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Tribuna:REBELIÓN MILITAR EN ARGENTINA
Tribuna
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El doble poder

A mediodía del domingo de Pascua, horas antes de la resolución del conflicto, se vivía en Argentina una clara situación de doble poder. De un lado, el Gobierno constitucional respaldado por todos los sectores políticos, sindicales y empresarios; por todos los artistas e intelectuales, con alguna rara pero nada imprevista excepción. Del otro, los militares.Argentina conoce desde hace 57 años esta forma recurrente de crisis: cada tanto tiempo los militares toman por asalto el Gobierno, arruinan un poco más al país, se llenan los bolsillos y luego dan un paso atrás cuando su fracaso se ha hecho tan evidente que hasta han comenzado a pelearse entre ellos. Mientras el Gobierno civil se desgasta tratando de resolver el desbarajuste heredado, los militares pasan un tiempo en los cuarteles resolviendo sus cuestiones internas y preparándose para volver.

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Cambio histórico

El presidente Alfonsín trató de quebrar este ciclo, sentando en el banquillo, de los acusados a los responsables del último estropicio, el peor de todos. No se sufren el crimen, la cárcel, la tortura, el exilio y 30.000 desapariciones; no se pierde una guerra como la de las Malvinas sin que algo cambie en la conciencia de un pueblo. Aun la del argentino, que dirigido por una clase política frívola y atrasada, vivió siempre las rupturas institucionales con cierta indiferencia o fatalismo. Esta vez no ha sido así; hay que ser argentino y haber vivido la amargura de la indiferencia civil ante los golpes militares para gozar plenamente la emoción de este cambio histórico. Mientras la multitud esperaba que el presidente Alfonsín regresara de Campo de Mayo, la televisión mostró a un niño, con su uniforme escolar, cogido de la mano de su padre. Ambos estaban en plaza de Mayo participando de la movilización convocada por el Gobierno y las fuerzas civiles. En su otra mano, el niño portaba un cartel que decía: "Quiero crecer y aprender en democracia; señor presidente, no me falle". Esta imagen es simbólica de lo que ocurrió, que después de todo es simple en su inmensa grandeza: después de haber mirado hacia otro lado durante los años negros, los argentinos sienten ahora más vergüenza que miedo. Desde la noche del jueves hasta la resolución de la crisis, una multitud se fue agolpando ante Campo de Mayo, donde se acantonaron los rebeldes. Cada vez que los guardias intentaban un movimiento para alejarlos, la gente no vacilaba en mandarlos a la puta madre que los parió.

El senador radical Adolfo Gass, que pasó ocho años exiliado en Caracas y tiene un hijo desaparecido, convocó al pueblo a marchar sobre los rebeldes en la noche del viernes, cuando ya era evidente que ningún militar obedecía. Muchos miles se hubieran lanzado seguramente el sábado contra los cuarteles de haber fracasado el presidente, y quién sabe qué hubiera pasado. Mis colegas de la radio y la televisión, la mayoría de ellos expertos en perfilarse adecuadamente frente a los cambios institucionales, no vacilaron. Después de todo lo que dijeron y de la forma en que lo dijeron, era difícil imaginar que pudieran seguir trabajando bajo una nueva dictadura. Es que la última nos mató a 98. De verdad, algo ha cambiado en la actitud de los argentinos hacia la democracia.

Dicho esto, la política no es un problema de actitudes y sentimientos, sino de relación real de fuerzas. La situación de doble poder a que aludo fue posible porque los militares son los únicos que tienen armas en este país e ignoran por completo en qué consiste ponerlas al servicio de la democracia. El Gobierno y la sociedad civil no han encontrado aún la manera de resolver el problema, aunque parecen haber aprendido cómo hacer, al menos, para que las armas no sometan fácilmente a las instituciones.

Esto parecerá anacrónico en Europa -aunque no tanto a los españoles, que han vivido situaciones similares hace apenas seis años- pero es pura y simplemente la realidad en América Latina. Que los militares se nieguen a someterse al poder civil es tan anacrónico como el analfabetismo, el hambre o las dictaduras, pero las cosas son anacrónicas o no según desde qué tiempo histórico se las considere. La inmediata reacción mundial en defensa de la democracia argentina parece demostrar que ciertos países comienzan a hacerse cargo de esta realidad. En otros tiempos, la Casa Blanca no sólo no mandaba telegramas de apoyo, sino que estaba detrás de los insurrectos.

Un balance frío de la resolución de esta crisis indica que técnicamente la legalidad ha quedado fracturada. Los rebeldes obtuvieron, al fin y al cabo, la mayor parte de sus reclamos, al menos los de mínima. El general Ríos Ereñú ya no comandará el Ejército, y si bien el presidente Alfonsín se negó de plano a conceder una amnistía, es un secreto a voces que la Corte Suprema se pronunciará adecuadamente sobre el espinoso tema de la obediencia debida. Siempre desde el punto de vista técnico, o legal, este Ejército, que en ningún momento obedeció al presidente, debería ser ahora desmantelado y muchos de sus jefes gravemente condenados, cosa que, obviamente, no ocurrirá. ¿Pero era posible otro resultado? Más de la mitad de los dirigentes políticos que el viernes por la mañana firmaron el Acta de Compromiso Democrático junto al Gobierno estuvieron implicados en golpes de Estado o sirvieron a dictaduras en el pasado. Esa clase media festiva que se movilizó en todo el país por la democracia es la misma que hace unos años pensaba: "Algo habrán hecho", cuando los militares secuestraban muchachos y chicas; gente que sólo se mira el ombligo y le importa un rábano lo demás.

El presidente Alfonsín, que es de los pocos que no han estado mezclados en tanta miseria, debe haber pensado en eso a la hora de hacer concesiones. Ahora, luego de verse obligado a llamar a la gente para defender a la democracia, debería empezar a pensar que la gente sigue siendo lo único en lo que puede apoyarse. La democracia argentina está lejos de la estabilidad, pero si la enorme fuerza que el pueblo desplegó en los últimos días es organizada, mantenida alerta y en tensión, el Gobierno dispondrá del arma para derrotar a las armas.

Carlos Gabetta es director del semanario El Periodista, de Buenos Aires.

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