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Jean Cocteau, la provocación de un anacronismo

Estreno de una versión catalana de 'El águila de dos cabezas'

El 11 de octubre de 1963 fallecía Jean Cocteau a consecuencia de un edema pulmonar. Al cumplirse el décimo aniversario de su muerte y de Edith Piaf, ocurrida unas pocas horas antes que la del poeta, Josep Ramoneda y Felix Fanés escribían en TelelExpres: "En el Montmartre enfebrecido de los años veinte, Cocteau tuvo el genio de la insignificancia y de la seducción"."Hoy lo mejor de su obra resulta, a lo sumo, curioso; lo demás se cae sencillamente de las manos. Entre el ridículo y la presunción, su obra diversa avanza con lentitud a la deriva. Sólo un Jean Marais cruelmente envejecido parece guardar con pasión su recuerdo".

Palabras duras para aquel "chico de buena familia tentado por la exquisitez", al decir de Fanés y Ramoneda, que en 1937, presentando la Cobla de Barcelona en la Grande Nuit des Innocents, en el Théâtre de la Gaîté Lyrique, había dicho: "La tenora, qui porte un si beau nom de femme, est un instrument qu'on se lègue de famille en famille. Elle se culotte à l'égal d'une pipe et fait comprendre comment la come du taureau pénétre le ventre du cheval les dagues le coeur des madones Ainsi la tenora vous entre-t-elle dans l'oreille et le souvenir".

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Palabras duras, pero comprensibles: para Ramoneda y Fanés, en 1973, en los últimos coletazos del franquismo, sobran las exquisiteces y lo que cuenta es el engagement. Ahora, en 1985, Cocteau, una obra de Cocteau, L'aigle à deux têtes, va a representarse en el Centre Dramàtic en versión catalana de Guilleni. Jordi Graells. "Creemos que la incorporación de una de las obras maestras de Jean Cocteau a la cultura teatral catalana", escribe Hermann Borinín, director del Centre Dramàtic, "es un hecho remarcable que merece una atención especial". En 1985, en una España en que los penenes se pirran por Mahler, en que Umbral oficia de Andy Warhol y Josep Ramoneda es miembro del consejo asesor del conseller Rigol y filósofo oficial de La Vanguardia, la recuperación de Cocteau es algo más que un hecho remarcable: es un hecho la mar de natural. A mí me satisface esta recuperación, a pesar de las serias dudas que tengo sobre el funcionamiento de L'aigle à deux têtes sobre el escenario del Romea. Y me satisface porque Cocteau, el Cocteau que a mí me agrada, el de Opium, el de Portraits-souvenir, sus artículos de los sábados en el Figaro, el de La voix humaine, escrita para Piaf, y el Cocteau que escribe para la extraordinaria Marianne Oswald, ese Cocteau es un personaje sin el que no puede entenderse la cultura francesa, parte de la cultura francesa, de este siglo. A Cocteau se le ha culpado de haberse mezclado en los grandes acontecimientos artísticos de su tiempo jugando en ellos el papel de soubrette. Nada más falso: Cocteau ha sido un verdadero protagonista, ha sabido figar grandes espectáculos, ha aupado a grandes artistas y contribuido a crear la sensibilidad, una cierta sensibilidad, de su época. Ya quisiera yo que hoy día, en medio de ese aburrimiento cultural y palaciego, contásemos los españoles con media docena de Cocteaus. Pero, como decía antes, las críticas a Cocteau eran comprensibles tratándose de un hombre cuyo único engagement fue siempre consigo mismo. Hoy, después del desencanto, estoy convencido de que su obra, su sensibilidad, se verían de muy distinta manera.

L'aigle à deux têtes se estrenó en Bruselas y, luego de representarse unos días en Lyon -el típico rodaje-, se presentó en el téâtre Hébertot, de París, en noviembre de 1946, con el siguiente reparto: Edwige Feuillère (la reina), Silvia Monfort (Edith de Berg), Jean Marais (Stanislas), Georges Marny (Félix de Willenstein), Jacques Varennes (conde de Foëhn) y Georges Aminel (Tony). Los vestidos eran de Bébé Bérad; los decorados, de André Beaurepaire, y el himno real lo había compuesto nada menos que Georges Auric. Dirigía el propio Cocteau. Según cuenta Jean Marais en sus memorias (Histoires de ma vie. Albin Michel, París, 1975), las críticas fueron duras, especialmente para Cocteau y para el propio Marais. Pero la obra resultó un éxito de público -con Edwige Feuillére y Jean Marais no es de extrañar- y se mantuvo un año entero con el cartel de no hay billetes colgado de la taquilla en cada función.

Un gran melodrama

L'aigle à deux têtes es un gran melodrama. En 1946 escribir un melodrama era un anacronismo, una provocación, pero esto encaja perfectamente con la personalidad de Cocteau. Para el personaje de la reina, esa reina "de espíritu anarquista", al decir de Cocteau, que se enamora de un "anarquista de espíritu regio", el autor se inspiró en la figura de Elisabeth de Austria, la pobre Sisi, y más concretamente en la descripcion que hace de ella Rémy de Gourmont en sus Portraits littéraires.

No he visto nunca representar esta obra sobre un escenario. Sí vi, en cambio, la versión cinematográfica cuando se estrenó en París, el año 1947, interpretada también por Edwige Feuillère y Jean Marais. Releída hace escasos días, la obra me parece un texto con momentos soberbios, extraordinariamente bien escrita, de una gran elegancia, pero teatralmente hablando me da la sensación de una pieza datée. Pero, claro, falta por ver lo que ocurra en el escenario. En principio, Angels Moll me parece que puede darnos una reina estupenda, pero pienso que hay una desproporción entre ella y Sergi Mateu (Stanislas). En la obra la reina se come a Stanislas, y en el caso de Angels y Sergi puede ocurrir que quien se la zampe sea él, al menos fisicamente. Veremos lo que ocurre.

Coincidiendo con las representaciones de la obra, que se estrena mañana en el Romea, Christian Delacampagne, director del Instituto Francés de Barcelona, me informa de que el 7 de febrero podrá verse en el Instituto un vídeo de L'aigle que interpretó Marta Keller en 1975, y que uno de estos días se repone la obra en Milán.

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