Una amarga herencia
El conservador Belaúnde entrega hoy al nuevo presidente peruano una nación en estado crítico
ENVIADO ESPECIAL
El arquitecto Fernando Belaúnde Terry, hoy presidente constitucional saliente de Perú, más conocido como el nubenauta por su constante ubicación en estratosferas líricas y en esquemas muy por encima de la rasante y dura realidad peruana, ha venido a definir con una breve frase el momento que vive su país: "No me marcharé de Perú".
En efecto, pese a las relaciones internacionales logradas durante sus anteriores designios y pese a las ofertas de universidades estadounidenses, el líder de la gran derecha peruana ha tenido que hacer el alarde final de afirmar que piensa continuar residiendo en Lima. Que un presidente constitucional, al expirar su mandato, tenga que hacer énfasis en un punto que debería ser tan obvio retrata perfectamente los infortunios de su mandato.
Belaúnde, un conservador moderado repleto de buenas intenciones, ganó las elecciones de 1963 al frente de su partido, Acción Popular, siendo derrocado en 1968 por el golpe militar del general Velasco Alvarado, quien encabezó, hasta 1980, una serie de Gobiernos castrenses progresistas de variada fortuna. Restaurada la democracia, Belaúnde, bajo la túnica del exilio y su derrocamiento, ganó las nuevas elecciones por el 45% de los votos. Ha sido nada entre dos platos y se retira con poco más del 6% en los últimos sufragios.
Sin embargo, cabe atribuirle algunos méritos indiscutibles: después de 12 años de dictadura militar, y habiendo sido él mismo derrocado, ha mantenido su mandato constitucional de cinco años y hoy impone la banda presidencial a Alan García, su sucesor democráticamente elegido. Y ha mantenido unos niveles de libertad de prensa tan dudosamente irreprochables que ayer podía escucharse a un conocido comentarista radiofónico tildar tranquilamente al general Brush, ministro del Interior, de general sin pantalones y de medio hombre.
Estando significado el mandato de Belaúnde por el nacimiento del terrorismo andino de Sendero Luminoso y la grosera represión militar, es obligado destacar esta insólita libertad de prensa peruana, donde los diarios de izquierda acusan cotidiana e impunemente al Gobierno de las más bárbaras atrocidades.
El arquitecto Belaúnde se ha despedido del Gobierno con un mensaje radiotelevisado al país y una conferencia de prensa; en ambas ocasiones ha dado su medida. Su mensaje al país, fiel a su vocación profesional de constructor, fue una monótona enumeración de carreteras, vados, puentes, poblados edificados, represas, comedores populares, aeropuertos mejorados, botaduras de buques hospitales en los ríos amazónicos, y otros derrames de la Administración que sin duda forman parte de lo que es un buen Gobierno, pero que no lo son todo. En su conferencia de prensa, acosado por los periodistas, resaltó la innegable libertad informativa de su Gobierno y redujo una y otra vez el terrorismo en Perú a un problema de imagen inflado e hiperdestacado por los medios de comunicación internacionales.
Crisis gravísima
La realidad es que bajo el suave derechismo democrático de Belaúnde el nivel de vida cayó en un 30%, los cinco millones de empleos prometidos se han reducido en la pérdida de dos millones de puestos de trabajo, la inflación del 50% anual de hace cinco años se ha disparado al 272% estimada para 1986 y la deuda externa recogida de 8.000 millones de dólares hoy alcanza los 14.900 millones.
Y el terrorismo de Sendero Luminoso, cuyo nacimiento junto a la democracia de Belaúnde no es, ciertamente, atribuible a éste, fue combatido bajo el pésimo sistema de dejarles las manos libres a las fuerzas armadas. Así, en los picos andinos, a 5.000 metros de altura, hasta la infantería de Marina -la Armada no renuncia a su ración de guerra- combate un hosco y sanguinario terrorismo maoísta con métodos no menos desagradables. La degollina andina dura ya cinco años, con su correspondiente saldo de muertos por ambos bandos y el lamentable añadido de los desaparecidos, seis departamentos en estado de emergencia y periódicas atrocidades en las inclementes serranías. Y junto a Sendero, el terrorismo urbano de Tupac Amaru parece ya firmemente instalado en Lima.
La revolución militar de 1968-1980 -uno de los más interesantes procesos de transformación social no marxista que ha deparado América Latina- pretendió la modernización del Estado bajo una pauta fuertemente nacionalista. Expropió a las extractoras estadounidenses de petróleo, desterró de las costas peruanas a los pesqueros que esquilmaban sus aguas, nacionalizó los grandes diarios de la burguesía limeña y repartió profusamente tierras entre el campesinado quechua y aymará, sobre el que se quiso recostar la revolución.
Regresa Belaúnde
La desvertebración crónica de las sociedades de los Andes superiores -Bolivia, Perú- pudo finalmente con los bienintencionados vertebradores. Perú es un país intrincado, de difíciles comunicaciones, revuelto sobre sí mismo entre las cordilleras, las selvas amazónicas y los desiertos costeros, poblado por 20 millones de habitantes, de los que un 4651. son amerindios puros, 38% mestizos y un 5% negros, japoneses o chinos. La minoría restante, blanca, o al menos parte de ella, gobierna el conjunto amablemente instalada en los refinados barrios limeños de Miraflores o San Isidro.
La revolución de Velasco Alvarado se frustró con la propia incompetencia política de los militares que planificaron su revolución como un desembarco y terminaron enfangados en su propio voluntarismo. La dureza de los indicadores económicos y la división interna entre las propias fuerzas armadas propiciaron el repliegue de 1980. Y entonces Belaúnde Terry regresó democráticamente al poder, casi caminando sobre las aguas, como si nada hubiera ocurrido en el interregno.
Descontó pausadamente los logros revolucionarios de los militares, devolvió tierras, periódicos y petroleras, y gobernó el país con criterios suizos, mejorando arcenes de carreteras y bocanas de puertos. Mientras, Perú, empobrecido por la crisis económica internacional y cobrando menos dólares por mayores exportaciones, se veía sacudido por el extraño y remoto Sendero Luminoso, fundado hace 10 años en Ayacucho por Abimael Guzmán, que pretende cercar a las ciudades, desabastecerlas, revolucionarias por hambre y arrasarlas.
Cinco años de gobierno de Acción Popular en el que Belaúnde ha mantenido a un ministro del interior y luego primer ministro -Luis Percovich, que admite públicamente tener visiones de la Virgen del Perpetuo Socorro depararon finalmente el triunfo del aprismo. El Gobierno de Acción Popular no quedó el segundo en las votaciones del 14 de abril, sino el cuarto, con un 6,25% de los sufragios, detrás del 50% de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), del 21 % de Izquierda Unida, liderada por el alcalde de Lima, Alfonso Frejolito Barrantes, y del 10%, de Convergencia Democrática, coalición derechista horrorizada ante la mansedumbre de Belaúnde.
Tras los fracasados 12 años de revolución militar, y después de cinco años de navegación democrática en las nubes, un aire de esperanza y de cambio recorre Perú. Y por primera vez la Alianza Popular Revolucionaria Americana, fundada hace 30 años por el legendario Víctor Haya de la Torre, eterno aspirante al poder frente al odio militar, que llegó a acuñar el eslogan "Tiñamos nuestras bayonetas de sangre aprista", llega juvenilmente al poder de la mano de un impetuoso abogado de 36 años.
Agotado el peronismo por su desgaste en el Gobierno, la muerte de su caudillo y sus divisiones internas, un nuevo populismo americano sube a la palestra, incontaminado por el poder y sobreviviendo vigorosamente a su fundador. La APRA es un partido de izquierda democrática, fuertemente americanista, interclasista, tercermundista y antimperialista, tal como se entiende y se sufre el imperialismo -la ominosa prepotencia económica estadounidense sobre sus hermanos americanos- desde esta orilla de los océanos. También cabría matizar que es un partido occidentalista y de raíz cristiana y con tan escasas simpatías por el comunismo como las que pueda tener el movimiento fundado por Perón.
El joven Alan García hereda unas cargas de Gobierno bastante desastrosas, además de la histórica desarticulación social de la nación. El 65% de los niños entre uno y cinco años padece desnutrición crónica; y Pilar, la esposa argentina del nuevo mandatario, ya está recorriendo los poblados jóvenes limeños organizando ollas populares y repartiendo cacerolas gigantes y donativos para expender raciones calientes. El problema básico, itinerante e inquietante de muchos países de América Latina -pobreza generalizada en países potencialmente ricos- es en Perú el punto de partida de Alan García.
Un programa de esperanzaDe su Gobierno cabe esperar un tratamiento más agresivo de la deuda externa frente al Fondo Monetario Internacional y el club de acreedores, en alianza con los demás países tercermundistas, pero sin llegar a niveles revolucionarios de rompimiento de la baraja financiera; su economía interna girará en torno a la agricultura, de la que pretenderá hacer un pivote para recuperar las exportaciones y mejorar básicamente las condiciones de vida de la mayor parte de la población.
Dada la histórica enemistad entre las fuerzas armadas y la APRA -que casi se llegaron a ver rivales en nacionalismo-, no es de esperar que Alan García recorte drásticamente los elevados presupuestos militares peruanos, mantenidos y hasta alentados por Belaúnde, y que rayan en el militarismo; y, por último, es perfectamente esperable un fuerte intervencionismo estatal en el control de precios y un empuje regeneracionista y ejemplificador en temas como la corrupción administrativa y el auge del narcotráfico.
¿Cuál es el clima? Se ha repetido muchas veces que el escepticismo y el mal de Chagas -una mosca que defeca en su picadura envenenando de por siempre la sangre- son endémicos en América del Sur. Alan García trae todo el ímpetu de su juventud y un cambio largamente esperado, y eso insufla alivio y esperanza. Pero a nadie se le oculta que, también va de cabeza contra una economía declinante, una corrupción encofrada, una dependencia internacional muy fuerte y hasta contra la pasta básica de cocaína, primer producto exportador clandestino del país. La locura básica del destructor Sendero Luminoso espera.
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