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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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El futuro deI patrimonio artístico español

El Gobierno ha enviado recientemente a las Cortes el proyecto de ley del patrimonio histórico español, cuyo propósito, según se anuncia, es crear un marco jurídico adecuado para la protección, enriquecimiento, revalorización y transmisión a las generaciones futuras de este patrimonio, integrado por, las obras de arte en su acepción más amplia, el patrimonio documental y bibliográfico, los monumentos arquitectónicos, los conjuntos de interés histórico o ambiental, los yacimientos y zonas arqueológicas, los bienes de interés etnográfico y los sitios naturales, jardines y parques de relevancia histórica, artística o antropológica.

Éste es el momento en que se va a debatir la legislación que afectará al futuro del patrimonio histórico o cultural de España, y habrá que tomar decisiones trascendentales y de duradero efecto, que influirán sobre, su disfrute y su difusión. Por ello, quisiera hacer unas observaciones, en nombre de Proarte, sobre los aspectos que afectarán a las obras de arte y las antigüedades (los bienes muebles, según definición de la ley). Esta ley tendrá en sus manos el facilitar que se eleve el arte español al lugar destacado en el mundo que su calidad merece o, por contra, el matarlo, embalsamándolo o enterrándolo.Una ley no puede influir directamente sobre la capacidad creadora de los artistas de una nación; no se puede asegurar siquiera que los artistas creen mejor cuando están de acuerdo con la situación política de su patria o si, por el contrario, lo hacen mejor luchando contra ella desde el exilio. En el caso de España, la capacidad creativa individual de sus artistas se ha mostrado capaz de sobrevivir a todas las políticas, tanto favorables como desfavorables. Pero sí puede influir en la capacidad del público para entender y disfrutar del arte, y en el contacto de la obra con su público. Por eso, entiendo que el eje central de este debate es el disfrute de la obra por el público, y para ello es imprescindible que haya contacto entre ambos: no se puede disfrutar de algo visual si no se llega a verlo. Por tanto, para que pueda existir este disfruté, es necesaria la difusión como paso previo. Para poder difundir algo es necesario que exista y, por tanto, es necesario que se proteja. Se logra la protección más eficaz volviendo al principio; es decir, cuando a la sociedad le interesa y desea disfrutarlo. No sirven ni la protección ni la difusión si su objetivo no es el disfrute, para lo que es imprescindible verlo en libertad. Parte esencial del ejercicio de la libertad es poder decidir por uno mismo su propio gusto. Por ello no es conveniente ni imponer ni excluir ningún criterio en esta materia, sino que idealmente conviene dejarlo al libre ejercicio de las relaciones entre la obra y la sociedad.

Un Gobierno no debe pretender la intervención de este ejercicio de la libertad con medidas burocráticas. Si desea el bien de la cultura de su país, debe mantener la política al margen del asunto y procurar la difusión y el disfrute del arte aplicando los criterios más amplios y generosos posibles.

Quizá por esto la mayoría de los países más importantes o con más vitalidad en el mundo del arte no tienen una ley del patrimonio histórico o artístico, siguiendo el criterio de un artista amigo mío, que dice: "En materia de arte, la mejor ley es la que no existe". Tienen, a lo sumo, algunos reglamentos, sobre todo referentes al trato de los bienes de propiedad pública; a veces, sobre la exportación y algunas fórmulas de fomento fiscal para favorecer al coleccionismo público y privado. A resultas de ello, el coleccionismo es libre; lo es el público: los museos son autónomos y sus patronatos desarrollan sus actividades y la difusión y acrecentamiento de sus colecciones independientemente del color del Gobierno de turno; frecuentemente, la Administración no tiene que ver ni siquiera con los nombramientos de los patronos, que son designados a través de otras instituciones surgidas directamente del mundo del arte; y lo es el privado, que no tropieza con dificultades burocráticas e incluso encuentra alguna medida fiscal que lo apoya; el mercado es transparente, el comercio interior es libre y el exterior lo es también en la mayoría de los casos, existiendo únicamente las restricciones lógicas que requiere la defensa del patrimonio propio, logrando así que cada país conserve y cree para sí las colecciones más significativas de la historia de su cultura, a la vez que permite la salida de otras obras para facilitar el disfrute y comprensión de su aportación a la cultura mundial.En la mayoría de estos países existen medidas fiscales para apoyar la creación de fundaciones y asociaciones, lo que produce una intervención más directa de la sociedad en este terreno. Esto es muy importante también en la vida de los museos, porque si la sociedad no se siente cerca de ellos, si no siente que son suyos y no participa en ellos, no llegará ni a apreciarlos ni a disfrutar de ellos de verdad. Esto es muy humano, y es necesario que la gente sienta, por ejemplo, que el Prado es de todo el mundo, a la vez que es de cada uno personalmente. En el momento en que sientan que el Prado es una institución del Estado, se convierte en algo lejano y frío. Por ello, en estos países existen asociaciones de amigos de los museos que están muy desarrolladas por la propia sociedad y resultan ser, cuando se llevan debidamente y se evita su politización, una buena fórmula de acercamiento del público a su museos.

Propiedad del coleccionista

El coleccionista privado también necesita sentirse seguro de su propiedad, y cuando lo está suele ser muy generoso a la hora de compartirla con los demás, prestando sus obras a exposiciones, como ocurrió recientemente con las de Goya en las colecciones madrileñas y El bodegón español, y frecuentemente hasta donándolo al público (Cambó, Zobel, Marés Lázaro Galdiano, Cerralbo y Sorolla, para mencionar unos cuan tos). Es un hecho comprobado que los coleccionistas sólo esconden sus obras de arte cuando se sienten amenazados, y por ello en estos países no existen medidas fiscales que persigan al coleccionismo, como son el impuesto de lujo y el impuesto del patrimonio, ni tampoco se1e obliga a inventariar sus bienes. Tampoco se reserva el Estado el derecho de tanteo o de retracto, porque el coleccionismo privado es considerado importante, dado que forma la base de las colecciones públicas del futuro (y por ello se respeta su libertad), y además, en contra de lo que a veces se piensa, es en estos países occidentales donde la investigación y el estudio de la historia del arte han avanzado más, donde se publica más sobre obras de arte con mayor proporción de reproducciones de obras de propiedad privada, donde existen los mejores archivos fotográficos de obras de arte, que frecuentemente son creados por las universidades para facilitar los estudios. Todo ello es debido justamente al sistema de libertades que tienen.Ante la situación actual de la legislación española al respecto, no hay duda de que es preciso hacer una ley sobre esta materia, pero si se desea que esta ley saque a España de su paralización actual y logre el disfrute y la difusión del arte y de la cultura en el futuro, tiene que ser una ley de fomento y de apoyo a las iniciativas que surjan de la sociedad. Sueño con una ley que cree ilusión porque, con ella, España iría muy lejos. Una ley de apoyo no logrará nunca, a la larga (a corto plazo, a veces se consigue algo) que un país sea importante artísticamente, si no se dan los ingredientes para serlo y si no surgen en él los creadores. Sin embargo, una política intervencionista y estatalista sí puede impedir que a un país importante se le reconozca su importancia a pesar de que existan en él los creadores y la obra de calidad necesaria; sí puede frustrar su misión cultural.

Por desgracia, España es uno de los países que más han sufrido de esta dolencia en este siglo, hasta el punto de que todavía hoy son pocos los que conocen la verdadera dimensión del arte español del siglo XX. Pero cuando se llega a conocer de forma general al arte español, el de dentro y el del exilio conjuntamente, el mundo y España descubrirán su gran importancia, y España podrá asumir por primera vez en varios siglos la posición que le corresponde por la calidad de sus creadores: el de uno de los líderes de la evolución del arte moderno en el mundo.

Creo que el alcanzar este nivel de prestigio internacional es importante para España, y como no creo que pueda alcanzarlo fácilmente en otros terrenos, me parece de primordial importancia que se consiga en el mundo cultural, desde las artes plásticas hasta la creación musical.

Por ello, sueño que esta ley todavía pueda modificarse eliminando para siempre los intervencionismos y los estatalismos innecesarios que han frustrado el desarrollo de la actividad artística en un sentido amplio, y han conseguido enterrar al arte español en museos apolillados y colecciones y mercados subterráneos, a pesar de que los proyectos para la misma, tanto el que envió UCD a las Cortes en su día como el que presenta ahora el PSOE, no han recogido este espíritu ni crearían la ilusión necesaria. Espero también que la ley dé un voto de confianza a la cultura española, introduciendo medidas prácticas, funcionales y cumplibles que consagren la libertad y faciliten el que la iniciativa surja de la sociedad, de ese conjunto de individuos que se llama el pueblo español, que en arte es grande como lo ha sido siempre. Así sí que esa ley supondría un cambio para el bien de España.

Edmund Peel es secretario de Proarte, agrupación que representa a las asociaciones de anticuarios, galerías de arte y salas de subastas.

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