Pasiones y obsesiones de un poeta extraordinario
En mucha gente queda aún vivo el tabú de un Pier Paolo Pasolini poco menos que diabólico, ateo, comunista, pornográfico y hasta vicioso. E incluso cuando -en una búsqueda, creo, apasionada y sincera del elemento espiritual en su vertiente estética y existencial- el famoso poeta hundió su arte en argumentos que rozaban directa o indirectamente lo religioso, como en sus películas El Evangelio según Mateo o Teorema, se le criticó como profanador del espíritu.Para algunos, la primera película presentaba un Jesús sólo humano, despojado de la divinidad, politizado, y la segunda, un Cristo simplemente homosexual,
Sin embargo, quienes hemos conocido de cerca a Pier Paolo Pasolini podemos hoy testimoniar que, para él, el argumento religioso era algo muy serio, que le apasionaba y le atormentaba, y que la figura del Profeta de Nazaret le subyugaba, como tampoco fue indiferente al fenómeno social y político de la Iglesia católica.
Tengo una amplia memoria personal que testifica la profunda religiosidad de Pasolini, el hombre que hace diez años -a los 53- moría violentamente en Italia, en una situación que convirtió ese asesinato en una oscura culpa para todo el país. El enorme homenaje que durante estos días se le rinde es fruto de la perplejidad ante la figura de un extraordinario poeta, uno de los creadores más extraordinarios que haya dado este siglo de cine e imágenes.
Recuerdo hoy un congreso de escritores, creyentes y no creyentes, convocado en Asís por Giovanni Rossi, el fundador del movimiento Pro Civitate Christiana. Giovanni Rossi me pidió entonces que pronunciara una conferencia sobre Jesús de Nazaret, escritor, pensando precisamente en Pasolini, que ya entonces empezaba a interesarse por la figura del Profeta judío.
Recuerdo aún los ojos negros del poeta, sin parpadear cuando escuchaba que Jesús había escrito una sola vez en su vida, con el dedo, sobre las losas empolvadas del atrio del templo, para salvar a una mujer adúltera de la lapidación a que la habían condenado los fariseos.
No parpadeaba cuando oyó que aquellas pocas palabras, las únicas eséritas por el Profeta galileo en su vida; las borró el viento para siempre, y que probablemente la única que pudo leerlas y que se las llevó a la tumba como un recuerdo sagrado fue la mujer adúltera, ya que estaba postrada por tierra a los pies de Jesús, donde la habían arrojado, como un saco de pecado, los fariseos, a quienes el profeta desafió diciendo: "Quien de vosotros se considere sin pecado, que arroje la primera piedra".
Pasolini quiso comer aquel día en mi mesa. Quería seguir hablando de aquella escena del Evangelio llena de sugerencias para su espíritu estético. Se unió a la mesa un grupo de muchachas, que escuchaban, a Pasolini embelesadas. Las hablaba sin mirarlas a los ojos, aunque ellas hacían esfuerzos por escrutar los suyos, vivos, un poco asustadizos, negrísimos, llenos de un cierto misterio.
La mujer
Bromeé con él diciéndole que estaban todas enamoradas y pendientes de sus labios. Sonrió complacido. Después se quedó serio, y sin falsos pudores, casi recitando una obra teatral, hizo una confesión delante de ellas: "Y pensar", les confió, "que una de mis amarguras es que me moriré sin haber podido penetrar a fondo en el misterio de la mujer".
Y algunos amigos míos que conocieron bien a Pier Paolo Pasolini me han confirmado que también se había confiado a ellos sobre este tema que le atormentaba. Porque Pasolini amaba a la mujer, sentía que en los pliegues de la femineidad existían fibras que él no conseguía hacer vibrar ni sabía recoger sus latidos. Pero le dolíaintelectualmente como una espina profunda, y lo decía con la misma sinceridad y lealtad con la que nunca ocultó, en años en que la diversidad estaba aún estigmatizada, su condición de diferente.
Hay quien asegura que el problema de la religiosidad le dolía a Pasolini y le estimulaba y escocía como el del sexo.
Que ambas expresiones del cuerpo y del alma le latían con fuerza dentro, y que por eso a veces acababa mezclándolas, como en Teorema. Ahora, Enzo Siciliano ha descubierto que cuando Pasolini tenía 25 años, entre 1947 y 1949, el escritor friulano, además de escribir una poesía al día, escribió también una novela que tenía como protagonista a un sacerdote y a un joven comunista, ambos unidos por una pasión intelectual, pero al mismo tiempo el sacerdote con el aguijón de un sexo diferente en sus entrañas, que le llevaba a extasiarse "contemplando a los muchachos a los que daba clase".
Yo recuerdo cuando en Asís, adonde Pasolini iba con frecuencia a los congresos de escritores y de directores de cine, y le gustaba confrontarse con los creyentes, aunque él se presentaba siempre como agnóstico, Giovanni Rossi le desafió a quedarse allí tres días, huésped de Pro Civitate Christiana, encerrado en una de las celdas sencillas de la institución para leer despacia, los Evangelios.
Pasolini, a quien fascinaba siempre lo nuevo y que llevaba dentro el gusanillo de lo religioso, aceptó el desafío. Empezó leyendo el Evangelio escrito por Mateo, y antes de acabar había empezado ya a escribir el guión de su pelícu la , que acabaría conmoviendo y escandalizando al mismo tiempo.
Fue la película en la que Pasolini descubrió el Jesús político y social, el profeta de los desheredados y desesperados. Una película en la que injertó una dimensión femenina profundamente religiosa usando a su propia madre para interpretar el personaje de María, la madre de Jesús.
Eran los tiempos en los que en Italia el ateísmo era casi un pasaporte de intelectualidad y de izquierdas. Fue en uno de aquellos congresos de escritores en Asís donde un hijo de Enzo Siciliano, de 12 años, se esforzaba con candor en demostrarme que Dios no existía.
Pier Paolo Pasolini, que fue la imagen plástica del anticonformismo, lo fue,también en el aspecto religioso, que nunca despreció ni arrinconó como superestructura inútil o peligrosa para la razón. Fue, eso sí, muy duro con la institución Iglesia, como lo fue con otras instituciones, empezando por la de su partido, porque no fue un hombre de clichés preconcebidos.
Su profunda y exquisita sdnsibilidad le hací a atento también al fenómeno religioso. Por eso mismo no me extraña que sean hoy no pocos creyentes y hasta movimientos religiosos conservadores quienes están hurgando en la obra cinematográfica de Pier Paolo Pasolini y en el personaje con una atención inédita.
Es verdad que puede haber mucho de instrumentaliz ación en ello. Que puede tratarse a veces de la clásica operación curial que condena en vida a los hombres para exaltarles después de muertos, pero creo que es algo más. Se empieza a descubrir que en el alma del ateo Pier Paolo Pasolini, en el
Pasiones y obsesiones de un poeta extraordinario
mar agitado de sus pasiones, existía al mismo tiempo una gran carga de lealtad moral, de sufrimiento ético. Que fue un profeta de la disgregación que estaba empezando a desarrollarse en el mundo de los valores.
Torbellino
Él vivía todo este torbellino de las pasiones no controladas dentro, y sufría por ellas; quiso a veces exorcizarlas viviéndolas plenamente en su carne, pero a través de sus vivencias comprendió, también, como verdadero profeta del humano, que aquellas pasiones eran el símbolo y la proyección de lo que podía ser una ciudad, una humanidad, una historia, abandonadas sin control a. la pura pasionalidad animal.
Por eso, paradójicamente, Pier Paolo Pasolini, en el culmen de su desarreglo vital, en vísperas de una muerte oscura e ingloriosa, apareció casi como un moralista intransigente, fustigador de costumbres, acabando expulsado hasta de su mismo partido. Hoy ya no puede remediarse nada, y quizá por ello los que miran hacia atrás ven la dimensión enorme de su figura.
Porque Pier Paolo Pasolini fue un hombre frágil en apariencia, débil en su carne, pero tremendamente fuerte y sólido dentro, en sus vivencias más inéditas y personales. Fue su persona como un reflejo de lo que escribió de su cuerpo: "Bajo de estatura, pequeño de formas, pero extrañamente robusto al mismo tiempo".
Babelia
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