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Tribuna:IMPULSOR DEL ARTE 'POP'
Tribuna
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Andy y Leonardo, juntos en Milán

Mientras Andy Warhol cambiaba definitivamente de tercio en Nueva York, en Milán están por descolgar los cuadros de su última creación: El 'Cenácolo vinciano' según Warhol, una muestra que cierra sus puertas a primeros de marzo.En el centro de la ciudad italiana, con sólo el Corso Magenta por medio y frente por frente a la iglesia de rojo ladrillo donde está el mural de Leonardo, Santa Maria delle Grazie, Warhol expuso durante los meses de enero y febrero una obra monumental, como siempre algo revulsiva, y que representaba en su trayectoria un giro de algo más de 60 grados hacia el este cultural europeo.

El entorno era ideal: un claustro, L'Stelline, recién restaurado donde las salas de alta bóveda inmaculada reciben una potente luz natural. La intención de Warhol estaba clara: visite usted primero la obra del genio renacentista y venga después a ver lo que el rey del pop era capaz de hacer con el arte clásico. La Prensa y la crítica italianas no han sido amables con Warhol, quizá por haberles profanado esta vez uno de sus símbolos culturales, que para este era, además, un recuerdo de infancia a través de una muy cutre reproducción.

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Irreverencia

La exposición era un acto de irreverencia que tocaba elípticamente la adoración y el homenaje justo cuando, en los ambientes exquisitos del restuaro italiano, se debate la para muchos inoportuna restauración de la famosa pintura leonardesca. Warhol mismo se había pronunciado contra la restauración.

Andy Warhol, que tenía el poder de popularizar todo lo que sometía a su síntesis colorista y mordaz -fuera el marmóreo trasero de su íntimo Joe Dallessandro o el bote de Campbell's Soup-, había hecho su primer intento de este tipo con Giorgio de Chirico, reproduciendo multitud de veces y con ligeras varíantes, en serigraflias a dos tintas, unos cuadros del pintor metafisico. Esta exposición pudo verse en el Museo Capitolino de Roma durante el invierno de 1982, y se hacía acompañar de algunos originales de De Chirico.

Las piezas de la exposición milanesa son, básicamente, cuatro grandes lienzos en los que se había reproducido, serigráficamente y a un color, el mural de La última cena, de Leonardo da Vinci. En las paredes, estas piezas se alternan con otras obras de menores dimensiones que son detalles del mismo cuadro, seleccionados con la técnica del zoom fotográfico.

Todas las pinturas están sometidas a una iluminación a base de tintas transparentes, con variantes tales como tela de camuflaje o planos de colores básicos que recuerdan una sobria composición suprematista.

El montaje, costosísimo, como todo lo que tocaba Wárhol, ascendía a algo más del millón de dólares (unos 130 millones de pesetas), y había sido posible gracias a la intervención de varios organismos oficiales y un marchante, coleccionista y amigo personal del artista, el griego residente en Italia Alexander lolas.

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