Luchar por la paz el día antes
Los cálculos más conservadores señalan que en caso de guerra nuclear morirían inmediatamente 800 millones de personas, entre 6 y 13 millones sufrirían de cánceres fatales, quedarían estériles entre 17 y 31 millones y entre 7 y 16 millones de niños nacerían con defectos genéticos en los cien años siguientes. Si se utilizan todas las armas nucleares, el planeta podría quedar convertido, como escribió Jonathan Schell, "en una república de insectos y de hierba". Esto es lo que queda en claro al final de la película El día después.Con todas las limitaciones que tiene una, película plagada de concesiones para el espectador medio norteamericano, El día después tiene la virtud de plantear la inutilidad de las armas nucleares en caso de guerra. Y extensivamente, el absurdo del rearme continuo. Es, quizá sin desearlo, una crítica feroz a la teoría militar de la disuasión. Ésta dice que una superpotencia no va a atacar nunca a la otra porque la represalia sería de tal envergadura que supondría el suicidio del que lanzó el ataque.
El día después nos dice lo que en cualquier, momento puede ocurrir: que la tensión internacional en una zona -Próximo Oriente, Europa Central, el estrecho de Ormuz- desemboque en una escalada; que una guerra que comienza con armas convencionales o no nucleares termine con misiles balísticos intercontinentales cargados con cabezas nucleares. La película no lo contempla, pero también la guerra podría surgir por un error: casi 20 veces puso Estados Unidos en alarma sus armas nucleares desde 1950 hasta ahora y en decenas de ocasiones los maravillosos radares fallaron. Una vez, por ejemplo, confundieron un eclipse lunar con un misil soviético. La instalación de los nuevos misiles de crucero y Pershing-2 agudiza el peligro de guerra, al ser éstos más veloces, más precisos y menos detectables por el radar. La doctrina de la OTAN, que contempla lanzar un primer golpe preventivo, resulta tan peligrosa como la soviética, que negando la guerra nuclear como una locura dice que, si llega, la ganarán.
Cuando finalizó la proyección de El día después en Gran Bretaña el ministro de Defensa, Michael Heseltine, dijo que esto sólo ocurre en la ficción. Hiroshima y Nagasaki, sin embargo, fueron una realidad, una prueba de laboratorio atómico que puede multiplicarse por miles de veces. El escritor norteamericano Gore Vidal dice que el gran peligro actual es que un actor de segunda categoría, ya anciano, como Ronald Reagan, decida hacer su último gran papel: presidente de Estados Unidos durante una guerra nuclear. Estamos en manos de este tipo de gente.
El mundo tiene un arsenal más que suficiente como para disuadir a cualquiera de las partes para que no empiece una guerra, pero las guerras siguen, las armas se perfeccionan. En la era nuclear el hacer la paz preparándose para la guerra ya no tiene sentido. En El día después no importa quién dispara primero, sino que nadie sobrevive para señalar con dedo acusador o descubrir que la disyuntiva de muertos o rojos, como les gusta plantear ahora a los nuevos filósofos franceses, era falsa: había que luchar por la paz el día antes.
Mariano Aguirre es periodista y miembro del Grupo de Desarme de la Asociación Pro Derechos Humanos.
Babelia
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