Hace 40 años, en una noche como la de hoy
Hace 40 años, en una noche como la de hoy, una muchacha menuda de cabello claro -media melena a lo Laureen Bacall-, rasgos fenicios, tal como nos la acercan las fotografías, esperaba impaciente el resultado de las votaciones del Premio Nadal. No es en absoluto difícil imaginar el nerviosismo acumulado en las últimas horas gastadas en contraponer seguridades opuestas, aunque al final prevalezca la del éxito, cuando el portavoz del jurado anuncie que Carmen Laforet ha ganado el Nadal, en su primera convocatoria, con una novela de título sin duda irónico: Nada.Precisamente sobre Nada versará una serie de ponencias que, coordinadas por la profesora Elisabeth Ordóñez, de la Universidad de Texas, se dictarán en el congreso de la Modem Language Association, este mes de enero, en Estados Unidos. Carmen Laforet asistirá como invitada de honor, para recibir el homenaje de los hispanistas americanos.
Para saber cuál ha sido la repercusión de Nada en la obra de las narradoras jóvenes, tanto en lengua castellana como catalana, algunas de nosotras recibimos este verano la visita de la profesora Nichols, de la Universidad de Florida, que participa también en el congreso; y una carta-encuesta de la profesora Ordóñez, en la que se nos preguntaba también por la influencia de Carmen Laforet en nuestra literatura. Desconozco las respuestas de mis compañeras, aunque mucho me temo que no consideraron Nada como una lectura fundamental. Está claro que las escritoras de mi generación preferimos vincularnos con nuestras abuelas, Chacel o Rodoreda, antes que con nuestras posibles madres, y optamos por leer ávidamente a las escritoras extranjeras, de Virginia Woolf a Erika Jong, por poner dos ejemplos extremos, antes que a nuestras compatriotas, tal vez porque, además del feminismo, ha hecho mella en nosotras la necesidad de conectar con la literatura de autoras foráneas.
Mérito secundario
Sin embargo, tras releer estos días Nada, me he dado cuenta de que su influencia si es perceptible en nuestras obras, aunque hasta ahora no nos hubiéramos parado a pensarlo. Aparecen además en la novela de Carmen Laforet, ciertos aspectos que tratábamos precisamente de encontrar en aquellas novelas de autoras extranjeras, aspectos que además la convierten en pionera del feminismo entre nosotras, aunque éste sea, en literatura, un mérito muy secundario (Nada es, con o sin actitud feminista, una gran novela).
Los aspectos a los que quiero referirme son, en primer lugar, las desencantadas reflexiones de la protagonista sobre el comportamiento de su amigo Gerardo "aquel era uno de los distintos hombres que nacen sólo para sementales y junto a una mujer no entienden otra actitud que ésta. Su cerebro y su corazón no llegan a rnás", tras recordar un paseo por el parque de Montjuïc, escenario adecuadísirno, descrito con detalle, donde no faltan estatuas manchadas con lápiz de labios, igual que años después las encontraremos también en Barcelonaja no és bona de Jaime Gil de Biedma, en un nuevo paseo por Montjuïc. En segundo lugar, quiero destacar otro aspecto infinitamente más importante, el tratamiento del tema de la amistad femenina, que tan poco se ha prodigado en literatura.
La aniÍstad entre Andrea y Ena me parece fundamental, y no sólo porque ésta sea el elemento del que se vale Laforet, gracias a la novelesca relación de Ena con Román, para unir dos mundos, el familiar, sórdido y grotesco, centrado en la calle de Aribau y el alegre y despreocupado de los amigos universitarios, sino también porque sin los vaivenes de esta relación anústosa, en la que manda Ena, la novela sería muy otra. Ena es el catalizador de los afectos de Andrea, la persona más importante de su vida durante este año transcurrido en Barcelona y la que consigue librarla de sus parientes y de su miseria, invitándola a ir a Madrid, donde le ha encontrado un trabajo. Ena ofrece además a Andrea los dos momentos de mayor felicidad cuando ésta puede demostrarle el afecto que le profesa.
Andrea ofrece a Ena lo único que posee de un cierto valor, un pañuelo bordado, y el regalo "le hace sentirse lo que no es, rica y feliz", al tiempo que eso desencadena la primera tragedia familiar en la que se ve involucrada. No olvidemos que al finalizar la novela Andrea salva a Ena al irrumpir en el momento oportuno, en el cuarto de Román, precipitando así el suicidio de éste, pocos días más tarde. Todo lo que Andrea hace por Ena, en aras de su amistad, se vuelve, irónicamente, en contra de su familia. Entre su familia o su arrúga está claro que Andrea opta por ésta.
En cuanto a las influencias, creo que el mundo cerrado, la casa, por muy distinta que pueda parecemos que se reitera en las novelas de Esther Tusquets, especialmente en El mismo mar de todos los veranos, o la llegada a Barcelona desde el aeropuerto, sola, en un taxi, de Natalia, la protagonista de L'hora violeta de Montserrat Roig, guardan ciertos puntos de contacto con Nada.
Por lo que a mí respecta, pido perdón por este asomo de impudicia, debo a Carmen Laforet un fuerte estímulo para mi imaginación, aun mucho antes de haber leído Nada. Carmen Laforet comparecía a menudo en la conversación de mis padres que habían coincidido con ella, en la Universidad de Barcelona, durante el curso en que Carmen, como Andrea, estudió Letras. A veces se referían también a Antoni Vilanova, Néstor Luján, Josep Palau i Fabra, Joan Bastardas, algunos de los cuales, como Linka Babecka, la bella polaco-catalana que inspira el personaje de Ena, cruzan por las páginas del libro, con las ropas o los rostros cambiados.
De modo que cuando leí Nada, el mundo de la universidad me era casi familiar y la letra picuda de su autora, su ortografia descuidada en los acentos, la gracia precisa de sus descripciones que había observado alguna vez en cartas o postales dirigidas a mi padre, se entrometía entre los renglones de letra impresa. La novela, leída a los 13 años, me fascinó tanto que durante varias noches se me apareció el fantasma de Román degollado. Sin embargo, años más tarde, cuando comencé a escribir, ni siquiera me acordé de Nada. Nunca hasta ahora se me hubiera ocurrido pensar en su influencia, que hoy reconozco y agradezco.
Babelia
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