'Come si dorme con questa musica!'
Era Nietzsche quien contaba cómo tal exclamación llegó a sus oídos de labios de una dama venerable que se dejó subyugar por las inmaterialidades del primer preludio de Lohengrin. Sucedía aquello en la Europa de hace un siglo.En estos pagos, y pese al tiempo transcurrido, los líricos sedantes se hallan aún lejos de alcanzar tan envidiable grado de sofisticación.
Las querencias hipnóticas del público tradicional (valga la redundancia), que sostiene nuestro, por otra parte, indigente foro operístico, continúan siendo de un italianismo contumaz. Visto más de cerca, una mano bastaría en realidad para contar las producciones que gozan del favor del espectador medio, dos para el más especializado. Si no fuera. por el esplendor escénico que indudablemente irradia la contemplación de una ópera completa, con una docena de arias y coros selectos se tendría bastante para hacer las delicias de la mayoría de los espectadores. Sólo haría falta repetirlos hasta el infinito y someterlos a perpetua maniobra congeladora.
Congelación, parálisis: esa es la impresión que produce recorrer el abanico de los títulos puestos en escena en Bilbao durante los 30 años cumplidos que lleva funcionando el Festival de ópera. Fuera del repertorio belcantista más trinado, con sus correspondientes salpicaduras francesas, es vano tratar de encontrar un Don Giovanni, un Fidelio, unos Maestros Cantores (¡ni un Falstaff tan siquiera!). ¿Cómo soñar no ya con un Debussy, un Berg o un Strauss, sino con un Haydn, Gluck o Cimarosa? Por admirable y aun heroica que haya podido ser la labor organizadora de la ABAO, en tanto que motor y reducto de la afición a la lírica (no sólo de la bilbaína), algo debería empezar ya a moverse a la hora de programar.
Babelia
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