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Mariano

Se nos acerca un año de conmemoración mariana, para el cual estoy preparando mi propia liturgia, no sea que se me eche encima de un día para otro y me coja con lo puesto. Buscando en el baúl de los recuerdos, du-dua, he encontrado la banda azul del colegio y el rosario de mi madre. Reconozco que no es mucho, pero menos da una piedra, salvo en el caso de que la piedra sea Pedro y sobre esta ídem, etcétera.Pienso que el marianísimo que se avecina constituye una ocasión espléndida para que el Papa de Roma ejecute unos cuantos homenajes. Para empezar, aunque los festejos propiamente dichos se anuncian para junio y de allá en adelante hasta agosto del año que viene, no estaría nada mal que nos obsequiara con un avance, aprovechando su inminente viaje a Chile y Argentina. Países en donde, como todos saben -puede que hasta el Papa de Roma lo sepa- hay tanta, tantísima madre vagando con los pies desollados por su particular calvario, camino de las comisarías, cárceles y fosas anónimas. Camino de la justicia, que nunca llega, o llega poca y tarde. Camino de la siempre fugitiva esperanza.

Madres de torturados, degollados, encarcelados, fusilados, amenazados, exiliados. Madres de desaparecidos. Hasta madres de curas podrá encontrar el Papa de Roma, de sus curas menos favorecidos, de sus curas muertos. Si el Papa de Roma cree que verdaderamente existe la Madre de Dios, y es asunto más suyo que mío, por fuerza deberá reconocerla en esos miles de ojos que han soltado ya todas las lágrimas sin haber perdido aún el coraje.

Pero el Papa de Roma anda más preocupado por las imágenes, tal como recomienda en su última encíclica. Las imágenes no emiten reproches y pueden pintarse de cualquier color, incluso el de la sangre, sin que despierten en nosotros más que un sobresalto lloroso. Si el Papa de Roma quiere conmemorar el año mariano como es debido, puede empezar por arrodillarse junto a las madres de Chile y Argentina. Y rezar mucho.

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