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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Quién teme a la deuda externa

PESE A la expectación previa a la 40ª Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU), el problema del endeudamiento exterior del Tercer Mundo (que se acerca al billón de dólares) sigue sin dar muestras de sensibilizar todo lo que debiera, al mundo desarrollado. Los debates sobre su pago se siguen haciendo en foros a los que sólo acuden los deudores, y en casi ningún caso las entidades y los países acreedores. Y dentro de los primeros, los únicos que hasta ahora han mostrado alguna capacidad de actuación conjunta -aunque con pocos resultados prácticos- han sido las naciones latinoamericanas (que deben 360.000 millones de dólares). África y el llamado Cuarto Mundo -países del Tercer Mundo sin capacidad de exportar materias primas- no cuentan en el concierto internacional ni siquiera para intentar que paguen sus préstamos, tal es el grado de bancarrota de sus economías.Los países acreedores no quieren abordar globalmente los problemas del endeudamiento. Su tesis, hasta el momento, es que hay casos y casos de países endeudados, pero no un problema de conjunto. Admiten que hay que resolver el impago de los créditos de cada país con cada acreedor, pero no conjuntamente.

Así, ante un endeudamiento que crece desde hace décadas y que va complicándose en progresión geométrica, ni se vislumbran caminos de solución económica ni existe un ningún diálogo político que aligere las dificultades y ofrezca mejores perspectivas. La situación parece tan delicada que existen sospechas de que las entidades financieras acreedoras pretendan dilatar sine die cualquier punto de ruptura y aprovisionar las pérdidas, entre tanto, en sus cuentas de resultados, de forma que llegue un momento en que una suspensión de pagos generalizada de los países deudores no sea más que un problema contable.

La falta de un diálogo político se ve además entorpecida por las distintas posiciones que sobre la deuda exterior mantienen los países en vías de desarrollo. En América Latina se está asistiendo a una confrontación ideológica muy fuerte entre las posturas lideradas por Fidel Castro y Alan García. Habiendo desaparecido casi por completo -por imposibles- las posiciones conservadoras del pasado, que intentaban cumplir con los diktat del Fondo Monetario Internacional (FMI) y cumplir los plazos de pago del servicio de la deuda, dos estrategias compiten por convertirse en determinantes. El presidente cubano, Fidel Castro, mantiene que la deuda es simplemente impagable, por lo que lo primordial es determinar los cauces para que la suspensión de pagos multilateral no produzca un crack del sistema financiero mundial. Este cauce es, para Fidel, que los países acreedores reduzcan en un 10 o 12% los gastos destinados a armamento, dedicando este dinero al saneamiento de los bancos afectados.

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La segunda estrategia está encabezada por el joven presidente peruano Alan García, que representa las ideas de la Internacional Socialista en América Latina, y a la vez las del Consenso de Cartagena (grupo de los 11 países más endeudados de la zona, formado por los más distintos regímenes políticos, incluido el fascista chileno). García no quiere romper todos los lazos con los acreedores, pero intenta reducir sus apetencias dedicando al pago anual de la deuda sólo un 10% del valor de las exportaciones de cada país, porcentaje que no impide (aunque limita) las expectativas de crecimiento de la región. Sin embargo, García ha dado un paso más arriesgado al decidir que la reestructuración de la deuda peruana se hará sin la mediación del FMI. Esta postura puede prender rápidamente en los países latinoamericanos y prueba de ello la ha dado ya el presidente brasileño, José Sarney, anunciando que está reconsiderando su pertenencia al FMI.

A partir de aquí, todo viene a indicar que en los próximos tiempos se recrudecerá la polémica entre quienes piden la pura y simple suspensión de pagos y los que intentan una nueva oportunidad de diálogo con Estados Unidos -principal acreedor- y subsidiariamente con los países y bancos europeos. La ceguera y la prepotencia de las autoridades monetarias norteamericanas, remisos a admitir,que el endeudamiento exterior se haya convertido en un problema político global, han contribuido a enconar la situación y a favorecer con ello que las posturas extremas cobren fuerza en el Tercer Mundo.

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