela de Infantería, tomada por Aldo Rico, sino que estableciera un cuartel general en el Comando de Institutos Militares, dirigido por el general Augusto Vidal, de probada lealtad constitucional.
Desde allí, Alfonsín reclamó por sus edecanes la presencia del rebelde Rico. Acudió armado y acompañado y se desarrolló un diálogo tenso, pero respetuoso y sin que se elevaran los tonos de voz. Rico reclamó y Alfonsín le cortó la palabra asegurándole que no había acudido allí para escuchar exigencias o planteos. Rico se explayó sobre sus méritos en las Malvinas, así como los de algunos de sus hombres, pidió amnistía para los militares condenados por la guerra sucia contra la subversión y se cuadró. Alfonsín le recitó los reglamentos de su propia arma, que había consultado, y le exigió la rendición incondicional. Rico se cuadró, depositó su arma en un sillón próximo y rindió su unidad. No se pegó un solo grito ni nadie descompuso su compostura.
Rico -y todos los que se secundaban en silencio- no esperaban la arremetida presidencial. Habían recibido multitud de adhesiones militares y la seguridad de que ninguna unidad del Ejército intentaría desplazarles de su atrincheramiento en la Escuela de Infantería. Sabían que ningún militar argentino iba a disparar contra otro militar argentino. Para lo que Aldo Rico y sus hombres no estaban preparados era para que su jefe supremo, el presidente de la República, sólo acompañado de sus edecanes, desarmado, les intimara moralmente en su despacho a la rendición incondicional.
El país ha recobrado su calma y su aspecto habitual. Por supuesto la Confederación General del Trabajo (CGT) levantó su llamado la huelga general y hasta anoche el presidente abandonó la Casa Rosada para pernoctar en la residencia presidencial de Olivos. Los problemas, por supuesto, continúan donde estaban: la cohabitación con el peronismo, el traslado de la capital a la Patagonia, la reforma de la Constitución, la fatalmente aplazada ley del divorcio, el recuerdo de que la Iglesia católica tardó 72 horas en acudir en socorro de la democracia permitiendo que se le adelantara el propio Ronald Reagan, las esperadas subidas de salarios y pensiones que alivien la congelación del nuevo plan austral de economía de guerra.
Pero algo ha cambiado en la atmósfera de este país. Unos y otros, se sienten admirados y orgullosos de su presidente, la inmensa mayoría abomina de una nueva dictadura militar y por primera vez en este siglo lo han manifestado en las calles, sintiéndose protagonistas de la defesa de la democracia republicana. Ayer los argentinos han vuelto a sus faenas y a sus afanes como siempre, sin un mango -ni una peseta- pero orgullosos de sí mismos.
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