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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Temerarias acciones de guerra

ESTÁN EN curso acciones de guerra sumamente peligrosas en las cercanías de las costas de Libia. Según fuentes norteamericanas, la aviación de EE UU, en réplica al lanzamiento de seis misiles libios que no hicieron blanco, ha destruido cuatro lanchas torpederas y ha bombardeado dos veces una base de misiles en territorio libio. Estos hechos son la última fase de un largo conflicto en tomo a la definición de las aguas territoriales en el golfo de Sidra. La posición del coronel Gaddafi al proclamar que la totalidad del golfo corresponde a su soberanía es absolutamente indefendible. Pero una vez dicho esto, urge agregar que ese conflicto existe desde los años setenta, que diferencias sobre aguas jurisdiccionales se dan en otros muchos lugares y que, por tanto, la injusta pretensión de Gaddafi no puede servir de legitimación para la acción militar claramente provocativa emprendida por EE UU. Provocación, además, reiterada, con la intención evidente de infligir un castigo al líder libio.Recordemos que después de los atentados de Roma y Viena de diciembre pasado EE UU propuso a sus aliados sanciones contra Libia y que éstos se negaron a ello porque ni el Gobierno italiano ni el austriaco encontraron pruebas de una implicación libia en dichos atentados. Washington, en cambio, con un juicio simplista, ha decidido que Gaddafi es el culpable número uno de todo el terrorismo en el mundo. En enero, la flota norteamericana realizó maniobras, anunciando que podría entrar en la zona reivindicada por Trípoli. Entonces no hubo reacción. En febrero, nuevas maniobras, también sin consecuencias. Las actuales representan una de las mayores concentraciones de fuerzas navales en tiempos de paz y se encuentra, además, implicada en acciones reales.

Con esta forma de actuar, EE UU se coloca en el mismo terreno de total desconocimiento del derecho internacional que el coronel Gaddafi al definir por su cuenta los límites marítimos. El Mediterráneo se encuentra sometido a la ley de la fuerza, en total desprecio por la Carta de las Naciones Unidas. ¿Pretende EE UU derribar a Gaddafi con su flota y su aviación? ¿Qué alternativa tiene? ¿Qué harían los Gobiernos árabes? Washington niega que tenga propósitos tan demenciales. Pero si se trata de un hostigamiento militar, ¿cree la Administración Reagan que va con ello a debilitar o suprimir el terrorismo? Si tal es su idea, demuestra una peligrosa ignorancia de la realidad internacional y en particular del mundo islámico. Estados Unidos puede producir terror y callar muchas voces, incluso gubernamentales, pero, a la vez, siembran odio y resentimiento. De hecho, están estimulando las corrientes de fanatismo y desesperación que abonan precisamente el terreno del terrorismo. Corrientes que sirven al coronel Gaddafi para elevar su prestigio ante masas desheredadas y humilladas por los poderosos de la tierra. El balance de la política de EE UU con respecto al mundo islámico es realmente lamentable. Dispone de muchas armas y medios económicos, pero ha preferido el gesto arrogante a la gestión eficaz, debilitando así a los Gobiernos más sensatos y moderados. Su acción militar ahora culmina el agravamiento de una actuación plagada de fracasos.

Es imprescindible, por otro lado, situar los acontecimientos del golfo de Sidra en un marco más general. Hace poco se produjo en el mar Negro una violación, reconocida por Washington, de las aguas territoriales soviéticas a cargo de la flota estadounidense. No hubo consecuencias. Por otro lado, Reagan tiene un objetivo prioritario en estos momentos: lograr que las Cámaras voten la concesión de una fuerte ayuda, principalmente militar, a la contra. El Congreso lo ha rechazado, pero el Senado tiene que aprobarlo hoy y el Presidente quiere crear el clima que obligue a los congresistas a dar en fecha próxima un voto favorable. No cabe duda que con las acciones militares en las costas libias, presentadas como una acción defensiva frente a Gaddafi, se está levantando una reacción patriotera y chovinista entre la población norteamericana. Ello acrecienta la tendencia, ya visible en los últimos tiempos, de la política norteamericana hacia la afirmación de su prepotencia militar en diversos ámbitos. Reagan puede obtener ventajas para sus planes con respecto a Nicaragua. Pero es evidente que ello conlleva un aumento de los peligros para la paz en el Mediterráneo y en América Central.

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No se puede, finalmente, soslayar el problema que esta situación plantea para España, y en general para los Gobiernos del sur de Europa aliados de EE UU. La flota norteamericana se encuentra en el Mediterráneo desplegando una estrategia cuya razón de ser es la defensa de Europa, pero los hechos demuestran que es utilizada por el Gobierno de Washington para objetivos que responden exclusivamente a su particular concepción de las relaciones internacionales. Con ello provoca situaciones como la que estamos viviendo, cargadas de peligros, que pueden ser gravísimos, no tanto para EE UU, sino para Italia, España y otros países de la cuenca mediterránea. Ello pone de relieve la necesidad de que los aliados europeos de la OTAN posean la posibilidad de distanciarse e incluso de oponerse -cuando lo juzguen conveniente- a métodos y tácticas que no se relacionan para nada con las necesidades de la defensa de Europa. Es un acierto que España haya hecho un llamamiento a la moderación. Pero hace falta que siga una labor diplomática de eficacia con otros aliados europeos para que cesen. las acciones de guerra.

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