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Peñaflorida, el sueño de la razón.

Antonio Elorza

Ayer hizo 200 años, el 13 de enero de 1785, fallecía en Vergara, de unas tercianas, Xavier María de Munibe, conde de Peñaflorida. Por su posición social, con 15 mayorazgos y 14.000 ducados anuales de renta, su vida hubiera podido discurrir como la de tantos otros hacendados vascos, con una proyección pública caracterizada por el desempeño de los principales cargos locales y provinciales. Pero en el caso de este "gran aficionado a la música y a la física", coyuntura histórica y vocación se entrelazarán para cambiar la rutina. Por espacio de una generación, una minoría de privilegiados decidió abandonar la pasividad tradicional y convertirse en agentes del cambio histórico. La adhesión al proceso de renovación intelectual en curso en Europa sirvió de enseña para la nueva actitud. Fue la era de la razón y de las reformas, que fugazmente alcanzó incluso los rincones más insospechados. Como ese País Vasco, reducto antes y después de la tradición, donde Peñaflorida puso en marcha la institución que tal vez simboliza mejor la presencia de las luces en España: la Sociedad Bascongada de los Amigos del País.En el episodio intervienen factores de diversa índole. En el plano personal cuenta la formación de Munibe en Toulouse, donde entra en contacto con las nuevas ciencias, las matemáticas y la risica; de allí sale enemigo acérrimo de la escolástica y de la teología que imperan en el medio intelectual español.

Juega también una coyuntura económica favorable, ventajosa para los rentistas, que les hace interesarse en los proyectos de reforma. Y no cabe olvidar la proliferación previa en Europa de asociaciones ligadas a esa idea de reforma, tanto económica como cultural, puntos de encuentro de nobles, clérigos iluministas e intelectuales, de las que surgirá el modelo para el proyecto organizativo. Éste irá cobrando forma insensiblemente, en la década de 1750, a partir de una tertulia científica reunida en torno al joven conde en Azcoitia, su lugar de residencia. La idea de dar forma institucional a la reunión y a sus propósitos se plantea primero a escala provincial, tratando sin éxito de que el proyecto fuera asumido por las Juntas Generales de Guipúzcoa (1763). Fallido el intento, Peñaflorida jugará la baza de los convencidos. Inicialmente son pocos. Diecinueve en la junta fundacíonal de Vergara, en febrero de 1765.

Economía y europeización

La aventura intelectual de Peñaflorida tiene un norte muy definido: convencer a los privilegiados del país de que su interés reside en una transformación capitalista del mismo. Su insistencia en el término patriotismo resume el sentido de la propuesta: se trata de reconocer la superioridad de que goza el entorno europeo, gracias a la generalización de una mentalidad científica, para, a partir del deseo consiguiente de forzar un vuelco en la situación del país, dar con los medios técnicos para conseguirlo. Las ciencias útiles -física, química, mineralogía, de un lado; economía, de otro- serán las llaves para el cambio. No es casual que Peñaflorida se estrene como publicista con un mordaz panfleto contra el espíritu tradicional, aristotélico (Los aldeanos críticos, 1758), y que muy pronto dé pruebas de haber leído a los fisiócratas (Mirabeau, Quesnay), del mismo modo que su amigo y colaborador Narros, al hacerse retratar por Carnicero, utilizará como fondo La riqueza de las naciones, de Adam Sinith.

La propuesta de los Amigos del País descansa en una nueva fe: una vez conocida la nueva ciencia, proyección del espíritu newtoníano sobre el mundo social, todos, desde el propietario hasta el ferrón y el labrador, asumirán la mentalidad basada en la tecnificación y en el incremento de la riqueza.

Como director, Peñaflorida marca las vías de la actividad de los Amigos del País Vasco, reflejada en los Extractos de sus juntas generales a partir de 1771. Cuatro comisiones, actuando por provincias, coordinan las iniciativas concretas en forma de experiencias e inversiones con la labor divulgadora del nuevo espíritu (premios, recepción y difusión de escritos sobre temas útiles). Son ensayados nuevos cultivos, procedimientos para mejorar el rendimiento de ferrerías y explotaciones mineras; incluso con el tiempo despuntan nuevos modos de organización económica, basados en la sociedad por acciones y en la formación de un Banco Patriótico Bascongado. Todo ello sobre un telón de fondo cuyas formas y ritos son típicamente ilustrados. Un tanto a los acordes de Haydn. La difusión de las luces toma el doble carácter de un aprendizaje y de una iniciación. Por dos veces Peñaflorida impulsará la fórmula del viaje científico, con sus hijos como protagonistas, recorriendo Europa en busca de nuevas técnicas y de nuevos saberes áplicables al país. Ciencia y estética se conjugan: para el primogénito, Ramón María de Munibe, el trabajo nocturno en las grandes ferrerías de Suecia ofrecerá una imagen comparable en su hermosura a la de una ópera. Y tampoco falta el contacto masóníco: en el segundo viaje, un hijo del conde y el hijo de Narros son introducidos en la más prestigiosa de las logias de París, la de las Nueve Hermanas.

Pero hacia el interior prevalece la cautela. Más allá de las excepciones individuales de cristianos ilustrados, clero e Inquisición habían de ver con desconfianza el ensayo racionalista. Por eso Peñaflorida emplea el seudónimo para Los aldeanos críticos, y en temas sociales y filosóficos imponela prudencia para las manifestaciones públicas de la sociedad. A pesar de lo cual, alguna disertación económica, procedente del joven rousseauniano Manuel de Aguirre, creará problemas al ser resumida en los Extractos. Y también los creará la divulgación de la: Enciclopedia metódica, que alcanza en Vergara 11 suscriptores, pero a costa de que allí surgiera, y con participación involuntaria de Peñaflorida, la denuncia al Santo Oficio, que detiene la difusión de la obra en España.

La enseñanza

Más valía apostar por la preparación del terreno para el futuro. Desde la fundación de la sociedad, Peñaflorida piensa que la baza decisiva del cambio reside en alentar un centro de enseñanza donde la juventud fuera formada en el espíritu científico. La Corona apoya moderadamente la empresa, facilitando ayudas económicas y el edificio de los jesuitas expulsados en Vergara. Allí se traslada el conde, poniendo en marcha en 1776 el Seminario Patriótico Bascongado, cuyo núcleo y emblema es el Laboratorio Químico, al que serán llamados destacados científicos del momento. En él, los hermanos Elhuyar obtienen el volframio, y Chabaneau y Elhuyar purifican la platina. Siempre sin olvidar la vertiente práctica, volcada hacia la obtención del acero y la racionalización de ferrerías y minas.

La Bascongada proporciona así el modelo de articulación entre privilegiados y Gobierno para la instauración de una nueva mentalidad. En 1774, en el Discurso sobre la industria popular, Campomanes hace de esa fórmula la clave para impulsar las reformas. Resultado: España se poblará de sociedades económicas en la siguiente década. Para la Bascongada es el cenit dé un prestigio que alcanza a toda la Monarquía, aun cuando quede claro el ámbito vasco de la esfera de intereses, reflejado en el lema Irurac Bat (Las Tres en Una), recogiendo la diricil coordinación de esfuerzos de las tres provincias para ese fin de alcanzar el capitalismo sin afectar al privilegio.

La utopía pedagógica

Las esperanzas no tardaron en verse defraudadas. El crecimiento numérico de la sociedad, superando el millar de socios, fue en gran medida exterior al país. Las recaudaciones en las tres provincias permanecen estacionarias y por sí solas no cubren ni de lejos las necesidades presupuestarias. Son los vascos de ultramar quienes sostienen el auge de la Bascongada. Y sobre todo, los pronósticos de una renovación tecnológica quedan incumplidos. Las empresas fomentadas desde la sociedad fracasan, y la combinatoria de premios y experiencias sirve sólo para llenar las páginas de los Extractos.

No se da, pues, la anunciada conversión generalizada de propietarios y labradores a las ciencias útiles. En su discurso de apertura de las Juntas Generales. de 1782, Peñaflorida deja constancia de la frustración: "Si se ha de hablar con sinceridad, debemos confesar francamente que nuestros campos y montes están cultivados, plantados y cuidados del mismo modo, a poca diferencia, que ahora 20 años; que nuestras máquinas de ferrerías y molinos, como su economía y manejo, están poco más o menos como en tiempo de nuestros padres y abuelos ( ... )". El dinero empleado en ensayos y empresas mercantiles no ha rendido fruto. De ahí que la sociedad enajene pronto su centro de experimentación agrícola de San Miguel de Basauri. Sólo queda la baza pedagógica: las luces se impondrán merced a la formación de una nueva generación de nobles propietarios, educada en el seminario de Vergara.

Los últimos años de Peñaflorida, en la década de 1780, le ven volcado en la institución educativa. Sus últimos discursos ante las Juntas insisten casi obsesivamente en esa confianza en la disipación de las sombras ante la luz de la razón, encarnada por las ciencias útiles. Pero también aquí los hechos quedan por debajo de las palabras.

No encuentra eco gubernamental la propuesta de que dos de los tres años de filosofía aristotélica edlas universidades pudieran verse sustituidos por dos de enseñanza de física y química en Vergara. Y las cosas tampoco ruedan bien en el interior del seminario. Los éxitos en la experimentación a cargo de Fausto de Elhuyar no se traducen en el plano de la enseñanza: el científico abandona su plaza en septiembre de 1785 ante la falta de alumnado.

Es un fracaso paralelo al del proyecto de Campomanes, pensando en las sociedades económicas como complemento de la acción reformadora del poder ilustrado. Sólo han transcurrido unos meses desde la muerte del conde, en julio de 1786, cuando el Consejo de Castilla decide abrir una información ante el estado de decadencia en que se hallan las económicas, a los 12 años del lanzamiento oficial de su proceso de constitución.

La coyuntura política y económica del nuevo siglo borrará en el País Vasco la huella de la Bascongada. La breve siembra intelectual del seminario de Vergara careció de efectos y, simbólicamente, la patria chica de los caballeritos, la villa de Azcoitia, pasa a ser en lo sucesiva un bastión carlista. Y como era de esperar, tampoco el nacionalismo sabiniano reivindicará la tradición ilustrada, con sus ribetes de liberalismo y espíritu laico. A pesar de la baza representada por su pequeña ópera bilingüe El borracho burlado (1764), que hace de Peñaflorida precursor del teatro laico en euskera. De ahí la obsesión de los eruditos del país por defender la imagen de ortodoxia de un cuerpo que, a pesar de todo, en sus logros y en sus fracasos, incluso en su presencia episódica dentro de la vida vasca, constituye una de las piezas claves para entender la Ilustración española.

Antonio Elorza es catedrático de Historia del Pensamiento Político en la universidad Complutense.

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