Los misterios de Abba
La biografía ‘Melancolía encubierta’ se explaya sobre el empaste de las voces de Agnetha y Frida, la facilidad compositiva de sus compañeros y el cuidado en sus grabaciones
![Abba, en 1977, posando en Suecia.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/B7IVIPOFXVEKBMWO7RA6O4SM5Y.jpg?auth=24e1d6c4dbcf7db5296b262811942f6d7f4edce8fc96713ff13e865e2e893091&width=414)
En los años setenta, cuando Abba empezó a arrasar, algunos detalles despertaban suspicacias. Björn y Benny, los compositores, confesaban que estaban suscritos a un servicio de Billboard: cada semana recibían ejemplares de los nuevos discos que entraban en el Top 100 de la revista, que analizaban minuciosamente. Luego estaba la ropa, que —ay— daba nueva dimensión al concepto “hortera”.
Me he sumergido en Melancolía encubierta. El libro de Abba (Cúpula). El autor, Jan Gradvall, no menciona ese monitoreo sistemático del mercado estadounidense. Allí, durante los sesenta, se practicaba rutinariamente el lanzamiento en sueco de éxitos internacionales. Ninguna broma: Stig Anderson, manager de Abba, ganó millones consiguiendo los derechos editoriales de centenares de canciones foráneas, que luego traducía. Lo que no se aclara adecuadamente: el proceso mental por el cual los implicados en Abba, estrellas locales, rompieron con el modelo anterior al empeñarse en exportar música Made in Sweden, cantada en inglés (y, puntualmente, en español).
Sí se clarifica lo de los uniformes, derivados del fenómeno de las dansband. Que no equivalen exactamente a nuestras orquestas de verbena. Pensadas para bailes formales, con rituales para buscar pareja, sus músicos vestían con colorines, pantalones acampanados, satén, terciopelo, petos, zapatos de plataforma. Aproximadamente, el primer look de Abba.
Gradvall se explaya sobre el empaste de las voces de Agnetha y Frida, la facilidad compositiva de sus compañeros, el cuidado en sus grabaciones. El “quinto Abba” también pudo ser su ingeniero de sonido, Michael B. Tretow. Estudioso de productores como Phil Spector, abierto a la experimentación, dotado de la eficiencia necesaria para un grupo que grababa en días sueltos en recintos modestos, al menos hasta la inauguración de sus espléndidos Polar Studios.
El libro de Gradvall no es una biografía convencional. Se escapa por la tangente hacia anécdotas, como la del neurocirujano australiano que opera mientras suena música de Abba o la popularidad del grupo en Vietnam, supuesta consecuencia de la política exterior del primer ministro Olof Palme. Lo que mejor hace Gradvall: contextualizar al grupo dentro de la cultura y la sociología de Suecia. Eso implica describir movimientos autóctonos como los raggare, algo así como los rockers del Ártico. O los proggare, en cerrada oposición a Abba, músicos de izquierdas, a veces con modos cantautoriles, siempre usando su idioma natal.
A diferencia de tantas queridas figuras del pop británico, los miembros de Abba no se convirtieron en exiliados fiscales: apoyaban tácitamente la socialdemocracia sueca; podría afirmarse que eran un resultado de la educación musical universal y de las vacaciones en lugares cálidos, que acostumbraron los oídos escandinavos a estilos variados. La distribución de tareas dentro del tándem central —con Björn Ulvaeus escribiendo mayormente las letras y Benny Anderson dominando crecientemente el mosaico musical— ayuda a entender la melancolía encubierta del título. Las historias podían ser asombrosamente banales o, atención, reflejar los traumas de sus divorcios, como en la formidable The Winner Takes It All.
Queda mucho por averiguar. Gradvall habla más de la industria sueca del arenque que de la cultura del alcohol, que afectó duramente al entorno de Abba. Y uno desearía algo más de profundidad sobre la herencia del grupo: la transformación de Estocolmo, a partir de los noventa, en gran factoría del pop comercial y/o bailable.
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