El país que nunca existió
Bancarrota económico-política y disgregación social, telón de fondo de los comicios de hoy en Bolivia
En 1868 el presidente boliviano Ariano Melgarejo hizo pasear en burro por La Paz al ministro plenipotenciario de su majestad británica, que había rehusado la invitación a un sarao oficial. La reina Victoria requirió las cartas geográficas y buscó el emplazamiento de Bolivia. Aunque el país aún no había perdido a manos chilenas su litoral costero con el Pacífico, encontró una nación trepada como ninguna sobre la cordillera andina, con su capital emplazada en una trocha de la puna brava a 4.000 metros de altura, desparramada por el noroeste hacia las selvas amazónicas y hacia el suroeste por el terrorífico chaco -semidesiertos inclementes- que Bolivia comparte con Paraguay y Argentina.Ante las dificultades y el costo de una expedición de castigo para vengar una afrenta, a la postre menor, la reina Victoria mojó un dedo en el tintero y emborronó de negro la carta boliviana: "Bolivia no existe", sentenció a sus secretarios.
De alguna manera, el exabrupto victoriano encerraba una pizca de verdad. Bolivia: poco más de un millón de kilómetros cuadrados, seis millones de habitantes, 60% de quechuas y aymarás puros, 30% de cholos (mestizos) y 10% de blancos; una de las zonas habitadas más altas del mundo, principal productor mundial de cocaína, 40% de analfabetismo, expectiva de vida de 48 años, 73% de la población sin asistencia sanitaria de ninguna clase, ingentes reservas minerales y petrolíferas, y una media desde su independencia de un golpe de Estado cada nueve meses. Golpilandia.
Dentro de la consideración periférica de América del Sur, Bolivia se encuentra, junto a Paraguay, en la periferia de la periferia, y hasta su historia es una sarta de desdichas. Toda la desesperanza de Bolívar, al que debe su nombre, y la amargura de su testamento parece reflejarse en la nación. Junto con Perú perdió la guerra del Pacífico frente a Chile (1874-1879), siendo desposeída de su acceso al océano Pacífico y quedando encerrado contra los contrafuertes andinos. Tal es la nostalgia marítima boliviana que mantiene una Armada y una Marina Mercante surcando las aguas del lago Titicaca y los ríos navegables de la cuenca del Plata por los que encuentra salida hacia el Atlántico sur.
Entre 1932-1935 guerreó con Paraguay a cuenta de un petróleo que tampoco existió, perdiendo tres cuartas partes del Chaco, 50.000 hombres, la hacienda nacional y hasta la moral. Columnas enteras de tropas bolivianas que bajaban de los fríos del altiplano desaparecieron en la devastación calurosa del Chaco y, años más tarde de firmada la paz, fueron encontradas sus osamentas en formación. Y en un diferendo fronterizo con Brasil se vio obligada a entregar parte de su Matto Grosso a cambio de una mísera compensación económica.
Al igual que en Perú, la conquista española descabezó el incanato dejando intactas y sin apenas penetración linguística y social sus estructuras y las de las tribus tributarias, que aún, felizmente, se mantienen, pero originando un serie de choques de mentalidades con lo que se entiende por una república democrática, cristiana y occidental de la que Bolivia se reclama. Así, parte de la campaña radiada electoral ha de hacerse, hoy mismo, en quechua y aymará, con dudosas esperanzas de que sus recipiendarios entiendan cabalmente el mensaje de la democracia parlamentaria.
Contrastes
El país es rico para su nivel de población e inmensamente depredado por su oligarquía nacional y las compañías internacionales. Primer productor mundial de estaño, ha tenido, no obstante, la mala suerte de ver caer los precios del mineral hasta por debajo de su coste de extracción. Pero en las desolaciones de la puna andina la minería continúa siendo una orgía de metales: oro, plata, cobre tungsteno, bismuto, cinc, antimonio, etcétera. Abunda el petróleo hasta el punto de considerarse a Bolivia como una de las grandes reservas estratégicas de Occidente, y sobra el gas natural.
Sin embargo, el pasado año el país se declaró unilateralmente en suspensión de pagos, incapaz de afrontar una deuda externa de poco más de 3.000 millones de dólares; mantiene un salario de 12 dólares mensuales que puede considerarse como un buen sueldo y los mineros continúan extrayendo metales a cuatro o cinco mil metros de altitud, inhalando una delgadísima atmósfera apenas sin oxígeno, casi como bajo la soterrada esclavitud de la colonia.
La economía de la depredación, autóctona y extranjera, continúa como antaño. Ya en 1939, el coronel Busch, dictador de 34 años héroe del Chaco, promulgó desesperado el siguiente decreto: "Con céntrese en el Banco Central de Bolivia el 100% de divisas proveniente del total bruto de las exportaciones, cuya entrega en letras de primera clase será previa al trámite de la póliza de exportación". Tras intentar fusilar a uno de los exportadores infractores, y viendo fracasado su maximalismo económico, se pegó un tiro en la cabeza.
El déficit fiscal del país es sideral y el contrabando ha devenido en una intocable fuente de subsistencia popular. Los trenes y autobuses que convergen sobre La Paz desde las fronteras arriban atiborrados de mercaderías, y en las principales arterias paceñas, mujeres quechuas y aymarás, con sus ponchos, sus múltiples sayas, sus sombreros hongos y sus niños amarrados a la espalda, sus rostros inescrutables y su economía de movimientos y hasta de gestos para resolver la falta de oxígeno, ofrecen el contrabando a los transeúntes en las aceras.
Finalmente, las alturas crueles del altiplano boliviano exigen el cultivo de la coca. Es una tradición y una necesidad que no se puede erradicar. La hoja de coca masticada con cal, elaborada con la saliva, alivia el hambre y el cansancio, procura cierto bienestar y permite, en suma, sobrevivir a la falta de oxígeno. La coca masticada o en infusión es beneficiosa y constituye un elemento básico de la economía interna. Pero en las selvas del noroeste, en la cuenca del río Beni, la hoja de coca se cultiva para extraer cocaína y sus derivados.
La elaboración de cocaína produce a los narcotraficantes bolivianos tres veces más de ingresos que los del país por sus exportaciones, y el ejército, la policía, la Administración están penetradas por la corrupción consiguiente. El actual embajador estadounidense en La Paz mantiene firme una oferta de 100 millones de dólares a fondo perdido para acabar con el narcotráfico, pero a cambio de un plan gubernamental coherente que no termina de fraguarse. La mayoría de los partidos políticos coinciden en sus programas electorales en que el narcotráfico terminará en Bolivia cuando los países occidentales que sufren el azote de la cocaína compren los excedentes de las plantaciones de coca -lo que no consumen los bolivianos sin elaborar- al precio que ofertan los reyes de la droga.
El país afronta desde estas bases la elección legislativa y municipal de hoy. Bajo una ley inadecuada que obliga a los ciudadanos a elegir a diputados, senadores y alcaldes en una misma lista cerrada, con lo que el presidente electo acaba controlando hasta el último municipio. Es un proceso electoral, por lo demás, encomiable por cuanto se está desarrollando, dentro de sus dificultades, sin un incidente, sin un tiro, sin un muerto.
Tragicomedia política
En la reciente historia boliviana se han dado casos de presidentes, como el general Villarroel, sacados de su despacho por las turbay colgados de una farola frente a la casa del Gobierno. La presidenta Lidia Gueiler, antes de ser derrocada por el general García Meza en 1980, tuvo que resistir el ataque de su edecán, que borracho y a altas horas de la madrugada, pretendió violar su dormitorio para requerirla de amores. Y el actual presidente Siles Zuazo, a más de protagonizar una huelga de hambre para resitírse a las exigencias sindicales, fue secuestrado durante horas por un grupo de oficiales.
Todo es posible en Bolivia, país de gentes extremadamente corteses y educadas, muy dignas en su pobreza, hasta el extremo de que La Paz es una ciudad segurísima para el extranjero, que raramente será expoliado. Todo es posible porque las explosiones de violencia política hacen correr la sangre a borbotones, y porque las leyes y la propia Constitución tienen un valor harto relativo. Es anticonstitucional este adelanto de las elecciones, el propio Gobierno que acordó adelantarlas ha intentado postergarlas, la candidatura de Jaime Paz (por el MIR) es perfectamente impugnable, y todo es un embrollo jurídico en el que la letra de las leyes resulta negociable.
Bajo las crestas del Illimani, la montaña andina que preside La Paz, las expectativas son tan siniestras como las que signaron la elección de Salvador Allende como presidente de Chile, pero al revés. Un congreso abocado a designar -si como se prevé sólo alcanza la primera minoría- a un general autoritario y ex dictador como Hugo Bánzer para la presidencia de la República con el consenso de un sector selectivo del electorado, pero sin la menor conexión con las grandes masas.
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