Borges
Esa estampa del ciego Borges queriéndose enterar de lo que todo el mundo sabía, allí, en la sala donde se juzgaba la barbarie de la "guerra sucia argentina", merece ser capítulo importante en cualquier historia del comportamiento intelectual que algun día se escriba. Cuando los generales asumieron el poder, fueron pocos los intelectuales argentinos de nombradía que opusieron reparos. Al parecer todos eran goethianos y preferían la injusticia al desorden. El propio Sábato no dijo que no y Borges dijo que sí y que sí y que sí. En el futuro no se le tendrá en cuenta. En el futuro se leerán las obras de Borges y sólo en las hemerotecas quedará constancia de como en cierta ocasión su portentosa capacidad de boutade fue considerada apología indirecta de los asesinos.Ciego, pero no sordo, Borges escuchó el relato alucinante de testigos directos del comportarmiento militar. Martín Prieto en una de sus crónicas desde Buenos Aires, dice que el gran escritor se descompuso y hubo de ser atendido como requiere su ancianidad y su hipersensibilidad de poeta. No escogió Borges un día de audiencia presumiblemente singular, sino un día de tantos. Se subió al tranvía de los horrores en una parada cualquiera y obtuvo una muestra de lo que durante ocho años fue la cotidianeidad del terror de Estado. Más que un recreo en la suerte de la reprimenda moral, género periodístico que hay que utilizar con cuentagotas, quiero aprovechar el espacio que se me ha dado en esta columna para elogiar el gesto de Borges dando la cara a una realidad que antes no quiso ver y que ahora asume sabiéndose ética o estéticamente inculpado por su ligereza histórica de dios de las letras por encima de los alaridos de los torturados. Cuando veas a un Estado golpeando a parte de los ciudadanos, en la duda no te abstengas. En la duda ponte al lado de los golpeados, porque a la larga el Estado represor nunca tiene razón, y menos si no le bastan las leyes diurnas y aplica nocturnas leyes pactadas con la muerte y su silencio. He aquí una pauta de pensamiento y conducta que el joven Borges aprendió cuando era anarquista de izquierdas y que el viejo Borges olvidó cuando se hizo anarquista de derechas.
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